El Festival de Punta del Este se realizó desde el 17 hasta el 24 de febrero. Aun con el presupuesto notoriamente recortado con respecto a otras ediciones, se logró preservar, e incluso mejorar, lo más relevante: la grilla de películas, los invitados, las actividades paralelas, e incluso la atención general de todos los funcionarios, desde la dirección (responsabilidad de Valentín Trujillo, con programación de Jorge Jelinek) hasta el notorio esfuerzo y buena onda de los choferes y del personal que atendía las salas y coordinaba las movidas. Todo se tradujo en salas con mucho público y antesalas con un cálido bullicio de intercambio de opiniones y expectativas.

Para los cinéfilos rioplatenses, la presencia más imponente fue la de Krzysztof Zanussi. El octogenario cineasta polaco, autor de una cincuentena de largometrajes, dio un breve taller abierto a todo público, recibió un homenaje y presentó su nueva película Éter (a cuya exhibición no pude asistir) junto a dos de sus obras previas. Cuando introdujo una de estas, Iluminación (Iluminacja, 1972), recién digitalizada y restaurada, hizo referencia a aquella fermental época en la que “el cine era mucho más rico”, signada por realizadores como Jean-Luc Godard, François Truffaut y Alain Resnais. De hecho, Iluminación tiene mucho de los tres maestros franceses (así como de sus contemporáneos de Europa del Este, como Dušan Makavejev o Věra Chytilová) en su relato de una joven pareja de universitarios en los años 60. La estructura modernista fragmentada, ágil, caprichosa, irreverente, estuvo mucho más alevosamente apartada del cine clásico que cualquiera de las demás películas (todas recientes) que pude ver en el festival.

En su conferencia de prensa contestó varias preguntas vinculadas a su catolicismo militante y a su enfoque del arte. Entre los cineastas más jóvenes que él, señaló su admiración especial por el ruso Andrey Zviáguintsev, el polaco Paweł Pawlikowski y el estadounidense Martin Scorsese. Manifestó su tajante desacuerdo con el relativismo: para él, el “gusto” no es algo democrático. “Si a alguien no le gusta Mozart no es porque ‘tiene un gusto distinto’, es porque es sordo”. Fue interesante hacer el esfuerzo por “relativizar el relativismo” y entablar contacto con un punto de vista opuesto a la corriente, actualmente más pujante, de asunción del valor del pop y puesta en cuestión de la “calidad”, y contactar también con el valor del desarrollo erudito y modernista de tradiciones muy elaboradas. El festival tuvo bastante de ambos polos.

De las diez películas en competencia pude ver siete. Como suele pasarme, entre las tres que no vi están las ganadoras en las categorías mejor película (la colombiana Pájaros de verano, de Cristina Gallego y Ciro Guerra) y mejor dirección (la dominicana Miriam miente, de Natalia Cabral y Oriol Estrada). Pero no me quejo: pude ver una cantidad totalmente satisfactoria de cine interesante. Aquí los comentarios de algunas de esas obras.

Europa en el horno

» En guerra (En guerre, Stéphane Brizé, Francia). Más de mil trabajadores se enfrentan a la perspectiva de desempleo, porque se anunció el cierre de una fábrica. El estilo emula un documental. Salvo el protagonista, Vincent Lindon, los demás roles están improvisados por no actores, muchos de los cuales hacen personajes idénticos a sí mismos. Vemos discusiones caldeadas entre obreros y la patronal, entre facciones de sindicalistas, enfrentamientos con la Policía, y unos pocos momentos distendidos. Para nosotros siempre es asombroso constatar la dimensión que tiene en Francia la cultura del debate racional: por más salada que esté la situación, los argumentos se escuchan y se discuten, y aunque las emociones se encienden, eso nunca es causal para patear el tablero. Todo es intenso: la situación es angustiante, la cinematografía es contundente, las perspectivas son malas. Los crescendos casi siempre se aplastan contra planos de pantalla negra y silencio. La película es pesimista, y en todo caso asume la lucha obrera organizada como única (tenue) esperanza.

