“Toda historia de amor es una historia de fantasmas”. Esta famosa frase pertenece a David Foster Wallace, pero es un concepto que parece haber entendido y puesto en funcionamiento mucho antes Daphne du Maurier, y luego Alfred Hitchcock. Rebecca es una historia de fantasmas sin apariciones, pero en la que el recuerdo y la idealización de una difunta esposa logran dotar de un nuevo espesor a esa espectralidad. Es la historia de una joven sin clase que cae en el agujero de conejos de la alta alcurnia, para ser asediada por dos espíritus: el de la mansión Manderlay, que parece rechazarla, y el de Rebecca, la ex mujer de Maxim de Winter, que dejó huellas suyas en cada rincón y que duerme detrás de la cortina de los párpados de todos los que la conocieron.

En esta dinámica, el mismo Hitchcock tiene algo de Rebecca. Si toda remake es una forma de revivir ese amor, el gordo Alfred también aparece espectralmente en cada plano, recordándonos lo buena que era la primera versión, ya sea en su manejo del suspenso, su muy británico sentido del humor, su manipulación emocional, el sesudo trabajo de puesta en escena o en el mito que creó de sí mismo. Incluso, como una nueva novia que intenta vestir los mismos vestidos de una difunta, Gus Van Sant intentó reproducir Psicosis plano por plano, y el resultado fue igual de patético y escandaloso que el que sucede cuando la señora De Winter, sin saberlo, se disfraza de Rebecca. Ha habido múltiples versiones de 39 escalones, Dial M for Murder, La ventana indiscreta o La sombra de una duda y todas ellas, si no fracasaron estrepitosamente, quedaron esperando en el zaguán: otra novia caída en desgracia.

La única razón por la que esta versión 2020 de Rebecca (¡80 años después!) generaba intriga era que el hombre detrás de la remake es Ben Wheatley, uno de los directores más interesantes de la última década. El interés no sólo estribaba en la calidad de su obra, sino en cómo pondría en juego su estilo ‒con una tendencia al humor ácido, negro y violento, la pirotecnia visual, una gran capacidad para pasar de la ironía al terror en pocos minutos y un gusto creciente por la edición rápida, al borde del desbarranque‒ con el tono gótico del original. El resultado, lamentablemente, continúa la larga maldición de los films que intentan atravesar el fantasma de Hitchcock.

Original versus remake

El primer punto de divergencia recae en los personajes: si el Maxim de Winter interpretado por Laurence Olivier era un tipo torturado, oscuro y melancólico, el De Winter de Armie Hammer es uno mucho más intempestivo, con gran tendencia a la explosión colérica, que contrasta con el estilo contenido de su antecesor. Este aspecto emocional del dueño de la mansión Manderley será crucial para entender una de las principales relecturas del film. Por su parte, en el primer acto de Rebecca 2020 Lily James conserva la fragilidad de Joan Fontaine, pero pronto comienza a revelarse como algo bien distinto. En ese juego de comparar los films plano por plano, quizás la primera diferencia radical se da en un detalle más bien nimio, que no parece afectar el transcurso de la obra: en la primera comida compartida en privado entre los dos protagonistas, la chica (algo interesante en los dos films es que se mantiene la ausencia de nombre de soltera de la actriz principal, como si ella no hubiera sido nadie hasta convertirse en la ‒nueva‒ señora De Winter) de Wheatley pide, en su anhelo por emular a las comensales de gran abolengo, un ítem del menú en francés que resulta ser un plato lleno de ostras, mientras que la chica de Hitchcock se contenta con pedir unos huevos revueltos.

