Tiene un apellido difícil, un nombre artístico estupendo y una historia personal que cualquier periodista identifica como una mina de oro. Esto último puede ser, sin embargo, una distracción, porque lo más notable del estadounidense Fantastic Negrito (nacido Xavier Amin Dphrepaulezz en 1968) es la calidad de su producción artística, que en un escenario menos fragmentado que el de estos tiempos probablemente le habría valido una posición estelar.

No le va nada mal, de todos modos, sobre todo si consideramos que reinventó su música y su personaje a los 48 años, y que sus dos álbumes desde entonces (The Last Days of Oakland en 2016 y Please Don’t Be Dead el año pasado), sin grandes sellos detrás, ganaron sendos premios Grammy. La categoría en la que se lo reconoció ambas veces fue la de “blues contemporáneo”: él la llama “música de raíces negras para todos”, pero dice que no le importan las etiquetas, y que los géneros musicales son un lugar para esconderse.

Ya en su primer EP (Fantastic Negrito, de 2014) quedaba claro que, si bien canta con la autoridad propia del santoral blusero, lo hace también con la combinación de intensidad, delicadeza y swing de los grandes intérpretes de soul, y su música es una mezcla cautivante que incorpora ingredientes de gospel, rhythm and blues, rock, funk, hip-hop e ainda mais. A todo eso se le agrega, en las letras, un componente inequívoco de comentario social e intención política (Dphrepaulezz hizo campaña por Bernie Sanders), que nunca es panfletario y está tan alejado de la corrección política como la frase “¡Perra, comete mi cáncer!” en una de sus canciones. Trabaja con un acompañamiento muy ortodoxo de bajo, batería, piano, órgano y guitarras, parece tener una idea muy clara de lo que quiere en materia de producción y arreglos, y según cuenta tiene motivos de sobra para disfrutar con pasión no sólo lo que hace sobre el escenario, sino también el simple hecho de que está vivo y puede hacerlo.

Es el octavo de 15 hermanos, hijo de un somalí-caribeño musulmán y de una estadounidense. A los 12 años se fue de su casa, y en las calles de Oakland llevó una vida de malandra, dedicado al engaño, el robo y la venta de drogas, pero también desarrolló un fuerte interés en la música, y empezó a colarse en clases de la universidad de Berkeley para sistematizar un poco lo que aprendía escuchando a Prince, Public Enemy, Led Zeppelin o Nirvana. Un incidente con gente mucho más pesada que él y una pistola de nueve milímetros apuntándole a la cabeza lo hicieron mudarse de apuro a Los Ángeles, y una cinta suya le llegó a Joe Ruffalo, manager de Prince.

Ruffalo le abrió puertas y terminó firmando un contrato de un millón de dólares con el sello Interscope, que le editó en 1995 el álbum The X Factor (acreditado a “Xavier”), en el que tocó todos los instrumentos y se desempeñó también como productor. Era un disco que revelaba por momentos su gran talento, pero no muy original, y cuatro años después, Dphrepaulezz estaba en el limbo como artista, cuando un siniestro de tránsito lo dejó en coma. Despertó muy maltrecho, y con la mano derecha tan dañada que los médicos pensaron que ya no iba a poder tocar un instrumento. Después de un tiempo dedicado a organizar fiestas clandestinas y a hacer música con grupos efímeros, decidió mudarse de nuevo a Oakland, formar una familia y cultivar marihuana. Había conservado una guitarra; un día apeló a ella para alegrar a su hijo, y de a poco le volvió a tomar el gusto.

Dice que sus experiencias de vida le permitieron entender el sentimiento de grandes figuras del blues como Robert Johnson, Son House, Skip James o Howlin’ Wolf, que antes no le habían llamado mucho la atención (pero los caminos de la cultura no son lineales: según cuenta, empezó escuchar a Blind Willie Johnson porque se lo recomendó en Londres Robert Plant, el ex cantante de Led Zeppelin).

Empezó a probar sus nuevas canciones tocando en la calle y las estaciones de subte o de tren, primero en Oakland y luego en San Francisco, para ver si lograba capturar la atención de la gente. En esas vueltas conoció al chileno Tomás Salcedo, guitarrista de su banda. Ganó un concurso para tocar 15 minutos en el espacio web Tiny Desk Concert, que le ganó muchos seguidores; recibió un importante apoyo de Chris Cornell (1964-2017), el cantante de Soundgarden, Audioslave y Temple of the Dog, y empezó a presentarse ante públicos de miles de personas (pero suele contestar personalmente comentarios a sus videos en Youtube). Con los discos y los Grammy llegaron las giras internacionales. Una de ellas lo traerá este viernes a La Trastienda (Fernández Crespo 1763) a las 21.00.

En un breve diálogo por teléfono con la diaria, Dphrepaulezz estuvo muy amable y muy apegado a las frases que repite en las entrevistas: que mucho más importante que los Grammy es hacer música capaz de emocionarlo y de emocionar a otros, que está horrorizado con Donald Trump y con sus mensajes de odio, que la música puede sanar a las personas y a la sociedad, que él es un narcisista en recuperación, que deja la vida en el escenario y que sus espectáculos son como ir a la iglesia, pero sin religión.

Es tan maravillosa su historia, y tan oportuna para estos tiempos en Estados Unidos y en el resto del mundo, que uno tiende a pasar por alto algunas pequeñas contradicciones y variantes en el relato, que a esta altura ha sido recogido en prácticamente todas las entrevistas con el artista y en cada comentario de un disco o actuación suyos. Cabe la posibilidad de que Dphrepaulezz conserve algunas mañas de sus tiempos de timador, y de vez en cuando aderece un poquito lo que cuenta para que sea más fantástico. Lo hicieron antes, entre otros, Bob Dylan y muchos grandes bluseros. En todo caso, su música es muy de verdad, y el estribillo de la última canción en Please Don’t Be Dead es todo un manifiesto: “Take that bullshit and turn it into good shit”. Una de las muchas posibles traducciones es “agarrá esas mentiras y convertilas en algo excelente”.