Lector&s, de la argentina Ampersand, es una colección única en el panorama editorial en castellano, en la que su directora, Graciela Batticuore, ha sabido reunir a autores como Noé Jitrik, Sylvia Molloy, Alan Pauls, Edgardo Cozarinsky y Margo Glantz, por mencionar unos pocos, para reflexionar en sucesivos volúmenes y desde puntos de vista diversos sobre los libros y la pasión (tal es la palabra que se utiliza en su descripción en la web) por la lectura.

Apasionada es un adjetivo, en todo caso, que le va bien a Tamara Kamenszain, que este año publicó su aporte a la colección, modestamente llamado Libros chiquitos. De corte autobiográfico, como El libro de Tamar (Eterna Cadencia, 2018), en este tomo la poeta no abandona su faceta ensayista, género en el que publicó, entre otros, La edad de la poesía (1996) y Una intimidad inofensiva (2016). De hecho, en la “novela familiar” El libro de Tamar, en la que Kamenszain analizaba su relación y los motivos de su separación con el también escritor Héctor Libertella, las herramientas eran precisamente “literarias” y, de hecho, intercalados con fragmentos de pura escritura memorialística, hay comentarios sobre libros e interpretación de poemas propios en clave biográfica.

Así, si la relación entre los dos escritores había surgido y se había consumido en la literatura, en ese peculiar ensayo Kamenszain proponía una escritura en la que lo textual siempre está en el centro, esta vez bajo la forma de un breve conjunto de versos que se observa desde todos los ángulos posibles, como si lo que se quisiera decir es que toda crítica es, de algún modo, íntima. Compuesto a partir del brevísimo poema que después de su divorcio Libertella le pasó por debajo de la puerta y que juega con las variaciones del nombre de la autora, El libro de Tamar puede leerse como un tour de force crítico, como un ensayo que lleva hasta el límite los procesos de autoanálisis y, en simultáneo, de análisis literario, en este caso de lo que el propio novelista devenido por una vez poeta llama “bolsones semánticos”, formados por apenas un par de palabras que titulan y establecen el tono de cada capítulo.

En esta lectura de su biografía, Kamenszain ponía en movimiento una serie de procedimientos que tienen antecedentes claros tanto en la novela detectivesca como en el trabajo de investigación. De este modo, la poeta veía en el poema-carta y en la inscripción de su ex una serie de indicios que tomaban en cuenta la categoría de autor, la tensión que el yo pone en funcionamiento en tanto ficción, y hacía a la vez una historización parcial (personal) de un momento de la escritura en Argentina en la que fueron centrales Libertella –que aparece, en varias de sus facetas, a través de los recuerdos de la vida en común, pero también de obras suyas como Memorias de un semidiós (1998) y La arquitectura del fantasma (2006)– y otros, notoriamente Josefina Ludmer –de quien se comenta, por ejemplo, el libro Aquí América Latina (2010)– o quien fuera su pareja, el también crítico y narrador Ricardo Piglia.

Como si su historia de amor y su historia de lectora no pudieran separarse del todo, en Libros chiquitos vuelve esta prosa envolvente e íntima, pero con un uso muy creativo del lenguaje llamado inclusivo, como una forma textual que se despliega ante el lector siempre en presente, como si el momento de lectura y escritura se sobrepusieran. En este juego, “leer y escribir es una dupla que sólo puede separarse cuando se levanta la cabeza de las páginas ajenas para volver a inclinarla en las propias”, aunque los sentidos de lo “propio” y lo “ajeno” se vuelven, como sucede en la traducción, categorías inestables. Hablando de su traductora al portugués Paloma Vidal, por ejemplo, Kamenszain sostiene que “es capaz de disfrazarse de mí para escribir de nuevo lo que yo ya había escrito pero en otra lengua”.

Hay una gran concentración en este libro trazado en comunicación con los otros, y en el cruce de actos en los que siempre aparecen creadores; vuelven figuras del recuerdo, escritores amigos, poetas leídos y releídos, versos que resuenan como un estribillo.

Una vez más, como en su libro anterior, el uso de la cita es híper riguroso: cada obra mencionada tendrá su eco más adelante, cada autor que se nombra como aparente mero ejemplo luego es retomado, leído a la luz de una historia de vida, de esa lectura que se vive en soledad pero también entre otros, en una comunión que se parece al “taller de dos” que fue, según cuenta en El libro de Tamar, su relación con Libertella.

Como liberada de toda atadura, la autora discurre en una primera persona maleable y cercana sobre poesía, ensayos bonsái (llamados así tras la denominación que les dio Fabián Casas a los suyos) y “novelitas” (término para nada peyorativo ni, por otra parte, ligado a la extensión de los libros que denomina), pero también sobre su experiencia como docente, escritora, periodista, lectora, abuela: es en el centro de esa conversación con muertos y vivos, cercanos y lejanos, que emerge como consecuencia la dicotomía teoría-vida, en la que se condensan una serie de oposiciones (verdad/ficción, mundo/texto, acto/palabra) que se van cuestionando desde muchos puntos, como si la escritura surgiera, precisamente, de ese espacio inestable. Desde ahí, lo que hace Kamenszain es reivindicar una serie de textos “menores” que son lo que son casi a pesar de sí mismos, que se arman en torno a una necesidad de trabajo con “lo que hay”. Y lo que hay, al final, siempre son palabras.

Libros chiquitos. De Tamara Kamenszain. Buenos Aires, Ampersand, 2020. 152 páginas.