El 26 de noviembre de 2008, la ciudad de Mumbai se vio aterrorizada por una serie de ataques coordinados, perpetrados por diez jóvenes paquistaníes que, según se supo después, habían sido entrenados por la organización yihadista Lashkar-e-Taiba. Del total de 12 incidentes en distintas partes de la ciudad, el que más se prolongó y generó la mayor cantidad de víctimas fue el copamiento del lujoso hotel Taj por cuatro de los terroristas, con la intención de matar a todos los que estuvieran allí (unos cientos de personas). Luego de muchísimas horas y más de 30 muertos, las fuerzas especiales de seguridad de India finalmente llegaron al lugar, lograron tomarlo y matar a los asesinos.

Esta es por lo menos la quinta película de ficción sobre estos ataques (y la segunda producida principalmente en Australia), pero fue la que tuvo la distribución internacional de mayor alcance, probablemente debido a la participación de Estados Unidos en la producción. Hotel Mumbai muestra el arribo del grupo de terroristas en una lancha inflable a una playa de Mumbai, da una primera idea de la extensión de los ataques, ejemplificados en las masacres en la estación de tren Chhatrapati Shivaji, en el café Leopold y en algunos de los ametrallamientos aleatorios de peatones en las calles, hasta que se concentra en el espacio amplio pero confinado del hotel.

Por un lado, la película integra una especie de género más o menos reciente, que es la reconstitución históricamente fiel de ataques terroristas (se puso de moda con Vuelo 93, de Paul Greengrass, 2006, aunque ya existía antes). Pero está mezclada con un componente mucho más banal de cine catástrofe, trabajado de una manera bien elemental. Así que la película empieza describiéndonos los distintos personajes que luego servirán de focos de identificación y para llevar adelante las líneas de acción concomitantes (y que a veces convergen y luego vuelven a divergir). Mientras la música boba intenta manipularnos con sus clichés para orientarnos con respecto a lo tierno, lo preocupante, lo ominoso o lo muy dramático, vemos a Arjun y sabemos que es bueno, porque está interpretado por la estrella internacional Dev Patel –quien, de por sí, ya tiene tremenda cara de bueno–, porque cuida a su hijito chico y su mujer, muy dulce, está embarazada. En el correr de la película todo lo que hará el personaje será generoso, corajudo, correcto, diplomático (véase la manera como lleva adelante la situación con la señora inglesa asustada por su exótico turbante de sij). Vemos también a la pareja de turistas con un bebito y la niñera. Vemos la eficacia y dedicación del personal del hotel, encarnado sobre todo en el jefe de cocina (el 501er rol cinematográfico del venerable ícono de Bollywood Anupam Kher, con el carisma habitual). La película tiene toda la apariencia de haber contado con un fuerte apoyo económico del grupo Taj, porque insiste en mostrar las bellezas del hotel, la dedicación del personal y, en el epílogo, dedica unos minutos a mostrar que todo lo que vimos destruirse se reconstituyó y ahora está funcionando de vuelta a las mil maravillas. Además la película, si no me falló la atención, omite toda referencia a la competencia (el hotel Oberoi Trident, atacado al mismo tiempo que el Taj).

Hay otros aspectos de la película que están simplificados. El ataque al Taj se extendió por tres noches y dos días (de las 23 horas del 26 de noviembre a la mañana del 29), y aquí se condensa en una noche terrorífica, lo cual queda mucho más cinematográfico. Más allá de la banalidad de los recursos de cine catástrofe, en términos generales informa sobre un episodio terrible que aquí no se difundió tanto y mayormente cayó en el olvido, y además genera un clima muy angustioso referido a lo caótico de verse atrapado en un episodio como estos sin entender bien qué está pasando, y lo terrorífico que es enfrentar a gente que se planta por fuera de los paradigmas de conducta que hacen al mundo vivible (empatía, propósitos desde los cuales uno podría llegar a negociar, apego a la propia vida, etcétera).

Más allá del costado cine catástrofe, la película esquiva elementos de acción heroica. No hay ningún Bruce Willis entre los huéspedes o empleados del hotel. Los heroísmos son del tipo más modesto (prescindir de la oportunidad de huir para ayudar a otros, intentar establecer la calma) y, al parecer, responden más o menos a hechos que sí ocurrieron.

Lo interesante es que se esquivan maniqueísmos fáciles. Los terroristas se muestran como religiosos sinceros (uno de ellos se rehúsa a revisar el sutién de una mujer a la que acaba de fusilar), y la película insiste en mostrar que se trata de gente oriunda de una vida miserable, que jamás había tenido contacto, por ejemplo, con un inodoro moderno. El contraste entre la pobreza extrema de los orígenes de esos jóvenes paquistaníes y la opulencia del hotel es uno de los factores usados por sus instructores para generar resentimiento e incitar la deshumanización de sus víctimas. Entre los personajes hay uno especialmente curioso: un millonario ruso antipático, prepotente y machista que estaba preparando una orgía con prostitutas en su habitación. Casi todas sus acciones son egoístas, y cuando se vuelve generoso es para ayudar a la bellísima Zahra, seguramente motivado por el propósito de seducirla si por ahí lograban zafar. Ese tipo horrible, sin embargo, va a ser el que protagonice los actos de enfrentamiento más netos con los terroristas. Y sobre todo, el que diga la frase más formidable de toda la película: cuando Hermant Oberoi le dice que estará rezando por él, él contesta, en forma groseramente antipática pero conceptualmente precisa, que no le importan los rezos porque, en definitiva, es por culpa de los rezos que ellos se encuentran en esa situación.

Hotel Mumbai: el atentado (Hotel Mumbai). Dirigida por Anthony Maras. Basado en el documental Surviving Mumbai, de Victoria Midwinter Pitt (2009). Con Dev Patel, Nazanin Boniadi, Anupam Kher. Australia / India / Estados Unidos, 2018. En varias salas.