La turbulenta vida de Elliott Smith parece haber eclipsado su música. Muchos fantasmas circulan alrededor de las circunstancias de su muerte y de la complicada relación que mantenía con su familia. En los videos de sus presentaciones en vivo los fans discuten si se suicidó o fue asesinado, y sobre qué drogas estaba consumiendo en ese momento. Su nombre es sinónimo del músico loco que se apuñaló en el corazón. Lo que se olvida es una obra inmensa, tan hermosa como dolorosa, que lo ubica entre los mejores de su generación.

A 20 años de su último disco editado en vida, Figure 8 –que exhibe una sensibilidad pop y un sonido más rockero que su material anterior–, repasar su música es la mejor forma de homenajear a un poder creativo excepcional que a veces sucumbía ante la fuerza de su autodestrucción.

Desde los comienzos se supo que algo distinto pasaba con Elliott Smith. Cuando encaraba los primeros pasos en su carrera solista salió de gira por Estados Unidos junto con otros cantautores y sus compañeros de viaje temían salir a escena después de él. Era el único frente a quien el público enmudecía. Elliott se acomodaba en un rincón y dejaba a todos embelesados, sin acreditar el sonido que provenía de ese chico desgarbado con su guitarra.

A su voz suave como un susurro, pero de un registro muy amplio cuando cantaba a todo pulmón, se sumaba un singular sentido de la melodía y una destreza asombrosa con la guitarra, caracterizada por su fingerpicking. Elliott comenzó a ser un secreto a voces en Portland, la ciudad a la que se mudó en su adolescencia cuando escapó de la casa de su madre. Pero fue su nominación a los Oscar en la categoría mejor canción original con “Miss Misery” lo que lo empujó a una vida pública que manejó con dificultad.

“Miss Misery” formó parte de la banda de sonido de Good Will Hunting (Gus Van Sant) y fue interpretada por Elliott en la ceremonia de premiación para un público de millones. Allí se lo ve con un trajecito blanco cantando tímidamente en un escenario inmenso para él. Un hito que logró abrir una grieta de autenticidad en esa noche acartonada de actores y actrices envueltos en brillos y poniendo su mejor cara.

En cierta forma, Elliott parecía siempre nadar a contracorriente de lo que pasaba a su alrededor. En una época en la que las bandas de grunge triunfaban y el ruido y la distorsión copaban los parlantes, se inclinó por editar un disco acústico en solitario. Para sus detractores su música era demasiado limpia; su voz, excesivamente delicada y sinuosa; su sensibilidad, desmedida y su instrumentación, muy abarrotada.

Pero así como el sonido era impecable, casi de caja musical, sus letras eran bestiales, oscurísimas. Ante todo, muy honestas; llenas de rabia y dolor. Así, el despliegue de virtuosismo, los arreglos complejos, las múltiples capas vocales que amenazaban con empalagar quedaban sepultados ante la oscuridad de lo que cantaba. Elliott Smith era una herida abierta, casi demasiado doloroso para mirarlo.

Y esa emoción en carne viva fue la que enamoró a sus fans, que lo veneran como a un ángel, alguien demasiado sensible y frágil para este mundo. En los incontables videos de sus conciertos que se desparraman en Youtube hay cientos de comentarios de seguidores que estudian cada uno de sus gestos, especulan sobre su estado de ánimo o la intención de las pocas frases que suelta; que dicen que quieren darle un abrazo. Pero, sobre todo, que sienten que esa canción habla de ellos y sólo de ellos.

El gran salto

Para fines de los 90 Elliott se encontraba en el pico de su éxito y tremendamente inspirado, componiendo una canción tras otra, lo que derivó en la grabación de Figure 8, su disco más luminoso, en el que dejó un poco de lado el tono melancólico.

Aquí sus canciones toman más cuerpo, con múltiples pistas vocales que le brindan un aire beatlesco y un trabajo exquisito con la guitarra que lo acerca a Big Star (banda de la que era fanático; tiene un cover muy sentido de “Thirteen”). Aunque las letras mantienen un tono sombrío, a nivel instrumental muestra una paleta mucho más amplia y ambiciosa, que decanta en canciones soberbias, como “Son of Sam” y “Can’t Make a Sound”, con un cierre épico en el que repite una frase que va muy a tono con su carrera: Why should you want any other, when you are a world within a world? (“¿Por qué debes querer a alguien más, si eres un mundo dentro de otro mundo?”).

En Figure 8 Elliott perfeccionó un sonido propio, con un pie en el folk, pero también nutriéndose del pop y el rock para marcar un camino que seguirían otros solistas. Además, en este disco se comenzó a manifestar su incomodidad con el reconocimiento y los entretelones de la industria musical, que se vería profundizada en el póstumo From a Basement on the Hill.

Luego de editar Figure 8, Elliott se hundió en una depresión que, sumada a un alarmante consumo de heroína y crack, lo llevó a un espiral descendente que terminaría con un puñal enterrado en su pecho. El pico de su carrera se produjo en una época en que las cámaras eran accesibles, lo que llevó a que su progresivo desbarranque fuera atestiguado por decenas de filmaciones. Por eso, mientras algunas muestras de sus shows en Youtube lo encuentran en estado de gracia (cabe destacar su performance con una banda en el Fuji Rock, donde está encendido), en otros se lo ve muy desmejorado, pidiendo disculpas constantemente por los errores que comete al tocar.

Una muestra en profundidad de los últimos años de Elliott, su talento, sus vínculos y su tormentoso pasado se puede ver en Heaven Adores You (Nickolas Dylan Rossi). El documental también da cuenta del cariño inmenso de sus seguidores, que sin embargo no fue suficiente para ahuyentar a sus demonios. Varios temas inéditos se pueden escuchar en la película, cuyo soundtrack se editó como disco, con material valioso y versiones de sus grandes canciones. Y eso es lo que queda: canciones magníficas y brutales que todavía brillan en medio de la oscuridad.