Hacía cinco años que Buitres no sacaba un disco de estudio nuevo. El largo lustro de espera tiene una buena excusa porque Canciones de una noche de verano (2014) es un muy buen disco, por lo tanto, componer y grabar su sucesor no era cosa de un día para el otro. Aquel álbum trajo como nuevo la producción del guitarrista estadounidense Jimmy Rip, que los guio hacia un sonido más pulido y pop –como en “Anillo de papel”, pero sobre todo en “Zurcidos invisibles”–. Además, Gabriel Peluffo, cantante del grupo –¿hace falta acotarlo a esta altura?– se fue soltando cada vez más como compositor y eso dio lugar, por ejemplo, a una canción como “Canelón”, de estética rockabilly-country, que está entre lo mejor del álbum: a pura guitarra acústica y punteos eléctricos bordoneros mostraba colores sonoros que aún no habían aparecido por completo en la paleta de Buitres.
Así las cosas, en las últimas semanas de diciembre apareció en las bateas Mecánica Popular, el decimotercer disco de Buitres –sí, ya van 13, no en vano en 2019 la banda cumplió tres décadas–, que fue grabado en Buenos Aires, producido por el argentino Álvaro Villagra –de vasta experiencia en la vecina orilla– y el propio grupo, lo que hace pensar que todo estuvo bajo control y no hubo lugar para que se deslizara algún capricho pop, como pudo haber pasado en el disco anterior. La primera novedad que trae el nuevo álbum está de pique en la formación, ya que es el primer disco de estudio grabado por el baterista Federico Bianco (en sustitución de Nicolás Souto, que estaba desde 2006).
Y es justamente a Bianco que le tocó nada menos que dar el puntapié inicial del disco, ya que, excepto por un acople de rigor, el machacar de su batería es lo que abre “Diciembre”, una canción ideal para arrancar un disco de Buitres, porque tiene de todo, lo que incluye ese aroma a épica que sabe impregnar la banda en los estribillos. Pero más que nada se destaca la voz de Peluffo, porque en los primeros versos no tiene tanta ropa instrumental –sólo bajo y batería, luego guitarras muteadas: esquema clásico–, desnudando su timbre cascado y su tono más grave, para desarrollar un estilo medio sandrero –la referencia no es caprichosa, ya que en sus tiernos inicios Peluffo supo imitar al cantante argentino–: “A veces me quedo solo / persiguiendo una idea. / No soy un hombre listo, / tan sólo afortunado, / pero a veces me pierdo / en caminos plateados, / donde anuncian finales / labios atormentados / por tus besos”. Sí, esa letra también la podría haber cantado Sandro.
Si bien la dinámica de versos más desnudos, con detalles y estribillo para arriba, llenos de distorsión, es más vieja que los Pixies, y los muchachos de Buitres se las ingenian para meter detallecitos por aquí y por allá –este álbum está particularmente muy bien arreglado–, hay algo irresistible en la levantada del estribillo, quizás en la melodía de voz acompañada por el recurso del coro que contesta con el clásico “oh oh”, que la hace sonar familiar pero nueva al mismo tiempo. Buitres es una de esas bandas nacionales que nos hacen correr hacia sus nuevos discos para encontrar casi lo mismo de siempre sin ningún complejo, porque hacen lo que saben hacer y listo.
El primer corte de difusión, “Mecánica Popular”, que obviamente le dio nombre al disco, aparece en el track 2. Tiene una llevada un poco más pesada que el estándar de Buitres gracias a un riff común y corriente –pero adictivo– que juguetea con dos acordes y luego sube de tono, pero lo interesante, que no es muy común en la música de la banda, es que el riff se desarma en los versos para generar la clásica dinámica de pregunta (de la voz)-respuesta (de la guitarra) hasta la detonación del estribillo, cuya melodía también parece un déjà vu que remite a otras de la banda, pero si nos ponemos a hurgar en su discografía no encontramos la referencia y caemos en que lo parecido es lo pegadizo con aroma a épica.
“Lo que viniste a buscar, / tu dosis de misterio, / en horas embriagadas de verdad, / noche al fin, / la luna y su color naranja / para ti, / el cielo de los amantes”, canta Peluffo en el tercer tema, “Habla en la caja”, sin duda una de las joyas del disco. Es una especie de balada con una dosis justa de huecos guitarreros y distorsión –con minipunteos y arpegios que son como destellos en la noche–, con un estribillo corto (“hablan de amor, / sólo de amor y placer”) pero que funciona como un mantra, con una melodía descansada que no nos lleva al déjà vu.
Si bien el disco fue editado en CD, está pensado como un vinilo, con sus dos lados –es explícito en el texto de la contratapa–, y eso se nota en la disposición de los temas, ya que el “primer lado” termina con una especie de power ballad punk llamada “El último guion”, con una mitad tranquila, llevada por un arpegio obsesivo de dos notas, y la última parte, acelerada y vestida con distorsión, con una ropa que envalentona a Peluffo y lo ayuda abrirse del todo al final: “Sigo siendo aquel muchacho / que se vuelve a equivocar. / Si abrimos este vino / nos vamos a enamorar”.
El “segundo lado” arranca con un punk bien acelerado, marca de la casa, “Santa Rosa”, y nos topamos con “La primera vez”, quizás una de las “baladas” más puras y sentidas de toda la discografía de la banda, que desprende toneladas de nostalgia. Y eso es algo que atraviesa varias canciones, sean lentas, rápidas o más rápidas, porque lo emanan las letras. Mecánica Popular es un disco plagado de nostalgia, algo que no es raro en canciones compuestas por músicos uruguayos de más de 50 años (excepto una, todas fueron compuestas por la santísima trinidad buitrera: Gustavo Parodi, Pepe Rambao y Peluffo). No es casualidad que el título y la portada del disco hagan referencia a una revista que ya no existe. Un destino parecido podría tener el rock de toda la vida, sin complejidades, de puro ritmo y riffs, pero por suerte todavía anda Buitres en la vuelta.
Mecánica Popular. De Buitres. Montevideo Music Group, 2019.