Existe un estereotipo del poblador del sur de Estados Unidos que nos llega continuamente por los medios de comunicación. Ese tipo poco letrado sigue convencido de que existe una raza superior a las demás y de que su derecho a portar armas es más importante que cualquiera de los derechos humanos. Esta historieta en particular no hace el menor esfuerzo por cambiar el estereotipo.

“Amo el sur”, dice Jason Aaron, guionista de Southern Bastards, en la introducción al primer tomo. “El sur también me hace cagar de miedo”. Aaron, nacido en Alabama, cree que esa zona es la más pacífica en la que ha vivido, pero también “más primaria, más atemporal, más embrujada, más espiritual, más llena de odio, más hermosa y con más cicatrices”.

De ese sitio contradictorio trata esta serie. “Un lugar que podés amar y odiar y extrañar y temer, todo al mismo tiempo”. Y Aaron, con la ayuda del dibujante Jason Latour marca la cancha desde la primera viñeta del primer número, que muestra marquesinas de varias iglesias y, adelante, un perro yendo de cuerpo, con un sonoro “plop” que marca la salida del excremento.

Todo comienza cuando el veterano (en más de un sentido) Earl Tubb regresa a su pueblo natal, para encargarse del inmueble familiar. Este hombre, especie de Clint Eastwood recio y algo anticuado, es un progresista en comparación con los pobladores de Craw County. Y como tantos héroes trágicos que solamente quiere que lo dejen en paz, terminará envuelto en un conflicto con una de las grandes figuras de autoridad del lugar.

Resulta que allí el fútbol americano es la verdadera religión, y durante los últimos años el Sumo Pontífice ha sido Euless Boss, entrenador del equipo de la secundaria y mafioso considerable, a quien nadie cuestiona porque sus resultados deportivos son intachables.

El encuentro entre Tubb y Boss parece inevitable. Los esbirros del entrenador intentan darle una golpiza a un antiguo compañero del recién llegado, y este sale en su defensa. Para qué. A partir de ese instante, la vida del viejo Earl estará en peligro y será cuestión de tiempo hasta que sufra una paliza en carne propia.

Golpizas

Si hay algo que puede criticársele a esta hermosa y cruel historia es la sobredosis de palizas. Parece lógico que en ese rincón “primario y atemporal” la fuerza física sea la principal forma de resolver los problemas, pero ya en el primer volumen se notará cierta repetición en el recurso de la zurra. Por suerte, Southern Bastards es mucho más que eso.

El primer arco gira alrededor del justiciero Tubb y cómo pasó la vida huyendo de su padre, antiguo sheriff de Craw County, para volver a su casa natal y empuñar el mismo bate con el que el sheriff impartió justicia por mano propia en más de una ocasión. De paso, establece a Euless Boss como un ser detestable, irredimible y que no podemos esperar para que reciba su merecido.

Lo siguiente que hace Aaron, con la invaluable ayuda de Latour, es contarnos mediante flashbacks la historia de Boss, y cómo el monstruo del presente es el resultado de varias monstruosidades ocurridas en su pasado, en especial la nefasta presencia de su padre y los frustrados intentos por conseguir el sueño de su vida: simplemente jugar en el equipo de fútbol americano local.

Y si uno tiene un sombrero mientras lee, debería sacárselo, ya que el equipo creativo logra al menos que uno entienda las circunstancias que crearon al entrenador Boss tal y como lo conocemos. Tanto, que cuando (tarde o temprano) su reinado comienza a tambalear, se puede sentir algo parecido a una pizca de lástima por esa persona que tantas veces estuvo del lado doloroso de las golpizas.

Aunque la trama gire indefectible alrededor de ese deporte que los yanquis llaman football y que en más de una escena se discutan cuestiones estratégicas de ataque y defensa de cara a un futuro encuentro, no es necesario tener grandes conocimientos de fútbol americano para entender la serie. Sólo es necesario saber que la cuestión táctica tiene un peso mayor que en otros deportes y que, de nuevo, en Craw County es algo sagrado.

Casi todo el segundo volumen se ocupa del pasado de Boss, narrando cómo terminó involucrado en actividades criminales. Porque si algo abunda en esta serie además de los golpes en la cabeza, son los personajes que intentan huir de la sombra de sus padres, sin éxito.

El tercer arco de la serie tiene como marco el inminente encuentro “clásico” de los Runnin’ Rebs contra los Warriors de Wetumpka. El cuerpo técnico del equipo local no llegará en las mejores condiciones, debido a los hechos que comenzaron con el regreso del viejo Tubb, y por primera vez en mucho tiempo habrá quienes cuestionen el poder del entrenador.

De paso, el elenco de la serie se ampliará con otros personajes del condado y de a poco nos iremos acercando a la confrontación más esperada, que involucra a Roberta Tubb, la hija de Earl. Quizás el tiempo dedicado a esos otros pobladores, aunque resulten importantes para el desarrollo de la historia, perjudique a la pobre Berta, cuya presencia nos fue prometida una decena de números antes. De todas maneras, su plan es sencillo: ayudar a la caída de Boss.

Antes que los Tubb y los Boss, queda claro que el verdadero protagonista de la serie es Craw County como representante del famoso sur que Aaron tanto teme. Y si el protagonista está tan bien definido es porque Latour (también sureño) hace un trabajo magnífico desde el arte, que incluye el coloreado. Cada uno de sus trazos refleja la violencia de los personajes, el clima pesado, y hasta permite oler las costillitas que se preparan en el restaurante local.

El último de los 20 números editados es de agosto del año pasado, entre importantes demoras debido a la muerte del padre del dibujante. Sin embargo, no hay que esperar a que la serie continúe para leer lo publicado, ya que la historia tiene un cierre, aunque más de uno lo calificó de anticlimático. Así que sólo resta conseguir los tomos (que en España fueron traducidos con el horrible título de Paletos cabrones, y editado por Planeta Cómic) y visitar el sur, a ver cuánto lo amamos o cuánto nos hace morir de miedo.