Casi que no precisa presentación. Con 20 años de trayectoria en ilustración de libros para niños y también para adultos, se ha erigido como un nombre ineludible, dueña de un estilo reconocible y personalísimo, que se distingue por la maravilla que genera. Estudiante de fotografía en su juventud, Rébecca Dautremer (Gap, 1971) mantiene ese ojo peculiar que se imprime en la página en ilustraciones en las que el encuadre, el uso de la luz y la complejidad de planos y detalles instauran una escena con un impronta fuertemente real, al mismo tiempo que abren la ventana a un mundo distinto, alterno, fantástico, con diversos niveles de lectura. Porque en cada libro dibuja un mundo con su atmósfera propia, al que inevitablemente sucumbimos los lectores. Dautremer se sumergió en el mundo de la ilustración de libros –y en particular de libros para niños– a partir de 1996, cuando la editorial francesa Gautier-Languereau le encargó ilustrar La chèvre aux loups, de Maurice Genevoix. Pero fue Enamorados (L’amoureux, 2003) el que marcó un quiebre: en ese trabajo consiguió consolidar su técnica, por ejemplo en el manejo del color, y reconocerse en una voz propia. Al año siguiente, el éxito rutilante de Princesas olvidadas o desconocidas (Princesses oubliées ou inconnues, con Philippe Lechermeier) la convirtió en una figura conocida en todo el mundo y fue el trampolín para que la editorial Edelvives publicara ese trabajo y todos los siguientes en español. Sin dejar de tomar riesgos y sin descansarse en un estilo reconocible y consagrado, publicó numerosos títulos, cada uno singular, entre ellos Cyrano (2005), de su esposo Thaï-Marc Le Thahn, basado en el clásico de Edmond Rostand; Elvis, también de Le Thahn (2008 en francés, 2012 en español); una bellísima versión de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll (2010); El pequeño teatro de Rébecca (2012); y Seda, de Alessandro Baricco (2013). El año pasado salió el primer libro del que se considera plenamente autora integral, Las ricas horas de Jacominus Gainsborough. Hace unos días estuvo en Montevideo –uno de esos lujos que ligamos por la proximidad con la Feria del Libro de Buenos Aires– y la diaria conversó con ella sobre su obra y sus proyectos.

¿Con qué expectativas venís en esta visita a América Latina?

Estoy invitada por Edelvives, que es una editorial muy fiel conmigo y que publica todos mis libros [en español], porque yo trabajo directamente con mi editorial francesa. Es importante para nosotros conocer a los lectores, que son bastante diferentes según los países. Lo vi ayer en Bogotá, Colombia; el gusto de los lectores cambia de un país a otro, no sé por qué. Es interesante saber todo eso. Para mí es un estímulo saber que mis libros se leen acá; me resulta muy extraño y maravilloso saber que del otro lado del mundo hay personas que conocen mi trabajo.

¿Cómo empezaste a ilustrar libros para niños?

Llegué al mundo de la ilustración porque me gusta mucho dibujar y pintar, y como artistas podemos llevar a cabo nuestro trabajo en la edición infantil y juvenil, donde se publican libros ilustrados, algo menos frecuente en los libros para adultos. La verdad es que ante todo me gusta dibujar. Ahora estoy descubriendo el interés en escribir historias, contar cosas, ir un poco más lejos. Lo hice dos o tres veces, no recuerdo exactamente cuándo. Ahora estoy cambiando la idea de mi trabajo: quiero contar cosas, compartir historias. Tengo la impresión de que hoy en día estoy empezando un verdadero trabajo de autor. Jacominus es el primer libro en el que me siento implicada como autora, en el que asumo mis palabras, mi escritura.

Tenés un estilo muy particular, vinculado con la fotografía, con una impronta muy realista que al mismo tiempo incorpora un mundo diferente.

Me ayuda mucho pensar como fotógrafa, como si tuviera una cámara en las manos, para encontrar la composición. Cuando no sé cómo encontrar una escena, imagino a los actores que vienen a actuar su rol y la decoración de la escenografía, la luz, como en el teatro. Para mí es más fácil imaginar las cosas concretamente y luego hacer la foto cuando tengo la escena que me gusta. Voy rotando para encontrar el mejor punto de vista. Me ayuda mucho razonar así: es más concreto que esperar una inspiración que viene de no sé dónde. Cuando era estudiante me gustaba mucho la fotografía, había imaginado que iba a convertirme en fotógrafa, pero la suerte y los encuentros me empujaron a practicar fotografía pintada, podría decirse.

Eso le da a tu ilustración una impronta de alguna manera inquietante: uno se ve inmerso en un universo que al mismo tiempo se ve real y es fantástico.

No me preocupo mucho por la realidad. Me alimento de todo lo que puedo encontrar en los alrededores, pero lo que me gusta es estar en mi taller, cerrar todo e imaginar algo con la combinación de elementos reales pero en un mundo paralelo. No me gusta quedarme en la realidad, siempre necesito una pequeña piedra en el zapato. Me gusta poner en mis ilustraciones un detalle que sea diferente, que sea sorprendente, que llame la atención. Las cosas demasiado realistas me molestan un poquito. Por ejemplo, en un retrato de una princesa le saqué un ojo, la hice tuerta. Trato de generar algo distinto.

Foto del artículo '“Necesito siempre una pequeña piedra en el zapato”: con la ilustradora francesa Rébecca Dautremer'

En tu carrera tomaste muchos riesgos: Una Biblia, Alicia en el país de las maravillas, por poner sólo dos ejemplos.

