“Qué tipo de experiencia buscamos en la literatura? ¿Qué peira, qué prueba, qué ensayo? ¿Por qué volvemos sin cesar a nuestros poetas, a nuestras novelas?”, escribió Edmundo Gómez Mango en Vida y muerte en la escritura, un libro que publicó Trilce en 1999 y que llevaba un subtítulo, “Literatura y psicoanálisis”, que daba cuenta del cruce de disciplinas en las que se movió este intelectual uruguayo, cuya muerte en París se conoció el fin de semana pasado.

El cruce, además, fue prolongado. Ya a fines de la década de 1950 cursaba simultáneamente la carrera de Medicina y el profesorado de Literatura en el Instituto de Profesores Artigas, mientras daba clases de francés en secundaria. Cuenta su amigo y colega Daniel Gil que cuando preparaba el concurso para la jefatura de la Clínica Psiquiátrica de la Facultad de Medicina, en los ratos libres, para despejarse, traducía y anotaba Las flores del mal, de Charles Baudelaire; el trabajo fue publicado en 1970 por Banda Oriental.

El recuerdo de Gil aparece en un texto llamado “Mi hermano Edmundo” (de Papeles olvidados), en el que describe una relación que comenzó entre estudio y militancia por la Ley Orgánica de la Universidad, que continuaría con la especialización en psiquiatría y, luego, con el pasaje al psicoanálisis, en un camino que compartieron con Marcelo Viñar, otro analista que prestó especial atención al mundo de la creación artística. “Éramos unos cuantos raros”, dice Gil al recordar esos tiempos en que algunas personas se embarcaban individualmente (pero no solas) en lo que hoy serían estudios interdisciplinarios colectivos.

En 1972, Gómez Mango partió hacia Francia, gracias a una beca, para formar parte de la clínica de Georges Daumézon. Pocos años después, en 1976, apenas meses después de haber asumido la jefatura de la Clínica Psiquiátrica, debió volver a París, pero de forma permanente, como exiliado político. Allí se vinculó a la Association Psychanalytique de France, una de las dos ramas en las que se había dividido la Sociedad Francesa de Psicoanálisis en 1964 (la otra fue la que se conformó alrededor de Jacques Lacan); con el tiempo, Gómez Mango llegaría a ser presidente de la Association.

Cuando finalizó la dictadura militar, decidió no volver de forma permanente a Uruguay (sus hijas crecían en Francia), aunque, en palabras de Gil, siempre fue un “retornante”: “Volvía cada dos años porque aquí tenía a sus grupos de amigos”. Estaban los de la Facultad de Medicina, como Carlos Romero y Omar Machado; los que orbitaban en la editorial Banda Oriental, como Heber Raviolo y Domingo Bordoli; y el trío de analistas-médicos inquietos que completaba con Viñar y Gil. “Era francófono pero no francófilo. Sus raíces siempre estuvieron aquí”, dice Gil.

En su exilio, Gómez Mango trabajó en el Centre Minowska, dedicado a la ayuda a migrantes y perseguidos políticos. Su trabajo El llamado de los desaparecidos: sobre la poesía de Juan Gelman (publicado en Uruguay por Cal y Canto en 2004) es uno de los productos de su preocupación por los derechos humanos, que consiguió anudar con sus anteriores intereses.

También desde Francia, Gómez Mango siguió ejerciendo y escribiendo, no sólo como corresponsal de Noticias, la revista del Sindicato Médico del Uruguay que había dirigido antes de su partida, o del semanario Brecha, sino también como autor de una serie de estudios que editó la Nouvelle Revue de Psychanalyse, que dirigía Jean-Bertrand Pontalis. Junto con Pontalis, uno de los fundadores de la Association (y analista de Gómez Mango cuando llegó a París), publicó en 2012 Freud et les écrivains (Freud y los escritores), en el que se remontaban al origen de la relación entre psicoanálisis y literatura: “¿No apuntan al mismo objeto, aunque por diferentes caminos, el psicoanálisis y la literatura? A saber, rendir cuentas de la complejidad del alma humana, detectar lo que en ella hay de conflictivo, de problemático, de oscuro, explorar territorios desconocidos, tierras extranjeras”.

En Sigmund Freud, escribían Gómez Mango y Pontalis, “el investigador escéptico, el Forscher, se encontraba próximo al Dichter, el creador literario”; la descripción le cabe también al uruguayo, que nunca dejó de volver a Jorge Luis Borges, Felisberto Hernández –vía su profesor en el IPA José Pedro Díaz–, Augusto Roa Bastos, José María Arguedas, Paco Espínola, Juan Carlos Onetti. Como también se lee en Freud y los escritores, “psicoanálisis y literatura son a la vez aliados y rivales”.