Dentro del panorama de la música popular argentina, Carlos Negro Aguirre ha desarrollado una conmovedora y singularísima obra que revela las posibilidades del cancionero litoraleño y las variantes del territorio musical folclórico, en complicidad con el silencio y las resonancias de un paisaje siempre en fuga. A lo largo de su obra, Aguirre impulsó el desarrollo de un lenguaje vanguardista amparado en la tradición, reivindicando otro modo de escucha, nuevas texturas y composiciones.
Este pianista y compositor nació en 1965 en Seguí, una ciudad de Entre Ríos, y comenzó a estudiar piano estimulado por su hermano mayor tanto como por el folclore y el paisaje rural. Desde comienzo de los 90 compartió proyectos y escenarios con emblemáticos músicos como Jorge Fandermole, Rodolfo Chacho Müller, Hugo Fattoruso, Juan Falú, Egberto Gismonti y Hermeto Pascoal; en paralelo a su etapa solista, mantuvo el Carlos Aguirre Trío y el Carlos Aguirre Cuarteto. En 1993 creó en Paraná (donde vive), junto a Luis Barbiero, el sello independiente Shagrada Medra, con el que Aníbal Sampayo grabó su último disco, De antiguo vuelo (1999). El sello fue pensado como un modo de militancia cultural y da cuenta de un exquisito catálogo, en el que el propio Aguirre editó sus álbumes: Crema (2000), Rojo (2004, que incluye “La vidala que ronda”, dedicada a las Madres de Plaza de Mayo) y Violeta (2008), con su grupo; Caminos (2007), 13 composiciones instrumentales para piano; Arrullos (2008), a dúo con la cantante Francesca Ancarola; y su trabajo solista –junto con varios invitados– Orillania (2012), en el que recorre la canción latinoamericana.
La última vez que viniste ibas a interpretar “Gurisito” y “El vals de la duna” junto con Daniel Viglietti, pero no fue posible porque Daniel Viglietti había fallecido semanas antes. ¿Cómo surgió este cruce con Ibarburu?
Tras un breve pero muy intenso encuentro con Daniel Viglietti en Santa Fe surgió aquella idea de invitarlo a compartir con nosotros sus canciones. Era un concierto que íbamos a hacer junto con la compositora y cantante chilena Francesca Ancarola. Tristemente no fue posible tal convite porque Daniel partió unas semanas antes. Felizmente nos queda su obra, que es enorme, y el recuerdo de un tipo de una actitud tan despierta, que sembró en sus canciones la semilla de la esperanza. Y tantas cosas más que podría decir de él. Con Nicolás la cosa viene de lejos, de sus numerosas idas a Paraná como integrante de la banda de Jaime Roos. Ahí no nos conocíamos, pero desde el público paré la oreja a este enorme músico. Luego sucedió un encuentro gracias a Luis Salinas [a comienzos de la década de 1990, Aguirre integró su banda], que reunió un grupo de músicos para la presentación de uno de sus discos en el teatro Cervantes de Buenos Aires. Un camarín muy poblado y en el que hubo hasta una guitarreada previa al concierto. Allí estaba Nicolás, y conocer la persona de ese músico que me encantaba fue la experiencia que completó las ganas de regar ese vínculo y comenzar a imaginar cosas para hacer juntos. Después vinieron toques de presentación de un disco que acababa de grabar, Orillania, y se me ocurrió convocarlo. Nico se integró a ese proyecto en esos años y allí comenzó una sucesión de hermosas instancias de sonar juntos. También hubo un concierto en un Ciclo de Dúos que hago desde hace varios años en Argentina, y en cada uno de estos encuentros se ha ido gestando un cariño enorme, y vamos encontrando la manera de versionar canciones de ambos en formato de dúo.
¿Cómo pensaron este concierto en particular?
Con Nicolás integramos un proyecto en mi ciudad, Paraná, junto con otros queridos músicos. La idea, en ese caso, es desarrollar un laboratorio en el que probamos un montón de ideas y abordajes posibles de la música hurgando en claves rítmicas y en una búsqueda tímbrica muy abierta. Esa experiencia constituye otro espacio, en el que seguimos conociéndonos, y completa el universo de cuando tocamos a dúo.
