Uno de los bajones de ser uruguayo es que la mayoría de los escenarios del cine de género suelen parecer lejanos, inextrapolables. Hemos visto un montón de películas sobre policías, y lo primero que nos llama la atención es que los detectives tienen vestimenta formal. Aún en los casos en que se nos intenta mostrar cómo la vida privada del detective se encuentra reducida a escombros por su excesiva devoción al trabajo –o, en su reverso, cómo su trabajo se compromete por una adicción, problemas con mujeres, deudas y un montón de cosas más–, al menos tendrá una camisa limpia o arrugada o un sobretodo de paño que ondea al viento cada vez que se lo pone al salir del móvil policial. Parece un cine demasiado lejano al de la Policía pobre, poco instruida, burocrática y, sobre todo, ineficiente que forma parte de nuestra vida.
Se puede incurrir en una visión igual de desilusionada en otros géneros: en el terror, la tentativa de nuestro territorio como escenario suele prestarse a recursos autoconscientes o chistes accidentales (la Colonia de Ricardo Islas en la que suceden desde ataques de hombres lobo hasta invasiones extraterrestres), pero nunca ofrece su suelo, de manera orgánica, para que germinen salvajemente los fetichismos propios de ese tipo de cine. Así, la opción siempre es quedar bajo el blindaje de un entrecomillado, o perseguir algo más asociado a la realidad, opción que suele revelarse como algo demasiado áspero y crudo para la cobertura clásica que bordea al género (pienso, por ejemplo, la forma en que la cotidianidad de la argentina El bonaerense, de Pablo Trapero –2002–, se siente como un lavado con lejía corrosiva sobre la superficie posible de cualquier universo típico de un policial). Es ahí que toda posibilidad de volver al cine clásico de detectives resulta algo lejano, dificilísimo, como si Montevideo fuese demasiado gris para el noir buscado.
Carmen Vidal, mujer detective, tiene el extrañísimo mérito de subvertir estas condiciones típicas. Es una película que está asentada en el género de detectives estadounidense y que, siendo profundamente uruguaya, hace un trapecismo sin red entre el homenaje, la autoparodia y una dosis controlada de ingenuidad. Ya desde los primeros planos, con Carmen Vidal (a cargo de Eva Dans, que dirige, escribe y protagoniza su film) reducida a una figura mínima, casi una mancha que atraviesa sucesivas estructuras inmensas de la rambla portuaria y sur al son de un tango jazzeado (la banda sonora está compuesta, interpretada y grabada por Maximiliano Silveira), percibimos esta difícil conjunción de lo montevideano con guiños estéticos que bordean lo paródico, y que sin embargo se sienten extrañamente frescos. Esa Montevideo gris, húmeda y hecha pelota siempre estuvo ahí, pero casi nunca supo mostrarse con tal fealdad y encanto.
La misma Carmen Vidal es un perfecto paralelismo de la ciudad: así como todo el film circula por los mismos rincones de la plaza Independencia y la zona portuaria, la detective y casi todos los personajes siempre usan la misma ropa; a veces la protagonista nos parece fea y decadente (casi un proyecto de vieja de los gatos, con bata, pucho y pelo engrasado por dormir arriba de muzzarellas) y, con un nuevo plano, un cambio de luz y una sonrisa, de la nada se vuelve desconcertantemente linda, al igual que Montevideo.
La trama es quizás lo menos importante de Carmen Vidal: tan sólo necesitamos saber que hay una investigación sobre tres femicidios, que hay un senador misterioso que es investigado (Roberto Suárez), que hay una femme fatal de la que nunca se entiende para qué lado juega, que hay un ex compañero asesinado que hace que todo el caso se vuelva más “personal” para la protagonista y que hay un montón de giros de tuerca. Es decir, que cumple con todos los ítems clásicos de cualquier film noir.
Derribar el cliché
La fragilidad de la trama y las costuras en sus giros no debe sorprender a nadie: aún –salvando las distancias– grandes hitos del cine noir como El sueño eterno (Howard Hawks, 1946) tienen bifurcaciones que ni el mismo Raymond Chandler pudo explicar cuando escribió el libro, pero en el fondo nada de eso importa, sólo queremos ver a Humphrey Bogart siendo cáustico y elegante y tirando chistes de una frase como disparos de esos revólveres siempre encajados a la altura de la cintura.
En esta dinámica, Carmen Vidal, mujer detective funciona como una deconstrucción del cine noir, una disección de ciertos clichés del género, pero colocados de manera rara, iluminados por una nueva luz. Así, defectos asociados al cine policial, como la sobreexplicación de la trama y los giros argumentales, bajo la dirección de Dans se muestran reforzados, y a veces toman la forma de flashbacks que aparecen fantasmagóricos y terrajísimos insertos dentro del mismo plano: entre ellos, la repetida aparición del rostro del compañero asesinado de Carmen Vidal, que baña a la película con un aire casi telenovelesco. La misma forma absurda en que todo el mundo entra como perico por su casa a la oficina/morada de Carmen es parte del chiste, al igual que las muzzarellas del Bar Hispano cumplen una función paralela, casi idéntica, a la que el alcoholismo suele ocupar en la vida de los anti-héroes noir.
Pero Carmen Vidal, mujer detective tiene más cosas: hay una pareja de policías que en cualquier otra película no tendría ningún sentido que esté, pero que es fascinantes de ver (Lulo Demarco es quizás el actor con timing cómico más extraño y gracioso que ha dado el cine uruguayo reciente); hay cambios de tono tan abruptos como canciones cambiadas por un DJ con trastorno de déficit atencional; hay acercamientos lentos de cámara que a veces parecen dotar al momento de un aire más trascendente de lo que en realidad es; y hay incluso escenas que se sienten tomadas de un film diferente, como el bizarro book de fotos y atuendos de los dos detectives. Toda esta mezcolanza está al borde de arrojar a la película por la borda y sin embargo persiste algo extraño, aún en toda esa irregularidad de tono, que la mantiene a flote.
La rarísima virtud de Carmen Vidal, mujer detective es la de ser una película que abraza sus errores –e incluso su bajo costo de producción–, sin perpetuar, con este recurso, un distanciamiento exclusivamente irónico. Es un film con la suficiente dosis de astucia como para no ahogarse en el estilo grandilocuente e ingenuo de Acto de violencia en una joven periodista (Manuel Lamas, 1988) y al mismo tiempo no estar tan al tanto de estas transgresiones casi camp como para volverse cínica. Hasta en los momentos más serios, y aún con un giro tonal que parece tomar cosas prestadas del durísimo final ensayístico Vivir su vida (Jean-Luc Godard, 1962), la obra nunca deja de ser una comedia. Así, envuelta en la toalla mojada de sus propios excesos y extrañas elecciones, Carmen Vidal, mujer detective es, detrás de su apariencia sencilla, una película rara. De lo más raro que ha dado el cine uruguayo, pero no en lo que muestra ni en cómo lo muestra, sino en la medida en que todo se estira y no termina de romperse, como un hilo de muzzarella humeante que nunca llega a desprenderse del resto de los trozos.
Carmen Vidal, mujer detective. Dirigida por Eva Dans. Con Eva Dans y Luciano Demarco. Uruguay, 2020. En Cinemateca, Grupocine Punta Carretas y Torre de los Profesionales.