Los mejores linajes se construyen sobre el robo. Lo enseñó Jean-Jacques Rousseau en el Discurso sobre el origen y fundamento de la desigualdad entre los hombres (1755). Todo se arruinó, afirmaba, por culpa del “primer hombre que cercó un terreno, dijo ‘esto es mío’ y halló gente bastante ingenua para creerle”, sin que nadie quitara las estacas y advirtiera: “Cuidado con escuchar a este impostor; está perdido quien olvide que los frutos son de todos y la tierra de nadie”.
Venecia lo sabe bien. Basta con mirar la fachada de la iglesia de san Marcos y ver la cuadriga de corceles para recordarlo. Se suponía que las tropas venecianas iban rumbo a Jerusalén a participar en la cuarta cruzada, en aquel lejano 1204. En el camino, cegados por la riqueza de Constantinopla, no les pareció contradictorio cambiar de objetivo y saquear la capital cristiana de Oriente. De regreso se trajeron la cuadriga de cobre y bronce. Pasados cinco siglos del robo, Napoleón se la llevó a París. Quien roba a un ladrón no tuvo, esta vez, 100 años de perdón: en 1815 lo obligaron a devolverla. No a Constantinopla, que ya era turca y se llamaba Estambul, sino a Venecia.
El principal tesoro de la basílica no son esos caballos, sino unos restos mortales, también robados. Aunque en la vida de san Marcos el Evangelista Venecia no existía, la leyenda dice que soñó con esa ciudad como el lugar de su descanso eterno. Muy conveniente. En la Edad Media las reliquias de santos eran tan importantes como las reservas de oro. Así que Venecia, potencia marítima en ciernes, traficó su linaje. Comerciantes venecianos robaron de Alejandría el cuerpo del santo un 27 de mayo del 828.
Lo bueno de esto –y hasta Rousseau hubiera estado dispuesto a admitirlo– es que el hijo de un tintorero volvió esa historia una obra maestra. La traslación del cuerpo de san Marcos es un óleo de cuatro metros por tres pintado por Jacopo Comin, o Robusti, más conocido como Tintoretto (Venecia, 1518).
De fondo, Alejandría devastada, ciudad de pesadilla. En el centro los barbados ladrones subiendo el cadáver a un camello. No parece un cuadro de 1566, porque nada del mejor Tintoretto parece de su época. Con una personalidad de mercenario paralela a la de genio –ambas indispensables para sobrevivir en la Serenísima República–, pintaría otros momentos de ese episodio, al óleo o al fresco. La traslación... está hoy en la Galería de la Academia, en Venecia, junto a su otra obra maestra, San Marcos liberando al esclavo.
Desde el año pasado hasta comienzos de este, la ciudad lacustre honró al mejor de sus hijos (perdón, Tiziano; perdón, Bellini) con dos grandes muestras por los 500 años de su nacimiento. Tras culminar, una parte se envió al extranjero y se puede ver hasta el 7 de julio en la Galería Nacional de Washington. No es un mal sitio para recordar, con Rousseau, que la propiedad privada nació como apropiación indebida.