Con Shagrada Medra editaste el último disco de Aníbal Sampayo. ¿Cómo se dio ese intercambio?
Aníbal tenía una estrecha relación con Miguel Zurdo Martínez, un importante guitarrista y cantautor de Paraná. Entre las numerosas idas para visitar a su amigo, se fue haciendo un tipo muy querido en todo nuestro entorno. En una de estas visitas el Zurdo me contó que estaba la idea de grabar un disco y que la intención era hacerlo dentro del sello que dirigimos junto con Luis Barbiero desde 1993. Así, lo empezamos a pensar como una hermosa posibilidad. Cuando llegó el día de comenzar a grabar, puedo asegurarte que fue una experiencia tan plena, de tanta emoción, de tanta risa... Todos quedamos impregnados de sus impronta musical y humana, y agradecidos eternamente.
Después de tantos años, ¿seguís concibiendo al folclore como algo distinto?
Por una serie de razones sigo eligiendo el folclore para expresarme, sólo que tengo un concepto un tanto expandido de esa música y trato de abordarla sin prejuicios, aprovechando herramientas que han sido desarrolladas de otras maneras por otras músicas del mundo. Muchas veces, en esos cruces experimento una suerte de aire renovado. Claro que parto de un bagaje muy rico, que ya viene por tradición con ese género musical, pero no me cierro a las lógicas que han generado otras arquitecturas musicales, y las hago dialogar con nuestras raíces.
Cuando decís que Atahualpa Yupanqui viene desde “el corazón del silencio”, ¿te referís a un estado, o más bien a una búsqueda? Me lo pregunto, sobre todo, pensando en el lugar que el silencio ha ocupado en tu obra.
Tal vez sea ambas cosas. Es un estado al que intento llegar conscientemente como persona, y una búsqueda de expresarlo mediante la música. Parte de mi estudio cotidiano es sentarme a la vera del río Paraná y contemplarlo en silencio, para escuchar la música del paisaje sin la especulación de sacar inspiración de allí. Sólo vivir esa sensación cotidianamente. Claro que, después, lo que me deja esa práctica cotidiana seguramente se irá colando en mis composiciones. El silencio es desde donde parte todo; la razón por la que le tengo muchísimo respeto y persigo ese estado cada vez que me siento a tocar o a pensar una idea musical.
Hace un tiempo recordabas que cuando eras niño llorabas al escuchar folclore porque era una música que hablaba de tu lugar. ¿Esas resonancias siguen presentes al momento de componer?
Siguen, y muy fuertes. Es, tal vez, la sustancia de la que está cargada mi mochila. Esa etapa fundante que es la primera infancia y la adolescencia fue habitada por esos paisajes de campo y por obras como la de Atahualpa Yupanqui, pero también la de Aníbal Sampayo, Viglietti, [Víctor] Jara, [Alfredo] Zitarrosa, Violeta Parra y Simón Díaz, entre tantos que han pintado esa vida, pero no sólo como una postal costumbrista, sino como una posibilidad de mirar en profundidad ese paisaje. Ver la complejidad de sus problemáticas y, desde allí, regar la gestación de nuevas realidades, más conectadas con la naturaleza y el amor.
Auditorio por Jacksonville
Este año, Música de la tierra cambia su formato habitual por una serie de seis encuentros en el Auditorio del SODRE, en los que combinará conciertos y clínicas con artistas nacionales y de la región, junto a talleres gratuitos con materias primas y oficios del campo.
El primero será mañana a las 21.00, con Carlos Aguirre (que dará su clínica el sábado a las 10.00) y Nicolás Ibarburu. Los siguientes serán con Vitor Ramil (21 de junio), Jorge Fandermole y Laura Canoura (26 de julio), Renato Borghetti y Trío Ventana (31 de agosto), Juan Quintero y Edgardo Cardozo (27 de setiembre), y Rubén Olivera y Ernesto Díaz (11 de octubre).