Hace unos días, los medios ibéricos estallaron con la noticia: uno de los grupos españoles de rock más decisivos desde su creación, en 1987, con decenas de discos y cientos de conciertos, decidió separarse.
“Queremos que sepáis los motivos de primera mano y esperamos que nos comprendáis: para trabajar de la manera en que nosotros hemos trabajado tanto tiempo es imprescindible tener una compenetración muy especial”, anunciaron los miembros de la banda. Ahora, dicen, esa compenetración es difícil de conseguir y de mantener, y aunque existe, no es la misma.
Robe Iniesta (que en 2015 debutó en solitario) e Iñaki Antón (que desde 2006 lidera Inconscientes) anunciaron una gira de despedida de 12 conciertos en España (Valencia, Bilbao, Murcia, Madrid, Santiago de Compostela, Barcelona y Sevilla) que no incluirá festivales, teloneros o presentaciones en otro país. “No es una despedida como la de los toreros ni como la de los futbolistas”, advirtieron, y por eso “no vamos a llorar aquí ni tampoco vamos a volver”.
Con esta partida, muchos lamentaron que se diluyera su manera de comprender el rock urbano, al margen de la industria y las tendencias. En esa línea, a fines de 2012, entre las pocas entrevistas que solía dar Iniesta, le decía a El Mundo que no eran “un grupo de grandes éxitos ni de números uno, como dicen los anglosajones”, y que se hartaban de “cantar las mismas canciones”. Para ellos había que “sentirlas al tocarlas”, porque si no se volvían “un tocadiscos”.
Ese año, además, fue su primera gira sudamericana, y sus poéticas, crudas y contestatarias composiciones sonaron en vivo por primera vez en Montevideo, donde volvieron a repetir su actuación en 2014, con un colmado Teatro de Verano y con Milongas Extremas abriendo el encuentro.