La culpa es un thriller de “alto concepto”, y una de esas ideas que funcionan muy bien y alcanzan una buena taquilla a partir de un costo realmente ínfimo. Es la historia de un policía que está trabajando en el servicio de emergencias 112 (equivalente danés de nuestro *911) y recibe la llamada de una mujer que está secuestrada. Por determinados motivos, Asger, el policía, se involucra especialmente con esa ocurrencia y, desde el teléfono, intenta orientar a la víctima, seguir algunas pistas que permitan entender lo sucedido y que contribuyan a ubicarla, y guiar a los patrulleros para que puedan rescatarla. En la práctica, la cámara nunca deja el espacio del call center del 112, y la acción visual se centra en el personaje de Asger, con una mínima participación de sus colegas presentes en el lugar. Lo más importante, sin embargo, no lo vemos: sólo accedemos a ello a través del sonido en las conversaciones telefónicas. Hay acción, violencia y vueltas de tuerca en la historia, pero no las vemos, sólo las acompañamos. Quizá la premisa parezca excesivamente austera para los fans de blockbusters, pero en la práctica uno queda pendiente de qué es lo que va a pasar. Jake Gyllenhaal –protagonista de Donnie Darko– compró los derechos para hacer una remake hollywoodense de esta producción danesa que él mismo planea protagonizar.

Lo del “bajísimo presupuesto” es, ni que hablar, en términos primermundistas. La película está interpretada por un actor bien conocido en Escandinavia (Jakob Cedergren), filmada por un equipo completo (es decir, mucha gente ocupándose de todos los detalles) y tiene, sobre todo, un tremendo trabajo de sonido, que contribuye a darnos el ambiente de cada una de las llamadas (mérito sobre todo del diseñador de sonido, Oskar Skriver). Por suerte, los realizadores resistieron la tentación de “dinamizar” lo visual a la manera histérica de, por ejemplo, lo que hizo Danny Boyle en 127 horas (2010). No, aquí nuestra atención se centra realmente en los eventos, en los sentimientos de Asger y en las expectativas que se crean. Buena parte del tiempo tenemos planos cerrados del rostro de Asger con el fondo fuera de foco. Cuando recién pasa la media hora de película, entra por primera vez en foco Torben, el colega sentado al lado de Asger, cuando entablan un breve diálogo.

La cámara casi no se mueve. La primera y única intervención de música es en los últimos minutos cuando, entre otras cosas, conquistamos por primera vez, a modo de resolución visual, un plano de cuerpo entero de Asger. La parte central de la película es aun más minimista, ya que Asger se encierra en la oficina de al lado y baja todas las persianas, quedando en la oscuridad, iluminado únicamente por la pantalla de la computadora. No hay elipsis notorias, así que asumimos que la historia transcurre en tiempo real.

El culpable

Más allá de que La culpa funcione muy bien, si pensamos un poco resulta inverosímil que la Policía danesa sea tan displicente ante un caso de secuestro, lo que obliga a Asger a hacer buena parte de la investigación él mismo, por teléfono, a escondidas de su supervisora y violando la cadena de mando (y algunos otros principios legales y de conducta policial). Además, quizá por razones de economía narrativa, Asger nunca comunica a los demás policías todo aquello de lo que se entera (por ejemplo, luego de sus subsiguientes llamadas a Iben, la secuestrada, y Michael, el victimario, no llama a la coordinación de los patrulleros para indicar las novedades sobre su ubicación, que puede visualizar en la computadora mientras se está comunicando). Lo más llamativo es que nunca llega a contarle a nadie los sorpresivos descubrimientos a los que llega hacia el final, y entonces, una de dos: o los policías que se acercaron a Iben se enteraron mágicamente (a partir del principio intuitivo de que, si nosotros, los espectadores-dioses, nos enteramos, ellos tienen que haberse enterado también) o se corre el riesgo de que ocurran cosas muy graves (eso no lo puedo explicar sin estropear la sorpresa).

Hay una segunda línea narrativa que involucra a Asger. Él en realidad fue transferido en forma provisoria al servicio 112 porque lo suspendieron del trabajo en las calles luego de un incidente de violencia policial del que fue responsable. De alguna manera, su fuerte involucramiento emocional con el episodio del secuestro se vincula con su conciencia pesada (el título local distorsiona un poco el original, que se traduce como El culpable). La resolución del clímax de la película envuelve la mención explicitada por Asger de su arrepentimiento (y entonces nos enteramos de qué fue lo que hizo), pero este, por su lado, será una herramienta de empatía para controlar la situación del otro lado de la línea telefónica.

Hay un aspecto interesante en el personaje y en la película, que no sé si refleja el entrenamiento que recibe la Policía danesa: hay una preocupación especial por las mujeres y un tratamiento claramente desigual entre los sexos. En una de las primeras llamadas que recibe, antes de que nos metamos con la ocurrencia que nos ocupará por el resto del metraje, tenemos a un tipo que fue asaltado por la prostituta que intentó contratar. Claramente, Asger lo trata con repudio (y recomienda a los del patrullero que hagan esperar al tipo, para que sufra un poco), como si pretender recurrir a servicios sexuales pagos entre gente mayor fuera algo que mereciera el desprecio y el maltrato. Cuando asume que otra llamada refiere a violencia de un varón hacia su pareja, al comunicarse con el sospechoso le habla con severidad, anticipa que el hombre va a pagar por ello y en ningún momento pretende averiguar si el tipo está psicológicamente bien o si necesita algún tipo de amparo. Más adelante, cuando habla con una asesina (confirmada y sin más atenuantes que su condición psiquiátrica), le habla en términos de ternura y empatía, le asegura que entiende que ella no lo hizo por mala y manifiesta una gran preocupación por que no vaya a quitarse la vida.

La culpa (Den skyldige). Dirigida por Gustav Möller. Con Jakob Cedergren. Dinamarca, 2017. En Cinemateca, Casablanca, Alfabeta.