Ya quedó muy lejos aquel álbum debut, Música para niños tristes, que Buceo Invisible editó en 2006. Las bateas vieron nacer más discos, hasta llegar al quinto, Luz marginal, editado en 2018, con el que lograron demostrar en 12 canciones lo mejor que saben hacer, quizá como nunca antes. Básicamente: rock; estribillos luminosos y melancólicos; solos punzantes que están muy lejos de ser tocados para cumplir con la cuota de guitarristas por tema; letras que escapan a lo obvio y se meten en recovecos oscuros de los que emergen personajes raros, bizarros y marginales. Todo esto y más se resume en el título del disco, compuesto en su mayoría por Diego Presa, cantante, guitarrista y una de las principales cabezas del grupo. Con la excusa de que la flamante nueva obra será presentada el viernes a las 21.00 en el auditorio Carlos Vaz Ferreira de la Biblioteca Nacional, Presa se juntó con la diaria para charlar en un bar céntrico.

El nuevo álbum me parece el más rockero de Buceo Invisible.

Es probable. Ya el disco anterior [El pan de los locos, de 2015] era decididamente cercano al rock. Creo que este disco tiene mayor coherencia entre lo que quisimos hacer, cómo se dio el proceso y el resultado. Hubo un camino sin desvíos, y por eso estamos tan conformes y muy contentos con el disco. Ya hace 12 años que hay una banda de rock consolidada dentro del colectivo.

Se suele hablar de ustedes como un colectivo multidisciplinario, pero ya es más una banda de rock, antes que cualquier otra cosa.

Sí, lo que pasa es que el vínculo con la poesía para nosotros tiene que ver con la identidad del grupo. Si desapareciera esa pata, perderíamos la esencia, sería otra cosa. A veces es un poco pesado esto de explicar que es un grupo, y los nombres en general son feos. “Multidisciplinario...”.

Suena a algo estatal.

Tal cual, algo oficinesco, que está totalmente alejado del espíritu del grupo. Para nosotros es más fácil plantear que es un grupo que trabaja con la poesía y la música.

Pero el rock también puede estar emparentado con la poesía, sin que haya que separarlos.

Totalmente. Yo amo la cultura rock, pero sobre todo el rock que siempre estuvo más emparentado con la poesía, con los beatniks, por ejemplo. A nosotros nos gustan mucho Patti Smith y Leonard Cohen, propuestas que siempre estuvieron muy casadas con lo poético. La única diferencia es que en escena trabajamos con dos poetas, y parte del repertorio no es cantado sino recitado. Por eso hacemos la aclaración.

En Buceo Invisible hay muchos músicos, pero de las 12 canciones de Luz marginal, ocho las compusiste sólo vos. ¿Esa relevancia se dio naturalmente?

En los últimos años lo musical fue más repartido, pero acá se dio así por una cuestión de momento: yo estaba muy prolífico y presenté muchas canciones. Pero después, las canciones se transformaron mucho. El boceto que presento al grupo luego va tomando otros caminos, se arregla y se desestructura. Trabajamos mucho en la parte arreglística; somos siete músicos, entonces, lo que hacemos va tomando otra dimensión. Ya se consolidó una manera de trabajo. El disco está grabado en vivo y tiene muy pocas sobregrabaciones. Lo grabamos en el estudio de [Santiago] Tavella, que está muy bien. Hay cosas que están realmente en vivo, con la voz grabada en vivo.

Varios de los personajes que desfilan por las canciones son marginales. Por ejemplo, en “Cowboy” hablás de un cuidacoches. ¿Fue una idea conceptual de la que surgió el título del disco?

Tiene que ver con lo marginal, pero en realidad no trabajamos en base a un concepto. Reunimos un grupo de canciones y después, en el momento en el que tenemos que ponerle un nombre, hacemos una reflexión sobre esa estructura que se armó, que puede ser más o menos caótica. A partir de ahí se rastrea cuál es el dibujo que se armó, qué cosas se pueden juntar. Nos dimos cuenta de que, entre otras cosas, habían aparecido personajes que en general eran un poco torcidos, que no estaban del todo adaptados, que caminan al borde de las cosas. Pero el nombre también tuvo que ver con una reflexión sobre nosotros mismos, por cómo funcionamos como grupo. En la interna es una actividad que seguimos haciendo con mucha seriedad, después de muchos años, y que está al margen del mercado y de la relación de retribución entre horas trabajadas y dinero. Somos tipos que estamos todos alrededor de los 40 años, que tenemos otros trabajos y que seguimos absolutamente enamorados de lo que hacemos, a pesar de que vaya por el costado del mercado de trabajo. Y también hay una tercera dimensión, que tiene que ver con nuestro lugar dentro de la escena de la música uruguaya, siempre medio tangencial y extraño. Nunca llegamos a pertenecer ni al mainstream ni a una corriente indie, e incluso, generacionalmente, estamos en un lugar medio insular. No nos invitan a festivales, por ejemplo.

