La semana pasada, cuando murió Quino, el diario El País hizo una intervención en Twitter: “El fallecimiento del argentino Joaquín Lavado, Quino, ha generado una catarata de mensajes de dolor. Aunque hay algunos que intentan usar cualquier cosa para llevar agua a su molino ideológico, queriendo vestir al genial dibujante como una especie de paladín anticapitalista”.

No es mi intención discutir sobre la posición política de Quino –para eso está el libro de Isabella Cosse, del que compartimos un fragmento en esta misma edición especial–, sino hacer un apunte sobre la recepción de su obra. Que un medio conservador como El País sienta la necesidad de reclamar el legado de Quino no es una señal de miopía política (o no sólo de eso), sino más bien de la amplitud y la penetración de la obra del argentino. Esa es, después de todo, una de las características del gran arte popular: su capacidad de trascender sus nichos originarios para ponerse en diálogo con otros públicos.

Dicho de otra forma, Mafalda y otras creaciones de Quino llegaron a molestar a muchos, pero también lograron alcanzar con su mensaje territorios menos politizados, donde se las percibía como entretenimiento “neutro”. En esa franja, muchas veces, es donde se ganan o pierden debates, y donde es posible cambiar el sentido común.

Una de esas zonas, sin dudas, fue la primera página del matutino uruguayo: “Aquí en El País tenemos un vínculo especial con Quino, ya que sus ‘tiras’ han acompañado la portada del diario durante décadas. Perdido el creador, sus personajes seguirán junto a nosotros”, aclaraba la intervención editorial en redes de la semana pasada. Más allá de la selección de las tiras a publicar (ese recorte sería un tema digno de estudio), la aparición sostenida de Mafalda en El País muestra que la ficción ambiciosa puede contrabandear contenidos en fronteras insospechadas.

El de Quino, podría decirse, es un fenómeno inverso al de Les Luthiers, esos respetables caballeros argentinos que millones adoramos incondicionalmente, al punto de suspender toda consideración sobre su obvio conservadurismo. En cambio, la obra de Quino transmite ideas inconfundiblemente progresistas: igualdad, justicia social, antiautoritarismo, humanismo. Sus personajes –y en esto tiene razón el editorialista– seguirán defendiéndolas.