Ya convertida en una de las referentes tangueras más importantes, que nunca dejó del todo la impronta rockera con la que la conocimos en la mejor época de La Tabaré, Mónica Navarro vuelve al rock, pero no tanto. Es que este quinto disco solista, Maldigo (MMG), la posiciona como una intérprete que conoce la canción, que sabe hacia dónde va y que puede transitar un género y otro. Maldigo muestra a una Navarro desgenerada que a la vez echa mano a la fuerza y la rabia del rock para cantar un puñado de clásicos del folclore nacional y latinoamericano que traen consigo el peso de la historia, la forma, la idiosincrasia de un continente, de una tierra o de una patria/matria.
El título, heredado de la canción “Maldigo del alto cielo”, de Violeta Parra, propone el tono de lo que será el disco: fuerza animal para un tiempo complicado, con una importante presencia de autoras y referentes femeninas en versiones como las de “María Landó”, de Chabuca Granda, la de “Mazúrquica modérnica”, de Parra, o temas que fueron ícono del repertorio de una celebrada Amalia de la Vega en “Como yo lo siento” (todo al ritmo del cachetazo), y la aparición de “Guitarra negra”, de Alfredo Zitarrosa, en los que algunos pilares del texto, como “Hago falta” o “Uruguay for Export”, se resignifican en la voz de Navarro con una explosión de guitarras eléctricas y baterías.
Se trata del poder de la canción, de cada tema elegido no sólo para resistir el paso del tiempo, sino para aportar otro enfoque en cada uno de los acertados arreglos que propone este maldigo, este bombazo heavy entre el milongueo y el pogo, en el que las penas y los orgullos humildes saltan con fuerza en el compás de la bronca con sentido. Se trata de política, ni más ni menos. Antes de la presentación del disco (el 6 de junio) en el Teatro Solís, conversamos con la cantante acerca del disco, de su carrera, de sus visiones y versiones. Entre unas empanadas veganas aún en el horno y el sonido dorado de un whisky cayendo sobre dos piedras de hielo, la noche le pide silencio al barrio para charlar con Mónica Navarro.
Más allá de la canción de Violeta Parra, ¿por qué maldigo? ¿Qué maldecís?
¿No son épocas de maldecir? Siempre pienso esto: cuando uno dice algo, dice eso y todo lo opuesto. Y yo me discuto entre esas dos cosas, entre la oscuridad de maldecir y la luz de la bendición, siempre y cuando la bendición no venga de afuera, sino que sea interna. Yo maldigo pila de cosas, sobre todo las vinculadas a mí. Maldigo lo que creí del amor hasta ahora, maldigo lo que aprendí de que la familia es tal cosa, la célula de la sociedad. Maldigo esas estructuras. Es lo mismo que maldice Violeta Parra en la canción a través del amor, porque ella maldice, fundamentalmente, a ese amor que la traicionó. Y la traición como una elección política; si traicionás, está feo.
¿Lo político aun en el amor?
Aun en el amor. Por eso me parecen divinos quienes, por ahí, son swingers, porque tienen honestidad en el vínculo. Está claro: se vinculan así. Entonces vos podés elegir o no. Pero la traición es traición. ¿Con qué cara decís “tal político me traicionó” si vos sos un traidor en la corta, que es la que más vale? La traición en el amor, en los vínculos, me parece política y grosa, porque ahí empiezan las decisiones zarpadas, con la gente que vos querés.
¿Maldecís cosas del exterior, también?
Claro, por ejemplo, creo que el cambio –o al menos el cambio de mirada– está en la mano de les mujeros: en subvertir la forma de ver las cosas. Y maldigo gobiernos que piensan sólo en una clase sin ver al resto, maldigo la falta de empatía: en ver que hay guerras que suceden lejos y uno dice “ay, son problemas religiosos, nosotros no tenemos nada que ver”, y en realidad es como que estuviéramos acá, en el living, y mi hija estuviese en el cuarto de al lado pegándose con alguien y dijéramos “ta, es en el cuarto de al lado”. Hay cierta ajenidad a lo que sucede en tu misma casa. A mí me costó darme cuenta de que el mundo es una casa que es de todos, porque es algo invisibilizado, y todo nos involucra. Tarde o temprano nos va a repercutir a todos, aun a los hijos, a los nietos, a sus herencias. Y también bendigo que haya muchos movimientos sociales, a los que también maldigo por haber llegado tarde. Cómo me hubiera gustado ser feminista desde antes, pero llegué ahora. O quizá era feminista de otra forma, sin el definido.
¿Por qué volviste al rock?