Con el éxito de Princesas olvidadas o desconocidas las editoriales me pidieron un montón de veces hacer algo similar, porque comercialmente sería una gran jugada, pero yo prefiero cambiar y hacer cosas diferentes, buscar una propuesta nueva para renovar mi trabajo. Es importante renovar. Una Biblia fue una experiencia muy fuerte y larga, un trabajo importante. Fue muy especial porque se trata de historias muy conocidas por todos, con un peso importante por la significación que tiene para mucha gente. Con Philippe Lechermeier hicimos este libro con un objetivo cultural, en absoluto religioso, porque son historias que vale la pena que sean contadas. Tuve que olvidar mi propia educación católica para osar poner en imágenes las escenas que conocía de la Biblia, tuve que olvidarme de lo que sabía; no osé dibujar a Jesús en la crucifixión. Aunque hoy no me siento tan implicada en la religión, es difícil. Por otra parte, la Biblia implicaba hacer un montón de ilustraciones, entonces me llevó mucho tiempo. Pero fue interesante.

¿Cómo fue el proceso de trabajo con Alicia?

Alicia es otra cosa, es un libro que casi todos los ilustradores hacen, un pasaje obligado. Fue más fácil porque rápidamente olvidé lo que sabía de Alicia, sobre todo lo que provenía del universo visual de Disney que todos tenemos en mente. No me gusta mucho la historia y el personaje no me cae simpático, pero cuando mi editor me propuso hacer este libro y fui al original, que no conocía, leí el texto, y al final aparecía el retrato fotográfico que había hecho Lewis Carroll de Alice Liddell, la pequeña a la que le contó la historia. Podría decir que ese retrato me llamó. Me gusta mucho la fotografía y este mundo tan extraño de la época victoriana, que es muy negra. La serie de fotografías de Carroll me convocó más que la historia en sí. Aunque no necesito una historia que me guste para hacer un trabajo de ilustración. No me siento muy cómoda con el ambiente de Alicia, pero es una oportunidad por la riqueza de imaginación de situaciones y personajes.

Jacominus es el primer libro en el que te sentís afianzada como autora integral. Cuenta una vida y es un libro que tiene su complejidad, con distintos niveles de lectura.

Tenía diferentes objetivos con ese libro. Ante todo, quería volver a un mundo un poco más acogedor para los niños dibujando personajes animales. Quería hacer personajes principales muy tiernos, así que hice un montón de bocetos que mostré a diferentes personas para ver sus reacciones: obtener un “¡oh, es tan tierno!” era uno de mis objetivos. Recordaba el mundo de Beatrix Potter, que es muy british, cheesy [cursi] y un poco kitsch. En ese mundo me siento bien. Todo está en su lugar: los pequeños conejitos, los jardines, todo está perfecto. Quería proponer un mundo suave y acogedor. También quería contar una vida, pero una vida normal, sin proponer un personaje principal que sea un héroe. Y también quería contar una vida desde el principio hasta los últimos segundos, sin esconder los momentos difíciles o tristes, y hablar de esos momentos como sucede a menudo en la vida, que los momentos tristes aparecen mezclados con cosas buenas. Por ejemplo, el entierro de la abuela es un momento muy triste de la vida de Jacominus, pero también es cuando se da cuenta de que está enamorado de Dulce Vidocq; es un momento ambiguo. Quería que fuera un libro que pudiera compartir toda la familia: los más pequeños pueden entrar solamente buscando al pequeño conejo en las páginas, porque es un cuento de búsqueda, pero también pueden compartir con los padres un tema más serio, como es la muerte de la abuela.

Se nota esa diferencia de tonalidades con otros libros, que son más oscuros.

No me doy cuenta de todo, porque no controlo todo. Había pensado hacer una docena de imágenes como cuadros de la vida. Quería que cada una fuera un cuadro teatral, con el placer de que el lector pueda dedicarles un poco de tiempo. Es un orgullo que los lectores me den su tiempo, porque yo me detengo a pintar los detalles para hacer una invitación al lector que sea un mundo completo, para compartir un momento más largo que leer el libro. Pero no puedo saber si funciona siempre. Una madre me contó que la página preferida de su hija pequeña, de tres o cuatro años, era la del entierro, y que cada vez que abría el libro quería ir a esa página para observarla durante un buen rato. Eso es lo que busco mientras trabajo.

¿Podés comentar algún proyecto que tengas entre manos?

Acabo de terminar un libro de papel troquelado, como El pequeño teatro de Rébecca [2012]. Tiene 100 páginas, todas troqueladas, entonces el lector puede atravesar todo el libro. Es un mundo de papel. Son como planos de teatro. El próximo es la versión blanca, lo va a publicar Edelvives, se llama La cita. Es una cita entre dos personajes que se encuentran al final del libro. Acabo de terminarlo y está en imprenta. Ahora estoy trabajando con la novela De ratones y hombres [1937], de John Steinbeck, un libro para adultos. Es una aventura muy interesante. Lo voy a ilustrar con el máximum de ilustración. Será un libro de unas 400 páginas, una novela gráfica. Quería que tuviera más ilustraciones que texto, pero quiero que se mantenga completo el texto original, por lo tanto la proporción significa que tengo que trabajar mucho. También quiero seguir trabajando con el personaje de Jacominus y hacer un libro de philosophie lapinesque, filosofía de conejos.