500 años es mucho más tiempo que 50, pero ambas medidas son un suspiro para la eternidad. Lo podría haber dicho Humphrey Bogart en El halcón maltés. O Stephen Hawking en una conferencia poco inspirada. Todos lo saben, excepto las revistas del corazón y el mercado del arte.

Este último está sacudido por la polémica sobre si el Salvator Mundi fue realmente pintado por Leonardo Da Vinci, en tanto que las páginas satinadas crujen con comentarios sobre las estrías de una Jennifer Lopez de casi medio siglo de vida. Ni unos ni otros entendieron lo que sí entendió Pablo Uribe con la exposición Aquí soñó Blanes Viale, que acaba de culminar en el Museo Nacional de Artes Visuales.

Por unos meses Montevideo tuvo su principal museo intervenido por un creador que, con audacia y descaro, desmontó su colección permanente y la volvió a montar a su manera. Había lunas de Cúneo quitadas de sus marcos y ordenadas con inspiración constructivista, obras superpuestas sobre otras obras, y también falsificaciones. Coherente y desafiante.

En sus cuatro lecciones sobre Jorge Luis Borges, disponibles en Youtube, Ricardo Piglia explica mejor que cualquier artículo la dificultad de establecer una línea divisoria entre lo que es original y lo que casi lo es. Más complicado resulta cuando hay 450 millones de dólares en juego. En esa cifra se subastó el Salvator Mundi, adquirido por el gobierno de Abu Dabi para que fuera la pieza estrella de la sucursal del Museo del Louvre en esa ciudad del Golfo Pérsico. Además, se lo van a prestar a la “casa central”. Aunque no es seguro. Hoy se duda sobre si el Louvre parisino podrá incluirlo en la gran exposición de mayo de 2019 dedicada a los 500 años de la muerte de Leonardo Da Vinci. ¿Salió de su mano o es obra de su taller? Los expertos no se ponen de acuerdo. Aunque el proceso sea complejo, si el Louvre se juega su prestigio y lo expone como un Da Vinci certificado, para el mundo será un Da Vinci. La autoría, ante la realidad de su belleza, es fetiche de mercado.

¿Y Jennifer? Los cotilleos acerca de su celulitis desconocen que en su caso el photoshop no implica una “falsificación” ni un desmedro del original, sino una confirmación del personaje JLO, que es y no es la mujer de 50 años nacida en el Bronx. Tanto Piglia como Bogart lo hubieran tenido más que claro. Es que en el imaginario de quienes la erigieron sex symbol, su figura perfecta está tan al margen del tiempo como los abdominales de Diego Forlán. O como el estilo de Leonardo en el rostro impasible del Salvator Mundi.