» Entre dos aguas (Isaki Lacuesta, España). Y si no, la consecuencia miserable puede ser el panorama que se describe en Entre dos aguas: falta de perspectivas, desempleo, pobreza, cárcel, drogas, evangélicos. Quedan los muy fuertes lazos de amistad y familia en esa comunidad gitana de Andalucía. Son las mismas personas/personajes de La leyenda del tiempo (2006). Aquellos hermanos adolescentes ahora son veinteañeros. No hay propiamente anécdota: es un recorte de vida aun más opresivo por su lentitud y su ausencia de “exposición, desarrollo y conclusión”, pero también nos pone en la piel de esos personajes, sus alegrías, sus deseos, su desamparo, su fidelidad. Es fantástica la banda musical en estilo árabe-flamenco.

» Dogman (Matteo Garrone, Italia/Francia). El suburbio sórdido en el que transcurre Dogman no es mucho mejor. El personaje principal (espectacular actuación de Marcello Fonte) parece oriundo de esas tragicomedias amargas de tan arraigada tradición en el cine italiano. Es dulce, amoroso, tímido, de aire embobado, sumiso, hábil y dedicado en su trabajo. Admira y obedece al fortachón cocainómano Simone, que lo vapulea constantemente. La humillación tiene un límite, y Marcello urdirá una venganza sangrienta. Los escenarios deslucidos están tomados en forma expresamente antiestética, neoneorrealista, algo habitual en el director, que construye la tensión en forma cuidadosa y plena de contradicciones barrocas.

» El reino (Rodrigo Sorogoyen, España/Francia) está en la otra punta del espectro social y en otro aspecto de la decadencia. Acompañamos a un político (formidable Antonio de la Torre, ganador del premio al mejor actor en el festival y conocido por haber interpretado a José Mujica en La noche de 12 años, de Álvaro Brechner) en el momento en que se ve implicado en una amplia trama de corrupción. Las distintas vías que busca para tratar de zafar son cada vez más incivilizadas: evocar viejos compromisos, proponer alianzas, traicionar, chantajear, amenazar, robar. Sus colegas están igualmente aterrorizados, así que su vida empieza a correr peligro, y lo que había empezado como una especie de análisis político y luego psicológico se convierte en un thriller. Esta película tensa y cruel contempla una estructura totalmente podrida y lo desquiciado que puede volverse un ser humano frente a la perspectiva de perder todo lo que tenía. El trabajo de cámara manierista contribuye al vértigo.

Y no sólo Europa

» La voz del silencio (A voz do silêncio, André Ristum, Brasil/Argentina). Se alternan episodios en la vida de personajes de clase media baja de San Pablo. Recién con el correr del metraje vamos componiendo cada una de las historias y descubriendo qué relación guardan esos personajes entre ellos. El clima es perversa, afectada, ensañadamente angustioso: enajenación, familias fracturadas, prejuicio, desempleo, desalojo, precarización laboral, trabajos opresivos, frustración, cáncer, sida, delincuencia, acoso sexual, culpa, teleevangelistas. Un eclipse lunar funciona como un momento de condensación y referencia, luego del cual, en forma no muy justificada, se iluminan un poquito las perspectivas. Se destaca el peculiar y opresivo trabajo de montaje de sonido y de imagen.

» El affaire de Sarah y Saleem (Muaiad Alaián, Palestina/Holanda). En otro contexto sería una picardía casual: un hombre casado viene teniendo encuentros sexuales extraconyugales con una mujer también casada. Pero resulta que estamos en Jerusalén, él es árabe y ella judía. Ante el más mínimo descuido y exposición, esa situación desata tremendo lío que involucra a los servicios de inteligencia israelí y palestino, e implica prisión, tortura y estigmas. El caso es especialmente complicado porque Sara es esposa de un oficial del Ejército israelí, mientras que Salim complementa sus ingresos con pequeños servicios ilegales en Belén. Esto ayuda a dramatizar el indignante clima de segregación tribal y opresión que reinan en Palestina, sin esquivar del todo un tufillo de moralismo (no traiciones a tu cónyuge).

