“Lo que hace de Louise Glück (Nueva York, 1943) una de las poetas más dotadas de la poesía” estadounidense, decía el crítico Antonio Ortega en El País de Madrid hace una década, “es su excepcional capacidad para hacer que la experiencia sea asumida como propia por un lector sorprendido ante la intensa percepción de unos poemas que iluminan acontecimientos absolutamente comunes”.

Este jueves, cuando ganó el Nobel de Literatura, su nombre circuló por el mundo dejando por el camino a las candidatas favoritas como Margaret Atwood, Joyce Carol Oates y Jamaica Kincaid, entre tantos nombres. Según los críticos, luego de una serie de escándalos sexuales que opacaron al premio literario más importante del mundo, la elección de este año era la más imprevisible. Luego de las apuestas frustradas, Glück se convirtió en la 16ª mujer ganadora del premio, dos años después de la polaca Olga Tokarczuk, y es la segunda poeta galardonada en este siglo luego del sueco Thomas Tranströmer (2011).

En su caso, el Nobel corona una reconocida trayectoria incluso en el mundo hispano, que comenzó en 1968 con Firstborn, ya premiado con el Academy of American Poet’s Prize. La poeta, ensayista y docente de la Universidad de Yale ha publicado una docena de libros de poesía que apuestan a la claridad e intimidad, y que abordan temáticas como la vida familiar y la infancia, las separaciones, y trastornos como la anorexia, que padeció en sus años de formación, mientras buscaba aprobación y se acercaba a poetas como William Blake: a los 16 años, su debilidad la obligó a dejar el bachillerato y la llevó a una larga temporada de psicoanálisis, que después reconoció como algo fundamental en su vida.

En 1993 ganó el Pulitzer por uno de sus libros más elogiados, El iris salvaje (del que se reproduce un poema) y, en 2014, el Premio Nacional del Libro por Faithful and Virtuous Night. Estas obras, según la Academia Sueca, la han consolidado como una voz poética inconfundible, “que con belleza austera vuelve universal la existencia individual”.

Manuel Borrás, su editor en Pre-Textos, la editorial que ya lleva traducidos al español siete poemarios, destacó el “amplio registro” de Glück a la hora de trabajar el paso del tiempo, la relación con la naturaleza y la vida familiar, con una “accesible y a la vez riquísima escritura”, con la que logra “contar algo doméstico” a la vez que lo trasciende. “Puede hablar de sus hermanos, pero a la vez está hablando de todos los hermanos. Tiene el poder de la universalización”, reconoce. La define como una poesía de la naturaleza, de la exaltación de lo vivo, y recomienda comenzar por Una vida de pueblo, el último libro que la editorial tradujo, publicado en marzo (publicado originalmente en 2009), en el que desarrolla un estudio del ritmo de la rutina.

“Para mí es tan obvio que escribir poesía es lo más milagroso que se puede hacer que tengo que recordarme a mí misma que no todo el mundo quiere ser poeta. Mucha gente no está ni remotamente interesada en la poesía. Pero para mí está tan claro...”, admite Glück en un video de Poets.org, reafirmando lo que, años antes, ya había advertido en uno de sus ensayos sobre poesía: “La necesidad de escribir es el deseo de quedar enredado en una idea. Para un escritor pensar y escribir, como pensar y sentir, son sinónimos”.

Campanillas de invierno

¿Sabes lo que yo era entonces, cómo vivía? Conoces
la desesperación; de este modo
el invierno debería significar algo para ti.
No esperaba sobrevivir
a la opresión de la tierra. No esperaba
despertar otra vez, sentir
mi cuerpo sobre tierra húmeda,
capaz de responder de nuevo, recordando,
tras tanto tiempo, cómo volver a abrirme
en la fría luz
de la más temprana primavera
asustada, sí, mas de vuelta contigo
llorando sí riesgo felicidad
en mitad del crudo viento del nuevo mundo.