Cuando un escritor sitúa a sus seres ficticios sobre el plano de una ciudad real, apropiándose de calles, barrios, plazas y suburbios, reconvirtiendo el entramado arquitectónico en función de los desplazamientos de los personajes, el elemento administrativo del núcleo urbano deviene en sí mismo ficción. De esa forma, en ciertos libros se puede encontrar una Lima de Julio Ramón Rybeiro, una Habana de Guillermo Cabrera Infante, una Nueva York de James Baldwin y una Londres de Virginia Woolf, para no caer en la obviedad de mencionar la ciudad recreada el 16 de junio de 1904 por cierto autor irlandés. En esa la larga lista de ciudades reales devenidas ciudades literarias se debe incluir a la Bucarest de Mircea Cartarescu, la ominosa protagonista de su novela Solenoide.

El desborde

Hace unos meses, cuando fue entrevistado por el diario La Vanguardia ante la aparición en España de su novela El ala izquierda, Cartarescu contó la clave de su trabajo como escritor: el de la acumulación que lleva al desborde, es decir, escribir sin parar, como si se estuviera redactando un libro único a lo largo de toda la vida, cuyo punto final estaría pautado, obviamente, por la muerte del autor. Esa misma fuerza creadora alienta al protagonista narrador de Solenoide, que presenta la historia de su vida en casi 800 páginas.

El desborde no es solo escritural, fruto de una imaginación confinada que necesita expandirse, sino que permea la casa con forma de barco donde vive, la escuela de los suburbios donde dicta clases de rumano y la ciudad de Bucarest en su conjunto, una mole de horribles edificios grises y húmedas fábricas abandonadas, donde los tranvías nunca pasan en hora y nadie es quien aparenta ser. Mientras enseña, se enamora, y es atravesado por recuerdos perturbadores de una infancia pobre y enfermiza, el innominado protagonista de Solenoide escribe y lee a troche y moche, aunque dos por tres lo aprisione la duda existencial de la tarea que está llevando adelante: “Después de leer decenas de miles de libros, no puedes evitar preguntarte: ¿dónde ha estado mi vida durante todo este tiempo? Has engullido un revoltijo de vidas ajenas que tienen una dimensión menos que el mundo en el que existes, por muy sorprendentes tours de force artísticos que sean. Has visto los colores de otros y has sentido la aspereza y la dulzura y la posibilidad y la exasperación de otras conciencias, que han eclipsado y arrastrado a la sombra a tus propias sensaciones. Y si al menos hubieras penetrado en el espacio táctil de otros seres como tú, pero se han limitado a hacerte girar entre los dedos de la literatura. Te han prometido siempre, con mil voces, la evasión, y a cambio te han robado incluso la bruma de realidad que te queda”.

El insectario

Si a veces en sordina y a veces en primer plano Bucarest es la protagonista, el nodo que aúna las decenas de historias de Solenoide, la novela dispone de otro personaje que nunca actúa como individuo, como una unidad caracterizada en el plano de la acción, sino que se disgrega en miles de partículas que amenazan y en ocasiones logran carcomer al propio libro, que redacta como un poseso el sufriente narrador: los insectos.

Entre los sueños intrauterinos, los divagues de ciencia ficción, las sórdidas historias de amor, los brotes de demencia, las disquisiciones sobre el tiempo y la materia y hasta una teoría de los números que puede alterar todo el universo conocido, junto a la escritura avanzan los ácaros, esa minúscula forma de vida que pulula y coloniza todo lo que rodea al protagonista, y que da paso a un sinnúmero de criaturas invisibles, convirtiendo a Solenoide en una suerte de insectario o de particular tratado sobre la materia.

Y Borges

Por su arte para desarrollar varias historias de compleja estructura y desconexión aparente, mezclándolas en un mejunje argumental que abreva de la física, de las teorías conspirativas y del propio peso de la Historia como elemento determinante en el flujo del cosmos, muchos críticos han vinculado a la novelística de Mircea Cartarescu, que antes que nada fue poeta, con la obra del inubicable novelista estadounidense Thomas Pynchon, de quien el rumano se ha declarado más de una vez admirador. Y si bien es verdad que la conexión está más que presente en Solenoide, donde el objeto que le da nombre al título de la novela, por su misteriosa ubicación en la trama, tiene mucho que ver con el “Schwarzgerät” que aparece en El arcoíris de la gravedad (1973), la primera gran (y grande, por extensa) novela de Pynchon, entre otras, muchísimas conexiones, el escritor que aletea sobre todo el libro de Cartarescu es Jorge Luis Borges.

Más allá de la referencia precisa que el narrador hace en un momento a esa pieza magistral que es “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, que el argentino publicara en la revista Sur en 1940 para incluir luego en El jardín de senderos que se bifurcan (1941) y que más tarde formaría parte de Ficciones (1944), la presencia de Borges en Solenoide, novela poblada de libros apócrifos y autores reales y de textos auténticos y autores inventados, así como de bibliotecarios, manuscritos y espejos (tres elementos de neto corte borgeano), se hace fuerte en una de las historias más luminosas de la novela, que incluye a una niña, una nave y un baldío donde aparecen y desaparecen objetos.

Avasallante en su despliegue de imaginación, en su orfebrería de espacios y de mundos paralelos, en su reescritura de libros anteriores que acá aparecen despojados de todo ornamento para ser manifestaciones de prosa pura y dura, Solenoide es una experiencia literaria atípica en esta época que hace culto de la brevedad y de la preeminencia de lo real por sobre la materia perturbadora, pero siempre necesaria, de los sueños.

Solenoide, de Mircea Cărtărescu. Madrid, Impedimenta, 2018. 794 páginas.