Cuando a fines de marzo de este año salió “Punta Cana”, el primer corte de difusión del nuevo disco de El Cuarteto de Nos, ya se olfateaba un aire distinto al estilo de los dos últimos álbumes del grupo (Habla tu espejo, de 2014, y Apocalipsis zombi, de 2017), que, grosso modo, se podía colocar en dos góndolas.
Estaban las canciones con contenido serio abordado con la misma sintonía musical –es decir, estilo pop con cero gramo de ironía, sarcasmo o irreverencia–, como “No llora” (oda a la fortaleza de una niña ante las inherentes adversidades del mundo) y “21 de setiembre” (mapa del devenir del Alzheimer). En la otra góndola se podían colocar las canciones de contenido pavo y con una forma –tanto lírica como musical– ambivalente, que hacía difícil saber si eran en broma o en serio. El máximo exponente en esta categoría era “Gaucho Power”, que ya nos metía en una aventura semiológica desde el título, porque es flor de oxímoron reivindicar la fortaleza criolla con una palabra en inglés, y si bien la ambivalencia en la música suele ser bienvenida, no es lo mismo cuando se da en el contenido que en la intención, como en este último caso, dado que, al tomar el camino del medio, no va ni para un lado ni para el otro. En resumen, “Gaucho Power” se quedaba corta para ser broma y también para ser en serio.
En “Punta Cana” el camino está clarísimo: es joda en serio. Tiene un ritmo bailable, pero con otros condimentos. Para empezar, la melodía serpenteante de un sintetizador con timbre circense y unos vientos de igual tenor. El pegadizo coro, que funciona como leitmotiv y estribillo tarareable a niveles lobotómicos, tiene un claro tono de cháchara (“oha oha ohh ohh, oha oha, bla bla”). Pero lo más importante es cómo interpreta la melodía Roberto Musso, derramando sorna por todos lados, como no lo hacía desde las legendarias épocas de su banda –es la mejor canción de El Cuarteto 2.0, es decir, el pos Raro, aquel genial disco de 2006 que los lanzó al estrellato latino–. La letra es una comiquísima interpelación a un tipo al que de repente le empezó a ir bien en la vida, pero sin ninguna explicación aparente.
Si bien Musso hace el papel de los dos –interpelante e interpelado–, el preguntón está ubicado en el medio del espectro estéreo, y el que responde –sólo con monosílabos–, a los costados. “¿Ganaste en el casino? No. / ¿Tomás siempre champaña? Sí. / ¿Cambiaste el auto chino? Sí. / ¿Por uno de Alemania? Sí. / ¿Recibiste una herencia? No. / ¿Usas zapatos caros? Sí. / ¿Compraste residencia? Sí. / ¿En un barrio privado? Sí”.
Este intercambio ya es gracioso de por sí, y más por el tono exacerbado de las preguntas de Musso, pero la frutilla del postre chistoso es el verso “¿te vas a Punta Cana?”, que la segunda vez que lo lanza lo hace con un énfasis aun más exagerado, que denota “no lo puedo creer” como si fuera lo máximo, cuando en realidad en la canción menciona cosas mucho más caras que un viajecito a República Dominicana. También resulta cómica la segunda estrofa, cuando se va elevando la tensión gracias a un bordoneo distorsionado de guitarra eléctrica y sintetizadores siniestros, como si por fin se fuera a develar el motivo del cambio de nivel de vida, pero nos topamos con el eterno retorno de “¿te vas a Punta Cana?”.
El Cuarteto de Nos nunca fue una banda de rock en el sentido ortodoxo del término, en cuanto a estilos y estructuras; por eso no sorprende la que abre el disco, “Mario Neta”, que mezcla estrofas cumbieras con estribillos de explosión –controlada– punk. Aunque con una música menos “autómata” y más “humana” que la que abría el álbum anterior (“Apocalipsis zombi”), guarda cierta relación ya que, como aquella, se mete con otra enfermedad actual: el consumismo. Acá no hay humor explícito como en “Punta Cana”, pero sí versos certeros que van al núcleo de un tema al que no es difícil embocarle porque es omnipresente, pero gana sin necesidad de recurrir al VAR cuando se lo compara con el material inmediatamente anterior del grupo.
