La embajada de Francia (Uruguay 853) expondrá una selección de dibujos de su libro La interminable (publicado recientemente por Ediciones del Caballo Perdido), y más de una treintena de cuadros –de distintos formatos– que recorren diversas etapas de la obra pictórica de Carlos Liscano. Cuando fue apresado a principios de los 70 (fue preso político durante 13 años, entre 1972-1985), Liscano se vinculó a la escritura y dedicó buena parte de su obra a reflexionar sobre ese período (El furgón de los locos, 2001; Manuscritos de la cárcel, 2010, entre varios), consciente de que el arte es “una forma de decir aquello que no tiene nombre”. A partir de 1985, se dedicó a la narrativa, la poesía y la dramaturgia, fue director de la Biblioteca Nacional (2010-2015), y, en paralelo, desarrolló su actividad gráfica.
Sobre esta apuesta, el autor recuerda que en 2010, cuando estaba en la Feria del Libro de París, le regalaron una libreta de tapas negras. Al año siguiente comenzó a “emborronarla”. Tiempo después, retomó la idea de contar la historia del señor y la señora Azul, aunque eso volvió a derivar en garabatos y textos: “En 2018 pensé que podría seguir trabajándola de modo indefinido, lo que la volvía ‘interminable’. Sin orden, al azar, fui incorporando textos circunstanciales y nuevas viejas imágenes, y continué con ella hasta hoy”. Dice que, desde hace más de 40 años, cuando leyó –estando preso– los Escritos sobre arte (1975), del francés Jean Dubuffet, le interesó el arte de los “no profesionales (art brut)”: “He acumulado lecturas sobre el asunto, y mi curiosidad (¿admiración?) por esas obras, muchas de ellas hechas por alienados, no ha disminuido. Cuando hago estas cosas pienso en esa variante del arte menor. Pero nunca sé qué me motiva a hacerlas. A veces las veo como un diario gráfico de mis días”, admite.