Así como me había pasado antes cuando sentí que el rock había dejado de contarme, me sucedió que, cuando unía el cuento de una Violeta Parra con la intensidad más subterránea y ciudadana del rock and roll, el resultado era más simpático; con la intensidad del rock esas letras me cerraban más. Por ejemplo, en “María Landó”, al escuchar “María no tiene tiempo de alzar los ojos”, yo decía; “esto es la venganza de María”. María no es solamente leve, es más, María tiene bronca de no poder levantar la cabeza. Esa conjunción más intensa y eléctrica hacía que me cerraran mejor las letras.
O sea que esas letras, en el trabajo, se ven resignificadas...
Espero. Yo las resignifiqué en mi cabeza. No sé qué les pasará a les otres cuando escuchen las canciones. Escuchar “El marronero”, con esa escena musical, a mí me sitúa en un lugar mucho más áspero. No hay barro porque llueve, sino porque hay un lodazal con sangre de vacas muertas. En mi cabeza es un The Wall criollo. No hay un tema que no tenga que ver con el próximo, y el hilo conductor del disco es “Guitarra negra”.
¿Cómo fue el criterio de selección de los temas?
Hacía mucho tiempo que estas canciones me rondaban en la cabeza, y en principio el disco iba a ser de tango, de milongas, más inclinado a lo folclórico, pero quería un disco con un sonido distinto. Quería cambiar las guitarras, poner percusión; quería que tuviera más furia, que fuera un disco más enojado. Y finalmente terminó decantando en este disco. Además, tenía ganas de hacer un disco de voces femeninas latinoamericanas, pero me quedó grande en la gestión, porque de pronto podía hablar con alguna artista de forma directa, pero después vienen cuestiones como el sello y un montón de cosas que lo complican. Quería hacer algo más latinoamericano, y es un sueño al que no renuncio, pero este no era el momento. Lo hablé con Liliana Felipe, y ella me dijo que era un repertorio muy masculino. Eso hizo que lo repensara, pero estas canciones andaban ahí dando vuelta. Entendí que en este momento –que incluso tiene que ver con un momento de deconstrucción personal–, estos temas tenían que ver con mi camino.
Sin embargo, el disco tiene una presencia femenina fuerte en autores y referentes que funciona como hilo, además de “Guitarra negra”...
El “Como yo lo siento” para mí es Amalia de la Vega. Y si bien es un tema de Osiris Rodríguez Castillos, yo lo conocí por Amalia de la Vega. Ahora se festejan los 100 años [de su nacimiento] y me gusta que se ponga en valor la figura de esta mujer que puede ser conocida en el ambiente tanguero y folclórico, pero que no es alguien popular; ojalá se reivindique su figura. “Guitarra negra” también tiene su significado. El “hago falta” es una declaración conmigo misma. Yo hago falta, porque siempre hay un prejuicio con decir “yo”, y ahí instauro la pregunta: ¿por qué no puedo decir yo?, ¿a quién le molesta que yo haga falta? Hoy mis piernas en el polvo, en la marcha, son fundamentales. Y cuando digo “yo”, también digo “vos”. Es muy importante que vos estés, que sientas que falta tu gráfica en el pueblo, en la foto. Qué bueno sería que estuvieras diciendo qué es lo que querés, qué deseas.
Y, concretamente en el rock, ¿hacías falta?
No sé si para el resto. A mí me hacía falta este repertorio, estas letras que me representan. Yo me hacía falta.
Y a la música uruguaya, ¿qué le hace falta?
En realidad, creo que a mí me hace falta respetar el proceso de cada músico, y que cada uno habla lo que desea hablar, y que esa decisión política inevitablemente genera cascadas, repercusiones que podrán gustarme o no, pero eso también es una decisión política mía. Cada uno deberá hacer su propio camino independientemente de mi gusto particular, y mi decisión es ser menos crítica con lo que los otros hacen, y volver esa crítica a qué estoy eligiendo hoy para hacer viable el cambio. No digo que haya que renunciar a quien uno es y a lo que uno piensa, pero ser menos crítico o crítica con lo que otro hace relaja más la situación. Quiero creer fervientemente en la colaboración. Hay empatías y lugares de encuentro, y tengo ganas de que esos lugares existan. Obviamente, hay gente con la que no se me ocurriría trabajar, porque me distancia un abismo, pero tengo más ganas de cercanías.
¿Ves el rock de la misma manera que cuando arrancaste?
Yo no veía mucho, la verdad. Primero, que el devenir de esa banda tenía que ver con Tabaré, no con el propio, si es que lo tenía. Al rock de antes lo vivo con ajenidad, y el de ahora es una decisión vieja, porque canto temas recontra clásicos en versión rock. Entonces, veo a la gente más veterana identificada con las versiones que hago, reconociéndolas y cantándolas, y a lo mejor también logro que gente más joven conozca estas historias, como la que presenta “De Corrales a Tranqueras”, que es una divina historia de amor.