La biografía de un escritor es la historia de su estilo. Por imitación, acumulación, prueba, descarte, asimilación parcial o total, negación explícita, plagio, homenaje o ensamblaje con piezas diversas, el autor otea, desarrolla, garabatea, escribe, borra, corrige, guarda o publica. En el proceso azaroso en que labra la escritura le da forma a su estilo, que nunca es tan original como pretende porque, necesariamente, abreva de lo ya escrito y leído. Hay autores que se decantarán por la novela-río, por el monólogo interior, por la llamada (y bastante mancillada) literatura del yo, por la manufactura de algún género popular, por la argamasa lírica, por la prosa clínica o por lo que sea.

Las formas breves, ajustadas siempre a la extensión y entendidas como compuestos de pocas líneas o palabras, adquieren presentaciones como el haiku, la fábula, el aforismo. Los periódicos, en su efímera vida de un día y en su necesaria secuencia diaria, le dieron espacio a un formato breve que, en ocasiones, se separa de la diatriba, la queja, el análisis pragmático o el balbuceo ramplón para entrar de lleno en la literatura: la columna. Tal es el caso de los textos que conforman el último libro de la periodista argentina Leila Guerriero (1967), Teoría de la gravedad.

La vida

Normalmente se introduciría en este párrafo –afín al modelo de reseña periódica estándar– algunas líneas de información sobre Guerriero, a saber, los títulos de sus libros más conocidos y la referencia a algún premio, pero ignoremos la mera trivia para centrarnos en el prodigio que representa este engañoso libro pequeño, integrado por un centenar de columnas de idéntica extensión (unas 350 palabras), en las que la autora escribe sobre lo que se le canta. Es cierto que algunos textos son menos logrados que otros, que en ocasiones Guerriero se desparrama en mera retórica o en cavilaciones vacías, o que incluye una serie de “instrucciones” en segunda persona que se vuelve farragosa y repetitiva, pero obviemos todo eso, que en definitiva es menor y no molesta, para pasar a las bondades del libro.

Teoría de la gravedad tiene la franqueza de un diario íntimo, la introspección de un epistolario y una prosa tan cuidada que, ante la escritura desprolija que campea en muchos medios de prensa (para no hablar del exceso de erratas cada vez más comunes), no parece haber surgido de entre las páginas de un periódico. En las columnas de Teoría..., la mirada de Guerriero es siempre la protagonista, pero no como un foco atento y desatado que se centra en políticos, artistas, fenómenos sociales o lugares, sino en la propia vida de la escritora, presentando bajo un prisma de inquietante cercanía aspectos de su existencia diaria, de su convivencia con un hombre, de la fuerza del pasado a través del visor del recuerdo y de la marca indeleble de determinadas lecturas. Sin embargo, los textos nunca son ombliguistas ni pedantes, no se regodean en la cinta narcisista sino que construyen semblanzas, diseccionan anécdotas y vuelven a la vida a personajes ignotos para los lectores pero claves en la vida de su autora. En ese sentido, son especialmente logradas las columnas que le dedica a la figura del padre, a la agonía y muerte de la madre o a la reconstrucción sensorial de la abuela materna (“No era un perfume: era el aroma que tienen los vestidos y las medias y las cajitas de música y los polvos de maquillaje –y las cajas con fotos y los rosarios de primera comunión y las imágenes de yeso de la Virgen Niña– cuando se los guarda en un ropero antiguo de madera oscura, de tres puertas, con espejo al medio, estilo Chipendale, en cuyos estantes se disponen pequeñas bolsas de tul repletas de lavanda, cerradas con un lazo de color violeta, y que se limpia cada tanto con cera para muebles marca Suiza y una franela de color naranja: el aroma de mi abuela”).

Habitación 346

El último libro de Leila Guerriero puede leerse de un tirón, de la a a la z, digamos, o entrándole por cualquier página, deteniéndose en alguna columna al azar antes de saltar 20 páginas hacia adelante o 40 para atrás. La lectura lineal deparará la conformación de una suerte de autorretrato de la autora, trazado por líneas íntimas y al mismo tiempo engañosas; la lectura al tun tun, por su parte, mostrará que las claves de cualquier existencia siempre son caprichosas, que el destino no es otra cosa que una suma de arbitrariedades y que aquello de importancia vital para alguien es una fruslería para alguien más, y viceversa.

Dos por tres en sus columnas, y generalmente sobre el final del texto, Guerriero cierra una reflexión o engarza un pensamiento a través de algún verso pertinente (de Idea Vilariño la mayor parte de las veces, pero también de Matsuo Basho, Kavafis, Elizabeth Bishop, Louise Glück, Nicanor Parra, Arnaldo Calveyra, Gonzalo Millán y Mariano Blatt, entre otros), lo que revela a una atenta y persistente lectora de poesía que hace un verdadero arte del mecanismo de la cita. Pero, a la hora de mencionar al genio tutelar de este pequeño gran libro, explícitamente invocado por la autora en dos de los textos más logrados del conjunto, se debe estampar acá el nombre del escritor Cesare Pavese. En “Renuncia”, Guerriero reconstruye su visita al hotel de Turín donde el autor de La luna y las fogatas se quitó la vida el 27 de agosto de 1950, y en “El vivero” se sumerge en el diario del piamontés en busca de inspiración o de alguna respuesta. Y lee: “Cuando hayas vuelto a escribir pensarás solo en escribir. En fin, ¿cuándo vives? ¿Cuándo tocas fondo? Siempre andas distraído por tu trabajo. Vas a morirte sin haberte dado cuenta [...] no vives la vida porque buscas de nuevo tema, pasas como un trance por los días y por las cosas”. Y de esa conjunción de cotidianidad, oficio y reflexión es que surgen libros como este.

Teoría de la gravedad. De Leila Guerriero. Barcelona, Libros del Asteroide, 2019. 212 páginas.