Este año, Uruguay recibirá por segunda vez al Cosquín Rock, festival que hace rato dejó de identificarse con la ciudad cordobesa: hoy se extiende hasta México, y el 13 de julio llega por primera vez a Estados Unidos. Detrás de esta idea está el argentino José Palazzo, un empresario que prefiere identificarse con la imagen de “curador” de espectáculos. Con él conversamos de su carrera, de logística, de expansiones y un poquito de música. Cuenta que el Cosquín tiene socios locales en toda Latinoamérica, y que el festival es un producto popular, que también se concibe como un encuentro familiar, ya que “lo mejor pasa de día”. Y está convencido de que, en poco tiempo, cada festival tendrá independencia propia.

La edición uruguaya será el 4 y el 5 de octubre en el Parque Roosevelt, con grandes artistas convocantes (Babasónicos, Agarrate Catalina, Skay y Los Fakires, Sara Hebe); las entradas ya están a la venta.

¿Existe algo así como la vocación de organizar festivales?

Mi primer show fue Marky Ramone & The Intruders, y fueron 29 personas a verlo. No me voy a olvidar nunca de que mi mujer me dijo: “Che, ¿y vos tenés planeado que vivamos de esto?”. A partir de entonces empecé a hacer más shows y me profesionalicé. Armé un equipo de trabajo para que se dedicara a producir espectáculos. No uno, sino todos los que el mercado resistiese. Sabiendo que los recitales de rock no pueden ser muy grandes, porque si no vacían la plaza, y que cuando vienen [Ricardo] Arjona o Luis Miguel les sacan la plata a todas las familias, entonces tengo que hacer otro tipo de shows. Soy una persona que considera que curar un festival es un arte que no se aprende, pero hay un instinto, una pasión, una creatividad para combinar artistas, horarios y días, y que eso le guste a la gente.

Además de programar, la compañía tiene que encargarse de temas tan diversos como la seguridad, la entrada, la comida...

Tenemos áreas que se ocupan específicamente de cada una de esas temáticas. Un ticket office, un departamento de logística, un encargado de seguridad que a su vez coordina con la Policía, y, sobre todo, tenemos un encargado de alimentos y bebidas, que es un income importante. También tenemos un departamento comercial que se encarga de comercializar y atender a los patrocinadores. Eso lo hacíamos solos, entonces, en vez de hacer diez festivales en Latinoamérica, podíamos hacer uno al año y de milagro. Esta profesionalización, esta extensión, hizo que ahora sí podamos hacerlo.

¿Cómo dieron el paso de salir de Argentina y hacer festivales en todo el continente?

La idea era invertir en proyectos que tuvieran viabilidad, y nos encontramos con que en algunos casos no tuvimos que invertir: el año pasado en Uruguay, por ejemplo, no tuvimos que poner dinero. En el caso de México fue sold out [venta de todas las entradas] los primeros dos años. Por una cuestión operativa, en Chile planteamos hacerlo cada dos años, y nuestros socios locales van a tratar de hacerlo en un estadio de fútbol, por lo grande que lo imaginan. De hecho, ayer armamos un grupo con el que ya estamos trabajando en la programación de octubre 2020 de Uruguay, Paraguay, Chile, Colombia y Perú, para unificarlo.

¿En relación con la música que se toca en cada lugar?

Eso cambia mucho. Las bandas locales tienen estilos muy similares entre ellas. O sea, el rock peruano tiene influencias claras de su música folclórica. Ustedes tienen el candombe muy metido en el rock. Y los argentinos tenemos influencias del candombe, pero también del tango y del folclore. Lo mismo pasa con el rock boliviano, el colombiano y el mexicano.

¿Cómo influyó la inestabilidad económica de Argentina en el Cosquín Rock?

La crisis de 2002, 2003 y 2019 fueron disparadores de Cosquines Rock históricos, de mucha convocatoria. Como si ir fuera lo único que te quedara por hacer frente a la crisis. Ahora, si no tenés para pagar, no tenés para pagar. Y hace que un festival como el nuestro, que podría darse el lujo de traer tres o cuatro artistas internacionales, le sea inviable. Porque soportar proyectos en dólares, en un país que tiene inestabilidad y el dólar puede valer una cosa u otra, se hace muy difícil. Y las entradas tampoco pueden salir muy caras, porque el Cosquín Rock es un producto popular, que nunca ha superado los 40, 45 dólares en ningún lugar del mundo.

“Es una experiencia que incluye música, pero también ir a pasear, a ver seguidores de distintas bandas, comer variedades de comida en las que este año vamos a hacer más hincapié, y pasar el día”

¿Cómo se hace, a la hora de programar, para renovar y a la vez mantener una tradición?

