Sinónimos: Un israelí en París (Nadav Lapid, 2019) | Flamante ganadora del Oso de Oro en la última Berlinale, Sinónimos es una curiosa, a veces grave, a veces graciosísima reflexión sobre la puja interna de nacionalidades en los migrantes. Una cámara que por momentos adquiere un pulso frenético y por otros más moroso y adepto a espacios más amplios sigue a Yoav, un israelí que viaja (o más bien escapa) a París queriendo borrar todo atisbo de su antiguo país. Sin embargo, la extraña negación de Yoav (que ni se permite pronunciar una palabra en hebreo, como si quisiera borrar cualquier rastro de su anterior yo en su lengua, y carga un diccionario de sinónimos franceses que lleva consigo para todos lados) también incluye a la ciudad de París, a la que quiere conocer de forma casi metafísica, huyendo de sus más evidentes encantos, como si fuera Ulises atándose al mástil para escapar del canto de las sirenas (cruza diversos puentes evitando mirar el Sena, y se enfrenta a la Catedral de Notre Dame como a un monstruo al que sólo se le puede mantener la mirada pocos segundos; una escena que genera una extraña resignificación tomando en cuenta el reciente incendio). Pero más que nada, lo fascinante de Sinónimos es la novel actuación de Tom Mercier, un personaje que se relaciona con lo francés como Jean-Paul Belmondo se relacionaba con lo estadounidense en Á bout de souffle (Jean-Luc Godard, 1960), y que siempre juega al borde de la imprevisibilidad, algo poco visto en el cine de los últimos años.

Petra (Jaime Rosales, 2018) | Petra tiene todos los ingredientes para ser tanto una tragedia griega como una telenovela. Sin embargo, la ausencia de pathos y los estallidos sordos de violencia que la parten en dos la asemejan más al cine de Michael Haneke, todo con ayuda de una narración episódica no lineal, como un cubo de Rubik en el que cada giro de los personajes termina dando con un nuevo color del desastre. Cuando Marisa, la esposa de un afamado artista plástico, le pregunta a la joven Petra (Bárbara Lennie) qué es lo que busca con su arte, ella le responde “la verdad”. La respuesta tiene un doble fondo porque, por un lado, parece otra más de esas pomposas declaraciones de principios que les gusta proclamar a los artistas, pero también alude a la búsqueda del padre que emprende la protagonista. Sin embargo, lejos de ser un mero subterfugio, el tema de la verdad atraviesa todo el film: una verdad que es dolorosa y que puede ser tan mortífera como sus sucesivos encubrimientos, y que engloba no sólo lo intrincado de los secretos y el entramado familiar, sino también el lugar del arte entre su rapto inspirador y su reproducción industrial, y, casi como un fantasma que crece por debajo, la alegoría sobre el desentierro de cuerpos de las fosas comunes de tiempos del franquismo.

El día que resistía (Alessia Chiessa, 2018) | Una niña y sus dos hermanos menores esperan el retorno de sus padres en una solitaria casa rodeada por un bosque. En un comienzo, todo transcurre plácida y alegremente entre juegos y esa forma algo torpe que tienen los niños a la hora de gestionarse en un mundo sin adultos, pero de a poco vamos viendo cómo el tiempo pasa y los padres no aparecen. Muchas películas seguirían el camino de migajas de esta premisa para hacer hincapié en los artilugios de una historia de supervivencia, pero detrás de la ambientación de época poco clara y de las lejanas referencias a Hansel y Gretel, a El día que resistía la rodea algo mucho más siniestro, casi de terror metafísico, completamente devastador.

La flor (Mariano Llinás, 2018) | Difícilmente haya habido, en la última década de los festivales de cine en Uruguay, una película tan esperada como La flor. De 14 horas de duración (organizada en tres funciones, a proyectarse el martes 23, el miércoles 24 y el jueves 25), toma parte de los recursos narrativos ya esgrimidos en Historias extraordinarias y los lleva a su grado paroxístico. En esa mezcla bien borgeana entre lo experimental, lo metanarrativo y el sencillo placer de las historias de aventuras, a lo largo de su carrera Mariano Llinás ha logrado dar con su peculiar marca de fábrica, conjugando el placer espectatorial casi infantil con reflexiones profundas sobre el artificio de lo narrativo sin que se vea una sola costura en la continuidad entre estos dos elementos. En esa especie de Decamerón argentino narrado a partir de seis capítulos actuados por las mismas protagonistas (con diferentes roles y en historias que, al igual que en Historias extraordinarias, nunca llegan a solaparse de forma explícita), las 14 horas de La flor prometen ser una de esas experiencias que desbordan el contenido cinematográfico, una especie de suceso que, independientemente del resultado final, podrá habilitar el “yo estaba ahí” de muchos de los que acudan a las tres funciones durante el festival.

La información sobre horarios y salas puede verse en ladiaria.com.uy/UVK