En la marcha del 8 de marzo me llamó la atención un cartel diferente de los demás, que llevaban dos jóvenes, varones. Escrito a mano y en colores, decía: “Me animo a afirmar que Anónimo, que escribió tantos poemas sin firmarlos, era una mujer”. Debajo, firmaba “Virginia Woolf”. Me encantó.

La cita la tomaron de Un cuarto propio, el famoso ensayo de 1929 que sigue siendo un texto clave para pensar el lugar de las mujeres en una sociedad patriarcal. Durante años, Virginia Woolf reflexionó sobre lo anónimo, las vidas anónimas, y también sobre todo lo que el anonimato forzado implica, siendo este un tema recurrente en sus escritos. En su última obra, la póstuma Entre actos (1941), el tema es protagónico; incluso antes de haber terminado de escribir la novela, Woolf ya había planteado su obra siguiente: esta vez sería una historia literaria de Inglaterra centrada en la idea de que una cultura nacional la crean las fuerzas sociales, y que la tradición se transmite con voz coral, sin individualizar, siempre anónima.

En este mismo sentido, en su obra Lives of the Obscure, Woolf habla de los desconocidos, esos anónimos, escondidos, de quienes queda apenas algún registro mínimo. La imaginación de la autora se ocupa de rescatar esas vidas –casi todas ellas, de mujeres– del cuasi anonimato, en un ir y venir lúdico de preguntas y especulaciones que interactúan con algunos pocos datos biográficos y con el contexto social de cada una. Estos textos (así como la magistral Orlando: A biography, de 1928) se contraponen, en gesto elocuente, con la obra magna de su padre, Sir Leslie Stephen, la monumental Dictionary of National Biography (1885), que recoge las biografías de los más importantes forjadores de la cultura y tradición británicas, en su gran mayoría hombres. La veta de biógrafa en Woolf es importantísima y atraviesa toda su obra, y si bien se preocupa por el tema de los desconocidos y el anonimato, también dedica varias páginas a reflexionar sobre las vidas de personas algo más conocidas, por ejemplo, en un libro de 1932, The Common Reader. Second series.

El lector común

La primera serie del “Common Reader” había sido publicada en 1925; Woolf tomó prestada la idea del “lector común” de Samuel Johnson, quien en su Vidas de los poetas ingleses (1779) define a dicho lector como alguien que lee con sentido común y sin prejuicios literarios, diferente del crítico y del académico. El lector común lee por el puro placer de leer, y no para impartir opiniones o polemizar a nivel académico. Con este título, entonces, publica las dos “series”, reflexiones de una lectora muy sutil, muy sagaz, muchas veces irónica y a veces polémica, cuyo enfoque es alejadísimo del texto crítico tradicional, patriarcal y masculino. Su perspectiva particular deja traslucir (aunque no cita fuentes) lecturas múltiples, voraces, de todo tipo y género.

En el Common Reader 2 Woolf se acerca a personas más o menos conocidas, cuyas vidas la llevan a reflexionar sobre temas que le interesan. En Un cuarto propio, Woolf señalaba que la mujer escritora debía volver al pasado y hacer memoria a través de sus progenitoras (“we should think back through our others if we are women”), y es a Mary Wollstonecraft, una de sus antepasadas, o “madres” feministas, a quien dedica algunas páginas del Common Reader.

Wollstonecraft (1759-1797) escribió varias obras; la más famosa, Vindication of the Rights of Women (Reivindicación de los derechos de las mujeres) fue publicada en 1792. Señala aquí que las mujeres no son naturalmente inferiores a los hombres, como se vociferaba en su época, sino que pueden aparentar serlo porque no reciben la misma educación que ellos –de por sí, un planteo revolucionario en aquellos días–. Para ella, tanto los hombres como las mujeres son seres racionales, por lo que propone un orden social basado en la razón y no en el género, adelantándose a los movimientos de mujeres que comenzaron a surgir en el siglo XIX. Su vida personal fue asimismo poco convencional, ya que mantuvo vínculos con varios hombres (tuvo una hija con Gilbert Imlay) antes de William Godwin (filósofo, considerado uno de los precursores del anarquismo, y autor, entre varios otros escritos, de Political Justice, texto que inspiró a poetas románticos radicales como Byron y Shelley), con quien se casó y tuvo una hija, la hoy famosísima Mary Shelley, autora de Frankenstein o el moderno Prometeo (1818).

Mary Wollstonecraft. Retrato realizado por John Opie, hacia 1797.

Mary Wollstonecraft. Retrato realizado por John Opie, hacia 1797.

Solamente algunos de estos datos aparecen en las siete u ocho páginas de Woolf (hay muchos más, importantes e interesantes, como los que nos brinda una nueva biografía(*) de ambas Mary, madre e hija –cerca de 500 páginas–, recientemente publicada en español). En cambio, el texto woolfiano apela a nuestra imaginación, a pensar en Wollstonecraft desde otros lugares. Woolf busca a esta, su “antepasada” o “madre”, en cartas, en sus confesiones íntimas y en el entorno de sus contemporáneos. Este enfoque puede resultar similar a lo que estamos hoy bastante acostumbrados a ver por la gran proliferación de biografías, biografías noveladas, etcétera. Pero Woolf va por otro camino.