Ternura quirky

» Esa mujer (Jiānghú érnu, Jia Zhangke, China/Francia). Qiao (interpretada por la encantadora Zhao Tao) ocupa una posición de liderazgo en una cofradía jianghu. En los 17 años que cubre la anécdota hay conflictos, prisión, mudanzas, regreso, más cambios. Todo es medio caprichoso. La película podría terminar media hora antes o extenderse por dos horas más. ¿Por qué algunos momentos están filmados con pantalla angosta? Episodios de naturalismo estricto se alternan con otros de humor quirky (un rito fúnebre celebrado con una danza de salón), de sesuda intensidad dramática o incluso de acción (una increíble escena de violencia con una cuidada coreografía marcial). Realmente nunca sabemos las intenciones y sentimientos de Qiao (como mafiosa, no le conviene exponer eventuales debilidades). Un cantante berreta le regala una flor y la cámara la sigue a ella, mientras pasa por delante de una jaula con un tigre y un león. En un momento conmovedor, Bin toma la mano de Qiao y le dice: “Esta mano me salvó la vida”. Ella retira esa mano y le entrega la otra, aclarando: “No soy zurda”. Un ovni (que no volverá a aparecer) parece propiciar la concreción de un deseo. La insistencia en feísimos paisajes industriales termina impregnándolos de misteriosa poesía, y la película es como ellos: acumula elementos desencajados que suman a una poética sensación de vida vivida, no domesticada por normas narrativas.

» Amor urgente (Diego Lublinsky, Argentina). Esta comedia se inscribe en esa veta (asociable con Wes Anderson o Martín Rejtman) de actuaciones inexpresivas, encuadres planimétricos, rigor formal y una rara combinación de cinismo con ternura. Es una delicia. Ubicada en un pueblito del interior en un pasado reciente indefinido (hay elementos de los años 50, 60, 70 y 80), cuenta el enamoramiento de un gurí y una gurisa, quinceañeros muy tímidos, y el entreverado camino de la iniciación sexual. La historia es interesante y bien urdida, de esas en las que elementos más o menos verosímiles terminan combinándose para un resultado bizarro. Todo es de una encantadora artificialidad: la película está casi toda filmada en estudio y los exteriores son fotografías o filmaciones retroproyectadas, claramente separadas de los personajes y de los pocos objetos escénicos. Hay planos, además, de una espacialidad laberíntica. Cuando Pedro sube por la escalera al balcón de Agustina hay una lunita creciente en el cielo. El pueblito se llama Resignación, pero en el clímax los dos viajan al pueblo vecino, llamado Esperanza.

Vacaciones en pareja

En el lapso de 24 horas se proyectaron tres películas sudamericanas sobre parejas que se van de vacaciones. En las tres, esa instancia de ocio, novelería y belleza, en vez de cumplir el cometido de propiciar un acercamiento romántico, más bien suscita crisis que tienen, según la película, distintos grados de gravedad.

» Sueño Florianópolis (Ana Katz, Argentina/Brasil) lidia con tópicos muy argentinos: pareja de psicoanalistas, veraneo en Florianópolis. El tono es de comedia, pero junto con la risa están los sentimientos más serios del matrimonio de larga data que se va desvaneciendo, empujados por la recuperación adolescente del sabor de un noviazgo ocasional en un paisaje paradisíaco (será comentada con mayor detalle en los próximos días).

» Los helechos (Antolín Prieto, Perú). En Los helechos las vacaciones son en una estancia new age. La película está basada en improvisaciones que, aunque están muy bien llevadas por los actores, no bastaron para impedir un resultado deshilachado e intrascendente.

» En el pozo (Bernardo y Rafael Antonaccio) Otro es el caso de la uruguaya En el pozo, en que las sacudiduras exceden lo existencial y psicológico y alcanzan el terror y la violencia. Ganó el premio del público en el festival.

Cierre

» Simonal (Leonardo Domingues, Brasil) fue la película de cierre del festival. Es la biopic del cantante Wilson Simonal (1938-2000), de origen muy humilde, que llegó a ser el músico más popular de Brasil hacia 1970 y luego cayó en desgracia tras un confuso episodio policial. El relato tiene mucho de Scorsese en su dinámica de ascenso y caída, la actitud ambivalente frente al personaje y su época, mostrados con deslumbramiento pero también con ironía crítica. La referencia está puesta en evidencia con una casi cita al sensacional plano secuencia de Buenos muchachos (1990). Aparte de la música (trabajada sobre las grabaciones originales), los melómanos tienen para disfrutar la ficcionalización de personajes emblemáticos como Miele, Ronaldo Bôscoli, Elis Regina, Carlos Imperial, Erasmo Carlos y Jorge Ben. Funciona muy bien el ensamblado de imágenes de archivo con el material ficcionalizado, incluso en una ocasión que pone en el mismo encuadre al Simonal real (en televisión, cantando junto a Sarah Vaughan) y el actuado (fantástico Fabrício Boliveira).