Así, mientras la elección del menú de la Rebecca de 1940 nos hace pensar en una mujer demasiado sencilla para el paladar de la clase alta, en la nueva versión nos da la pauta de una mujer que quiere pertenecer a un grupo social que no le corresponde. Esto es crucial, porque en ello estriba la diferencia de los dos personajes, y la forma en que se articula el centro gravitatorio del misterio. Si en la versión original el fantasma de Rebecca es algo que se desliza por sí solo frente a una mujer que se topa con él en cada paso que da, en la nueva el fantasma es perseguido, casi asediado por una protagonista que quiere convertirse en ella. De modo que la señora De Winter de Lily James es un personaje cada vez más loco (pero cuya locura proviene tanto de su interior como del afuera, a diferencia de en la película de Hitchcock, en la que la pobre mujer era mucho más inducida hacia la locura), y la película de Wheatley hace que todos los acontecimientos, las casualidades y maldiciones se den de una forma más abrupta, más exagerada y autoprovocada.

Esta suerte de exageración constante y sistemática es el principal lastre de la nueva Rebecca: todo lo que parecía insinuado en la versión original, en esta está tan subrayado que termina atravesando el papel en el que fue escrito. Hay imágenes bellas, pero todo queda en el brillo, en lo colorinche y tempestuoso, que se nos borra de la retina ni bien pasa a otro plano. Así, en contraste con el estilo más contenido de la versión de Hitchcock, en la que el gran incendio adquiría un tenor operístico imponente, en la de Wheatley parece más de lo mismo; un almohadón en llamas con la R bordada vale más que todos los planos pseudo oníricos juntos que intenta agrupar la película de este año.

En este sentido, si el director hubiera buscado algo más estético y loco en su versión, podría haber recurrido a algo más libre y explosivo, como esa especie de homenaje que Park Chan Wook hace a La sombra de una duda (Hitchcock, 1943) en Stoker (2013).

Incendiario

Finalmente, está el espinoso asunto del final (spoilers adelante). En 1940, tiempos gobernados por la moralina del código de censura Hays, Hitchcock sabía que transcribir en su literalidad el giro impuesto por el libro de Du Maurier iba a traer enormes problemas, por lo que decidió “suavizarle los bordes”. El cambio principal no era menor: en la revelación sobre la muerte de Rebecca, la versión de cine no ahondaba mucho en los casos de adulterio que empujaron a De Winter a asesinarla. En sí, el asesinato desaparecía, y todo se convertía en un accidente, una tragedia, más que un femicidio con todas sus letras. Wheatley debe haber visto esto, y quiso darle un giro a la historia que fuera más justo con la repartición de responsabilidades. En su versión, el asesinato sucede en toda su materialidad, y de alguna manera se logra salvar a Rebecca de quedar como el verdadero monstruo de la historia. Casi podríamos decir que la de Wheatley es una versión feminista de Rebecca, en la que la frase “era una mujer, tenía derecho a divertirse” de la señora Danvers (el ama de llaves que atormenta a la nueva señora De Winter) adquiere una dimensión política no presente en la versión de Hitchcock.

Pero aún con este contenido, la nueva versión se vuelve más moralmente extraña al llegar el último acto, en el que el personaje de Lily James, tras saber la verdad, lejos de apartarse de ese tipo violento y despótico que es su marido, se consustancia aún más con su causa. Este es un giro, casi podríamos decir, wheatleiano: sus films siempre derivan en personajes que, por su anhelo por combatir un instinto, una maldición o una maquinaria, terminan convirtiéndose en ella, o en algo más que ella. Así, la pareja de Turistas (Wheatley, 2012) retroalimentaba su impulso asesino, como también el protagonista de El rascacielos (2015) se fusionaba con el espíritu del gigantesco rascacielos que contenía aquella microsociedad decadente y delirante, y el hermano organizador de la fiesta en Happy New Year, Colin Burstead (2018) generaba un efecto de familia luego de convertirse en el villano. De la misma manera, la señora De Winter logra transformarse en Rebecca, pero en algo más que ella; una dimensión zombi y supurante más que espectral.

En sus anhelos por salvar a Rebecca, por darle la voz que, en cierta medida, Hitchcock le quitó, Wheatley termina convirtiéndose en la señora Danvers, incendiando su película para poder demostrar su punto.

Rebecca. Dirigida por Ben Wheatley. Con Lily James y Armie Hammer. Reino Unido, 2020. En Netflix.