El 12 de noviembre en Sala del Museo, la artista maragata retoma aquella sana costumbre de la vieja normalidad: cantar en público. Tras la postergación de varios meses debido a la situación sanitaria, ahora por fin presentará su espectáculo acompañada por Gustavo Montemurro (piano y acordeón), Gerónimo de León (batería y percusión), Checo Anselmi (bajos) y la participación especial de Leticia Lonchar (percusión). De fangos y de claridades conversó con la diaria.

¿De qué viene el concierto?

Empezamos a pensar, con Gustavo Montemurro, que es como mi mano derecha, y concluimos que estaba bueno para hacer un repaso por mi carrera, adelantar algunos temas del disco que viene, que ya lo tengo casi terminado, y adelantar alguna cosita de un proyecto que estamos empezando a trabajar, que es un álbum en homenaje a Alfredo Zitarrosa. Va a ser un concierto que va a tocar todos mis discos, pero ya orientando la balanza a lo que se viene.

Un poco de barro y un poco de luz.

“Barro y luz” lo tomé de Temporal [2015], mi último disco, que tiene una canción que se llama “Barro” y otra, “Luz”. Y tiene una cuestión espacial: uno se imagina siempre la luz por encima de la tierra, si bien entre la tierra debe haber luz, probablemente. Me parece que es como mostrar el abanico de vivencias, de colores y texturas.

¿Cómo viviste el aislamiento?

Yo soy muy hogareña, pasé toda una etapa de mi vida que fui muy salidora y después lentamente el reloj se fue moviendo a disfrutar mucho de estar en casa. Me armé un estudio de grabación y por primera vez empiezo a hacer desde cero las canciones, hasta maquetar. Paso muchas horas en eso, leo mucho y aprendo también, porque no tenía mucha experiencia en lo que es la grabación, así que fui preguntando a colegas. Una vida muy de adentro, de ordenar. Creo que todos más o menos hemos hecho lo mismo, abrir roperos, tirar cosas que no usamos, todo eso.

¿Este disco lo traías o surge en esta situación?

Lo traía. Cuando terminé Temporal abrí una carpeta en la compu que se llama “Creo”; me quedé con esa idea de creer y de crear, y a lo largo del tiempo fui involucrando pequeñas cositas. Me pasa que se me ocurre una melodía o una letra, la grabo y la meto ahí, voy juntando pedacitos. Lo que sí me permitió estar en casa es tener el tiempo de sentarme a ver todo eso, de empezar a ordenar ese material y ya después de empezar a componer las canciones. Y a la vez, tuve que parar un proyecto re lindo que ganó el Fondo Concursable sobre canciones nuestras. La idea es recorrer las escuelas del interior, trabajar con los niños, hacer una selección de autores, trabajar con los maestros, que los niños elijan un tema, hacer un taller sobre eso, indagar dónde vivía ese autor, dónde pasó su infancia, qué creen que dice con ese tema, y después grabar esa canción, pero grabada por los niños, que estén las canciones, pero cantadas por ellos. Lo tenía todo armado, apenas se pueda voy a hacer ese recorrido.

Hay una tendencia de las mujeres artistas a ponerse al hombro la tarea de revisión y rescate del cancionero. Vos, Florencia Núñez con su proyecto de la canción rochense, Queyi, Yisela Sosa, Mónica Navarro, Clara García.