A la inteligencia artificial, otro tema ubicuo en nuestro tiempo –y en otros–, Musso la aborda de manera novedosa y creativa en “Contrapunto para humano y computadora”. Es una canción en décimas –estrofas de diez versos octosílabos con una estructura fija de rimas– en la que, como dice el título, el cantante se mide contra una computadora a pura payada. Como no podía ser de otra manera, la música es una mezcla de arpegios milongueros con bases y programaciones electrónicas.
El viejo, el nuevo y el más nuevo
Estas tres primeras canciones comentadas son las más importantes del nuevo disco, y no en vano tienen sus respectivos y muy buenos videoclips –que no serán analizados porque esto es una nota sobre el álbum, lo audiovisual ya es otro precio–, pero hay otras dignas de destacar. Como “Llegó papá”, que musicalmente es ese rock hiphopeado marca de la casa de Nos 2.0, en la que Musso se pone el traje de un personaje salvador de los oprimidos, que se presenta casi como un mesías perfecto pero que, obviamente, derrama chantez por todos lados. El estribillo, bastante denso, tiene una melodía casi marcial, como de puño en alto: “Todos de pie, escuchando porque / llegó papá. / Todos ya festejando porque / llegó papá”. Cerca del final de la canción, retomando esa cualidad escenográfica que siempre supo manejar la banda, arremete un coro que suena al pueblo sumiso que por fin se rebela y le contesta al chanta: “No necesitamos más héroes / con promesas hechas traición, / que nos piden buscar su nombre / en la ese de salvación. / No necesitamos más de esos / que se visten de redentor / y al final se encuentran sus nombres / en la ce de corrupción”. ¿Ese papá será el de Punta Cana? ¿O algún político del barrio?
“Tiburones en el bosque” es una especie de chacarera pop, con partes de sintetizadores que le dan un aire ochentero. Es otra de esas mezclas que sólo a El Cuarteto se le ocurren, pero aquí no hay nada irónico ni bizarro, o al menos no parece así, ya que la letra es bastante seriota, guiada por una melodía pop de lo más amable, que funciona como una tranquila meseta justo en medio del disco.
Para este álbum es la primera vez que la banda de Musso y compañía trabajó con más de un productor. Esto resultó un experimento interesante porque, a priori, podríamos pensar que se notarían los distintos enfoques a medida que pasamos las canciones, pero como también hay una diferencia de estilo entre ellas –el abanico de géneros acá es más amplio que en discos anteriores– realmente no se percibe qué tema está producido por uno u otro. Por ejemplo, “Punta Cana” tiene toda la pinta de haber sido producido por Juan Campodónico, pero el librillo del disco revela que no, aunque metió mano en las programaciones. “Llegó papá” también parece producido por él, y en ese caso sí fue el peyotero el que estuvo detrás de las perillas. El ejemplo contrario es “Que empiece el juego”, un tema que por momentos suena como un lado B de Random Access Memories, de Daft Punk, y fue producido por el puertorriqueño Eduardo Cabra (de Calle 13), al igual que “Tiburones en el bosque”. Pero, si no revisamos el librillo, ni nos enteramos. Por lo tanto, queda claro que la culpa del sonido definitivo de El Cuarteto es del propio Cuarteto.
Así como el disco tuvo varios productores, también fue grabado en muchos lugares (Montevideo, Buenos Aires, Ciudad de México, Texas, etcétera) y se puede escuchar desde diferentes plataformas, como Spotify y Youtube, además del clásico y agonizante formato CD, que ya está esperando ansioso en las bateas. Eso de ir de acá para allá también invade las canciones. Algunas recuerdan al viejo Cuarteto, otras al nuevo –que ya no es tan nuevo pero tampoco tan viejo– y un par al de nunca, que ahora empieza a ser el nuevo. En definitiva, el inefable Cuarteto de Nos. Se termina la nota, mucho oha oha, bla bla pero no fue mencionado el título del disco. Se llama Jueves, vaya a saber por qué...
Jueves, de El Cuarteto de Nos / Sony Music, 2019.