Imaginación eficaz

Al leerla sentimos que estamos manteniendo una conversación con alguien que nos obliga a imaginar, de distintas maneras, una vida de carne, hueso y “alma”, por medio de paralelismos de gran vuelo imaginativo, pero eficaces. Así, nos invita a pensar en la vida de Jane Austen para explicar la de Mary: si de niña Austen se hubiera tenido que tirar al suelo delante de la puerta del cuarto de su madre, dice Woolf, para interponerse entre ella y su padre iracundo, golpeador, el alma de Jane habría estallado en llamas y sus novelas se habrían consumido en un ardiente clamor por que se hiciera justicia. Nunca habría podido escribir las novelas que tan bien conocemos. Sin embargo, esta fue la experiencia que tuvo Mary, nos dice la Woolf irónica, sin más comentarios, de la “felicidad” matrimonial. Y luego, para colmo, tuvo que emplearse de institutriz para mantener a su padre. ¡Cómo no iba a pensar que lo más importante en la vida de una mujer era la independencia! Y la energía, coraje y fuerza para obtenerla. Fue una gran luchadora. Fue testigo de primera mano de la Revolución francesa, lo que la llevó a escribir Una perspectiva histórica y moral de la Revolución francesa (1794). Seguidamente publicó su obra más famosa, Vindication of the Rights of Women, un libro tan certero y necesario, dice Woolf, que ya no parece original, porque sus ideas –aunque quizá no todas puestas en práctica– se han vuelto cotidianas.

Woolf construye y narra una Wollstonecraft viviente, una “biografía” distinta, como lo son sus novelas, modernistas, innovadoras. De Mary agrega que, a pesar de haber logrado independencia económica, fama y el derecho de vivir su propia vida, a veces sus ideas devenían un escollo para su vida amorosa. Creía, naturalmente, en el amor libre, pero la falta de seguridad que esa libertad implicaba la torturaba, dice Virginia. Tanto para ella como para quien luego fue su marido, William Godwin, el amor mutuo de por sí constituía el vínculo matrimonial legítimo, y ninguna ley debía obligar a una pareja a seguir juntos si el amor se agotaba. Godwin sostenía, además, que la ley del matrimonio era la peor ley, que el matrimonio se había instituido con el solo fin de legislar sobre la propiedad. Sin embargo, esta mujer de ojos bellísimos, según declaró el poeta Robert Southey, y el filósofo de cabeza demasiado grande para su cuerpo y nariz demasiado larga para su cara, según Woolf, se casaron cuando Mary quedó embarazada. Y fueron muy felices por un tiempo, corto. Ella seguía con su trabajo. Tenía un proyecto para reformar la educación. Pero tristemente, como tantas mujeres de la época, murió de septicemia algunos días después del nacimiento de su hija, esa otra Mary, a los 36 años de edad.

Al cierre de esta “Vida”, Virginia Woolf reflexiona sobre los millares de personas que murieron en el olvido en los años transcurridos desde ese entonces. Al leer las cartas de Mary, que, dice, dan detalles de su pensamiento y de sus experimentos –incluso el más fructífero, su relación con Godwin–, se ve con qué pasión Mary captó el pulso y la esencia misma de la vida. No nos puede caber la más mínima duda, dice Virginia, de que Mary Wollestoncraft haya pasado a la inmortalidad; de que está viva y activa, ideando experimentos nuevos y vitales. De que estemos escuchando su voz, y que su influencia nos siga llegando, aún hoy.

Retrato de Mary Shelley, por Richard J Rothwell.

Retrato de Mary Shelley, por Richard J Rothwell.

De Mary hija, algo interesa y llama la atención. Atraviesan la obra de Virginia Woolf y sus escritos personales –cartas, diarios– las referencias a Percy Shelley, así como las citas de sus poemas. Junto con Shakespeare y Milton, ella lo considera un escritor “magistral e indispensable”, como dice en un ensayo de 1921. En 1927 reseña una nueva biografía de Shelley, y se detiene en las relaciones que el autor describe de Shelley con sus mujeres, entre las que está, por supuesto, Mary.

Sin embargo, Mary Shelley, la hoy famosísima autora de una novela versionada incontables veces y objeto de estudio tanto de la academia feminista como de los estudios de ciencia ficción, no recibe, por parte de Virginia, atención como escritora. En realidad, Frankenstein or The Modern Prometheus aparece en 1818, dedicado a William Godwin y con prólogo de Percy Shelley, pero de autor anónimo (sí, en este caso, “Anónimo” es, sin lugar a dudas, una mujer).

A pesar de haber dedicado páginas a Charlotte Brontë y varias otras novelistas, Mary Shelley parece permanecer, para Virginia Woolf, bajo la sombra de su marido. Mary no conoció a su madre; sin embargo, se refiere a ella muchísimas veces, como nos dice Charlotte Gordon en su biografía, que, justamente, busca resaltar, al narrar las vidas de estas mujeres, madre e hija, esta proximidad, en capítulos que se van alternando en el libro. Este ir y venir puede resultar algo confuso al principio, pero la idea de poner en práctica el mandato de Woolf (“we should think back through our mothers...“) no podría ilustrarse de manera mejor.

Charlotte Gordon: Romantic Outlaws: The Extraordinary Lives of Mary Wollstonecraft and Mary Shelley. Penguin Random House, 2015.

(*) Charlotte Gordon: Proscritas románticas. Mary Wollstonecraft y Mary Shelley. Traducción de Jofre Homedes Beutnagel. Circe, 2018.