Estela Magnone ha hecho un trabajo tremendo en los archivos de AGADU [Asociación General de Autores del Uruguay] también. A veces hablo con ella y me dice: “Vos sabés que recopilé toda la obra de tal artista”. No sé si es que las mujeres tenemos esta cuestión del legar, de rescatar la memoria. Es una cuestión que a mí me desvela bastante el rescate de la memoria, porque no tenerla nos puede borrar como pueblo, como sociedad, como idiosincrasia. Cuando hice la gira Pebeta de mi barrio por los municipios, qué pasaba: iba a Buenos Aires y siempre se genera esa pica de “ustedes con el tango nada que ver, el tango es todo acá”, y un día me vine en el barco pensando: “¿Será verdad?”. Ahí dije: “Voy a recorrer los barrios y le voy a proponer a la gente que me cuente historias de barrio y de tango”. Porque hay compositores, intérpretes de la música, pero ¿qué pasa con la gente? Si decimos que es música nuestra de raíz, tiene que estar en la gente. Y de esa experiencia preciosa llegaron más de 100 relatos y se hizo un libro. Son relatos de la gente contando historias cotidianas: “Yo era niño, iba a la casa de mi abuela, mi abuela cocinaba tal cosa, entonces había un vecino que prendía la radio, mi abuela se ponía a bailar en la cocina conmigo”. Nos dimos cuenta de que estaba lleno de historias, parejas que se conocieron en la milonga. Entonces, la presencia de nuestra música en lo cotidiano, eso es rescatar memoria también. Ahora voy a Buenos Aires y les digo: “Tomá” [risas].

Foto: Mariana Greif

Foto: Mariana Greif

Siento que con el pasaje de tus discos te has ido moviendo de esa idea del tango como algo de museo a un lugar mucho más cotidiano.

Creo que yo ya nací corrida de ese lugar. Mi primer disco tiene temas clásicos, obviamente, pero también aparece un Fernando Cabrera con “Paso Molino”, como una fuga hacia otra cosa. Lo que me pasó es que cada vez me fui liberando más de eso. Cuando gané el Certamen Nacional de Tango [en 1991] tenía 20 años; fui de vestido corto, de tacos, o sea, estaba en el formato tanguera. Después en el camino te vas encontrando con gente que te va nutriendo. En este último disco, por ejemplo, la aparición de [Gustavo] Popi Spatocco, director musical mil años de la Negra [Mercedes] Sosa, se nota: aparecen las cuerdas, aparece una cueca, una zamba. Y eso era él en intercambio conmigo. Yo le decía: “Popi, no me están saliendo tangos”, y me decía: “No importa, mandame lo que te sale”. Con esa libertad aparecieron un vals, una milonga, un milongón; siempre de chica tuve mucha admiración y fascinación por el candombe.

Supongo también que tiene que ver con que la compositora fue ganando lugar a la intérprete.

Lo bueno que tiene la compositora es que ayuda a potenciar a la intérprete. Puedo componer mis propias canciones, y por lo tanto interpretarlas tal cual yo las siento, porque son mis palabras, mis melodías; me quedan a medida, soy mi sastre.

¿Qué te inspira para componer?

Mirá, hace un tiempo me instalé en una casita que tengo en Melilla, fue toda la época de los incendios, y empecé a mirar el campo y pensé: “También desde la sequía se puede componer”. Porque uno siempre está esperando que florezca algo, que la tierra esté fértil. Y dije: “No, en la sequía también debe poder nacer algo”. Y ahí surge un tema que casi todo el tiempo dice “quema”. “Quema lo que quisimos, / lo que no dimos, / lo que no puede evitar. / Quema lo venerado y la memoria perdida”. A los 15 días estaba sentada en Melilla viendo los incendios de lejos. Las palabras “quema”, “sequía”, las canciones de esta época me han surgido por ahí, por ese color, como una cosa muy existencialista, reflexiva, que parece pesimista por momentos, pero después leyendo las propias letras descubro que en algún lugar hay algo esperanzador, está esa luz ahí.

Siempre contás que la canción “Barro” la hiciste a partir de títulos y frases de tango sacadas de libros que tu papá te fue regalando. Se nota que es un vínculo muy fuerte. ¿Cuánto influyó en tu carrera?