¿Por qué creés que pasa eso?

No sé, quizá por ese lugar que ocupamos, que es un poco difícil de definir. Esto que acabo de decir no es ni una queja ni una muestra de orgullo. Es una descripción desapasionada de cómo funciona Buceo Invisible dentro del ámbito de la música uruguaya.

Supongo que no vivir de la banda les da la libertad artística para hacer lo que quieran.

Me cuesta pensar que pudiésemos manejarnos de una forma diferente. Me costaría mucho pensar en seguir haciendo canciones maniatado por lo que supuestamente me exige lo popular o lo exitoso. No sabría cómo hacerlo, pero tampoco estoy en esa posición.

Además de tu proyecto solista, también integrás El Astillero. ¿Cuándo una canción te dice para qué proyecto va? Porque asumo que la sensibilidad a la hora de componer es la misma.

Algunas características de la estructura musical me pueden indicar que está bueno que, por ejemplo, haya un desarrollo instrumental más amplio, y ahí es Buceo Invisible. Y ya en el momento de componer algo me imagino para qué lado puede ir arreglísticamente, entonces es más claro. Mi trabajo solista tiene más que ver con lo cancionístico, y esto tiene los bordes más difusos, nos vamos con mayor libertad de las estructuras.

“El fin del mundo”, por ejemplo, de este disco, es un tema mayormente instrumental, de ocho minutos, de esos que es difícil que los pasen en la radio.

La otra vez, en un programa del SODRE, no llegaron a pasar los ocho minutos. Incluso en el SODRE... Esos temas muchas veces surgen de una improvisación. En ese sentido, los límites los impone solamente la música.

En la canción “Televisión” describís a una mujer con detalles sobre cómo mira la televisión. También es una forma marginal de contar, evadiendo la historia. En el mainstream generalmente es al revés, está todo dado.

La sugerencia, el misterio, siempre es más interesante. Pero no es por hacernos los misteriosos. Las cosas que leo y veo siempre dejan líneas que uno completa total o parcialmente. Internamente te generan cosas que me parecen más interesantes, revuelven un poco el agua, y se trata de eso, de mover.

¿Hay música nueva que te fanatice como lo clásico?

Particularmente, ahora, estaba escuchando a Vic Chesnutt, un cantautor que es muy bueno. Lo descubrí hace poco. En Buceo cada uno trae su bagaje, desde Beethoven, que está muy presente en Jorge [Rodríguez], que es el violinista, bajista, etcétera –lo ha escuchado muchísimo–, hasta Iron Maiden. Yo trato de escuchar nueva música, pero siempre termino volviendo a lo mismo. Vuelvo corriendo a escuchar los discos que me gustan, pero trato de investigar y escuchar las cosas que van saliendo.

Me llamó la atención la canción “Carretera”, que es como un homenaje al interior del país, porque te tengo como muy montevideano.

Sí, soy muy montevideano. Pero, justamente, es la mirada de un montevideano que va a explorar y hacer unos kilómetros. El centralismo montevideano es tremendo, y la riqueza poética y literaria –más allá de la humana, obviamente– que hay a unos kilómetros de Montevideo es brutal. Las relaciones de trabajo, las estructuras sociales..., la relación del hombre con la naturaleza es muy diferente y riquísima.

¿Seguís dando clases de música en escuelas?

Sí, con niños de escuela y preescolares.

¿Qué hacés para incentivarlos? No harás escuchar a Beethoven a los niños de cuatro años.

A veces escuchamos cosas “raras”. Pero con los preescolares se trata, sobre todo, de acompañar un proceso natural de relación casi innata –corporal y básica– que tienen los niños con la música. La idea es acompañarlos y estimularlos. Después, con los más grandes, la idea es ampliar la paleta, que puedan acceder a cosas que no son las que se pasan en la radio. La radio o los medios a que ellos acceden, que ya no son sólo la radio, sino Youtube o lo que sea. Con los más grandes, de quinto o sexto de escuela, es una negociación: trato de acercarles cosas que capaz que no están habituados a escuchar, como para abrir la cabeza, y también está bueno que me acerque al mundo de referencias que tienen ellos.

¿Qué escuchan?

Depende del ámbito. Trabajo en escuelas de Paso Molino, de Punta Carretas... Se escucha mucho trap y reguetón.

¿Les pasás a Buceo Invisible?

Me piden a los gritos, pero me niego.