Mirá, tenemos muchos cuestionamientos de gente que dice que el Cosquín Rock siempre es lo mismo, pero el año pasado tocaron casi 80 bandas que no habían tocado nunca en la historia del festival, y se incorporaron por lo menos tres o cuatro estilos que antes no hubieran sido pensados. Pero yo soy un defensor de que las bandas históricas que tienen gran convocatoria sigan siendo protagonistas, porque mucha gente va a eso. Nosotros proponemos grillas con muchos artistas nuevos, pero artistas nuevos que tienen alguna ventaja, un diferencial, algo que hace que vos digas: “Che, ¿viste esto? ¿Los fuiste a ver? ¡Son buenísimos!”. Otra cosa que defiendo mucho es tratar de hacer cosas especiales, como una carpa en la que Catupecu Machu hizo un acústico, o Los Auténticos Decadentes unplugged. Todo ese tipo de cosas me gustan mucho y las disfruto. Muchas las vi en festivales de afuera y las fui adaptando, como La Casita del Blues, que es en el porche de una casa en el delta del Mississippi. Ahí empezamos a hacer una especie de barcito en donde tocaban los bluseros, pero terminó estallando, y hoy hay 100 mesas.

Ese diferencial al que te referís, ¿es parte de la curaduría?

Todo eso forma parte de la curaduría, pero te repito: mucho de ese talento me llega por intermedio de personas que saben más que yo de eso. Dentro de mi escasa capacidad, hago un análisis y ellos lo desarrollan. Lo mismo pasa en la curaduría de Latinoamérica. A lo mejor, una artista como Mon Laferte en Chile llena el Estadio Nacional pero acá mete una Trastienda. Entonces, cuando vas a proponerle una gira latinoamericana, el artista tiene que tener claro que va a tocar en diferentes lugares, unos más importantes que otros.

¿Cómo definirías el Cosquín Rock para el público uruguayo?

Es una experiencia que incluye música, pero también ir a pasear, a ver seguidores de distintas bandas, comer variedades de comida en las que este año vamos a hacer más hincapié, y pasar el día. Por las características de este Cosquín que viene ahora, y del lugar donde se hace, es ideal para que puedas llevar a tu hijo de diez, 11 años y que vea de qué se trata. Y en una de esas, si tenés suerte, en vez de gustarle el reggaetón, le termine gustando el rock and roll. El tema familiar es muy importante, porque yo lo concibo como un proyecto familiar. Durante muchos años el rock en Argentina estaba prohibido para los menores, porque el mismo público lo había hecho peligroso, pero hoy es familiar y yo estoy convencido de que es un gran programa ir con tu hijo y decirle: “Esta banda la veía cuando tenía 20 años” y que tu hijo te diga: “Yo quiero ir a ver el trap”, que está en la otra punta del lugar.

Pero musicalmente no están todos los géneros.

No, pero en este tenemos muchos: heavy metal, reggae, trap, hip hop, música urbana, rock and roll clásico, rock pesado, rock fuerte, y tenemos los históricos que no podemos encuadrar tanto, como La Vela o No Te Va Gustar, que son artistas que tienen de todo un poco, desde un vals hasta una balada o un rock and roll.

"Otra cosa que defiendo mucho es tratar de hacer cosas especiales, como una carpa en la que Catupecu Machu hizo un acústico, o Los Auténticos Decadentes unplugged. Todo ese tipo de cosas me gustan mucho y las disfruto"

Para octubre, ¿qué podrías recomendar?

Para mí, ver a Skay y Babasónicos en un festival es una cosa importante, y te voy a explicar por qué: Babasónicos en 60 minutos te mete 15 hits que te parten la cabeza, y Skay en 60 minutos hace lo mismo. Estos formatos de shows más cortos hacen que los artistas hagan sets muy contundentes. Y después, los artistas que a lo mejor tienen que tocar temprano, como Ojos Locos o Mimí Maura, también tienen cosas muy interesantes.

O sea que la invitación es a ir temprano y ver la mayor cantidad de shows.

Siempre digo que el Cosquín es un festival diurno. Suceden cosas de noche, pero lo mejor pasa de día. Si vas a pasar el día tenés para comer y beber ahí. Si vas con tu familia tenés lugares para sentarte. Te tirás abajo de los árboles... Es divino el lugar; es un programón. Si no lo organizara sacaría la entrada para verlo, o la pediría a un conocido que lo produjera.

Ya tenés planificado el 2020. ¿Cómo imaginás el 2021?

Creo que Cosquín Rock se va a ir transformando en un festival de cada uno de los países. Si bien va a ser un festival itinerante, por las características con las que se está armando se va a transformar en un festival de los uruguayos, de los colombianos, de los peruanos, de los paraguayos. Porque además, el público lo fue tomando como propio, o por lo menos eso nos pasó en Argentina. De hecho, en muchos casos me insultan como si fueran los dueños del festival, porque no pongo a tal banda o no hago tal cosa.

¿Vas a poder delegar algo de esto?

Estoy delegando muchísimo, pero la primera parte de este camino es muy difícil: son estos primeros cuatro años de salir a Latinoamérica, y ya estamos a mitad de camino. Voy a supervisar las programaciones, porque es una de las cosas que me apasiona, pero en algún momento van a tener independencia propia. [Los productores] Camilo [Sequeira] y Fernando [Mino] van a hacer el festival solos y serán los encargados de contarle a la prensa quiénes son los artistas que tocan y por qué.