Mi viejo estuvo detenido mucho tiempo en el Penal de Libertad durante la dictadura, convivimos hasta que yo tenía cuatro años, una cosa así, y después pasó a ser como una gran ausencia repentina, con todo lo que puede tener de impacto en una persona que está creciendo. Entonces, el vínculo con mi viejo fue de vernos media hora cada 30 días; pienso que instintivamente uno trata de comprimir la relación al máximo en ese momento, es como los ratos que tenés para conectar. Y además, toda mi infancia mi vieja tuvo ese discurso del “vos sos igual a tu padre”, “yo no te puedo creer, ese gesto que hiciste es igual a tu padre” y cosas así, que nadie me las había enseñado pero que están. Me crie sabiendo que iba y me encontraba con una persona a la que yo era parecida y reverenciaba mucho, lo escuchaba; una vez tuvimos una charla y le dije: “Papá, vos sabés que a mí me encantaría tener una huerta en el fondo de casa y producir cosas, entonces si yo preciso un pantalón, voy y se lo canjeo al de la tienda”. Y me dice: “¡Malena, esa es la base del sistema comunista!” [risas]. Con mi hermano obviamente entendíamos una parte de lo que estaba sucediendo; una vez estábamos cantando ahí, en el Penal, y pasa una señora militar que dice: “Qué bien que cantan sus hijos, Muyala”. Vi que mi viejo se emocionó con eso; había momentos así, muy fuertes. Y mi viejo siempre nos hablaba de tango. Hace poco me mostró el historial de conversaciones que él tenía con mi mamá y que se lo dieron cuando salió de la cárcel; me dio una hoja para que leyera que dice: “Están conversando de sus hijos, la señora le dice tal cosa, él le dice: ‘Malena tiene mucho futuro como cantante, la verdad que está cantando muy bien’”.

Y esa complicidad musical siguió.

Después, cuando lo liberan, cuando salen todos, empieza un periplo de conversar mucho sobre tangos, porque él sabía que me interesaba. Y a los 18 me vengo a vivir a Montevideo a estudiar Medicina, me presento en la Antimurga BCG y quedo, y ahí me voy a vivir con mi papá, que ya estaba en Montevideo; empieza la segunda parte de la construcción del vínculo, ya fue un intensivo de tango. Me presenté al certamen, gané ese premio y me invitaron a cantar como telonera de la orquesta de Osvaldo Pugliese en el Solís. Imaginate, mi viejo toda la vida me lo hizo escuchar, es su dios de cabecera.

En ese certamen participaste con “Los mareados”, que años después abre Temas pendientes, tu primer disco.

Se lo escuché a Rosanna Falasca en la tele un día, estaba haciendo cosas y me quedé mirándola y cuando terminó de cantar ya me sabía la letra, fue como que track, se me grabó, es una canción que me ha acompañado siempre. Ahora en muchos shows he optado por cantarla a capela al final.

¿Y “Pasos”? Es tu canción más escuchada en las plataformas.

Sí, el video con Charo [Bogarín] en Youtube tiene como tres millones de vistas, es una locura. El año pasado hice una gira por Argentina por muchas ciudades: Mendoza, San Rafael, Azul, Mar del Plata, La Plata, Olavarría, lugares a los que yo no había ido nunca. Llegaba esta canción y en todos los lugares empezaba el “tun tan taaan” y la gente empezaba a aplaudir, y yo prácticamente no la cantaba.

No es una canción que entre en los estándares del hit.

No, tiene notas largas que hay que mantenerlas, tiene mucho texto, los dos primeros estribillos son diferentes, los seis versos son distintos. Yo que sé, son fenómenos rarísimos.

¿Podés explicarlo?

No, porque tampoco puedo explicar cómo la compuse, no tiene nada romántico ni raro. Llegó a mi casa una laptop, la abrí para ver cómo funcionaba, abrí un Word, miré la pantalla y dije: “Vamos, por un camino añejo, bla, bla, bla” y la escribí hasta el final, sin moverle ni una coma, ni un punto, ni una palabra. Ya está, esa es “Pasos” [risas].

¿Te quedan temas pendientes?

Una cosa que le pido siempre a la vida es seguir teniendo temas pendientes. Pienso que ese es un motor, algo que te lleva para ahí. A veces tengo momentos en que me parece que no, pero de repente hay determinadas cositas que me sensibilizan y me permiten abrirme; en seguida me paso al otro extremo, es como que no tuviese grises.

Del temporal a la sequía y de la sequía al temporal.

Claro, viste que la canción en un momento lo dice. Y así estoy, no te estoy mintiendo.

De barro y de luz. Mañana a las 21 horas en Sala del Museo.