Viejos son los trapos y también varios músicos anglosajones, de los más rockeros y no tanto, que siguen grabando discos como si no hubiera mañana. Acá repasamos tres que hay que tener en cuenta sí o sí y que se pueden escuchar ya mismo en Spotify, Youtube, CD, vinilo o por donde más les guste.
Letter to You, de Bruce Springsteen
Con 71 velas sopladas, Bruce Springsteen está bastante inquieto, ya que el año pasado editó el álbum Western Stars y ahora se despachó con otro, Letter to You. Pero lo relevante es que en este último volvió a grabar con su grupo de toda la vida, E Street Band, algo que no hacía desde 2014, cuando publicó High Hopes. Así las cosas, el Jefe está de vuelta con lo suyo: una hora de rock proletario, de raíz bien yanqui y con varias canciones que por su calidad se pueden emparentar tranquilamente con sus mejores discos.
La diferencia del viejo Springsteen con el joven, de discos como Born to Run (1975), Nebraska (1982) o Born in the USA (1984), es que está un par de estaciones más cerca de la muerte, por eso no es casualidad que la Parca atraviese todo el nuevo álbum, que arranca con “One Minute You’re Here”. Es una balada folk en la que se refiere a la innombrable como “el gran tren negro” –no hay nada más de raíz yanqui que la metáfora ferroviaria para las cosas importantes, básicamente, el amor y la muerte–.
“Big black train comin’ down the track, / blow your whistle long and long, / one minute you’re here, / next minute you’re gone” (“un gran tren negro viene por la vía, / suena tu silbato largo y tendido, / un minuto estás aquí, / al minuto siguiente te fuiste”). Todo dicho. Aunque el primer bocado tiene gusto a bajón, la canción que le sigue, “Letter to You”, levanta a partir de clásico rock springsteeneano, aunque por la letra –una carta, que remite a despedida y afines– y por el tono menor que domina la música se cuela bastante melancolía.
En “Burnin’ Train” no sabemos el color del tren, pero sí que se prende fuego y que el Jefe pide, desesperado, que lo lleven en él, así que enseguida nos damos cuenta de que no se trata de una metáfora mortal, sino sexual. Como no podía ser de otra manera, es una de las canciones más encendidas del disco, y el serpenteante solo es una ráfaga perfecta de napalm melódico.
“No perdería, / no podría morir”, canta Springsteen en “Last Man Standing”, y la cosa se pone seria otra vez, porque la muerte y todo eso. En “The Power of Prayer” dice que está alcanzando el cielo y en “House of a Thousand Guitars” habla sobre una casa de mil guitarras donde la música nunca termina y el amargo y el aburrido despiertan en busca del acorde perdido. La del cielo guitarrero arranca con un piano solitario de aires góspel, hasta que el mar instrumental envuelve todo en una atmósfera espiritual, con un coro celestial pero pagano.
Promediando el final del disco el asunto se pone más apocalíptico, con “Rainmaker” e “If I Was the Priest” –acá imagina un pueblo en el que está todo mal y Jesús es el sheriff y él, el sacerdote–, y se ilumina con “Ghosts”, otra oda a la música, como todo Letter to You.
Power Up, de AC/DC
Es un lugar demasiado común ese de que AC/DC hace siempre el mismo disco, al menos si nos ponemos a hilar fino y salimos de lo que escribe cualquier civil en Wikipedia. Está claro que su estética sonora es eternamente idéntica –batería, bajo, guitarras enchufadas a un par de amplificadores Marshall y una voz aguda y chillona– y no le sobran progresiones armónicas, pero sus riffs y estribillos, la base de lo que hacen, no han sido siempre los mismos en estos más de 45 años de carrera de la banda. De lo contrario, que alguien diga en qué otro disco de AC/DC suena un riff como el de “Back in Black” o un estribillo como el de “You Shook Me All Night Long”.
Ahora bien, lo que sí es cierto es que en los últimos años –como 20– se fue difuminando el sintagma melódico de los riffs –porque ya no hay mucho más para inventar–, volviéndose más compacto, con base en acordes sueltos entrecortados. Esto evidentemente hace más difícil diferenciar una canción de la otra –algo similar pasó con los solos: hay más núcleos rítmicos y menos recorridos melódicos–.
De todas maneras, el disco Power Up marca la segunda resurrección de AC/DC. La primera fue hace 40 años, cuando la banda australiana lanzó el álbum Back in Black, con el estreno de Brian Johnson como vocalista luego de la muerte de su cantante original, Bon Scott. Aquello es historia conocida, porque resultó ser la obra maestra de la banda y el disco más vendido del universo del rock.
La resurrección de Power Up es más humilde en sus resultados, pero no en la muerte de la que se vuelve: nada menos que la del guitarrista rítmico, fundador, cabeza y alma del grupo, Malcolm Young. Rock or Bust (2014), el anterior álbum de AC/DC, ya no contó con el guitarrista –lo suplantó su sobrino, Stevie Young–, porque ya se había retirado por graves problemas de salud; ya había sido especial por eso, pero su desaparición física, en 2017, hizo carne la ausencia y, claro está, terminó de matar la esperanza de que vuelva.
A su vez, diversos problemas –legales y auditivos– hicieron que en el final de la gira de aquel disco la banda no pudiera contar ni con Phil Rudd (el batero, dueño de la mitad del groove) ni con Johnson, que fue suplantado por Axl Rose –mejor no hablar de ciertas cosas–. Por lo tanto, el futuro del grupo era más negro que la tapa de Back in Black. Pero al final la banda volvió con el plantel completo –el sobrino sigue en lugar de su tío, por obvias razones–.
“Realize”, la que abre el disco, tiene un estribillo pegadizo, como siempre, pero con un coro que tanto por su melodía como por su barniz de producción acaricia un poco el “pop” del álbum The Razors Edge (1990), lo que implica un lunar extraño en la piel sonora de AC/DC. Algo similar pasa con el arreglo coral de los versos de “Through the Mists of Time”, más algún quiebre melódico de Johnson y la rítmica rastrera de las guitarras, al mejor estilo “Touch Too Much”, del Highway to Hell (1979).
Por supuesto, en el global de las 12 canciones del disco nuevo no hay sorpresas, sino música que sigue esa línea más compacta de los últimos discos (que tampoco son tantos, porque este es el cuarto álbum de estudio de los australianos en 20 años), en la que se destaca la tercera, “Shot in the Dark”, que por algo fue el corte de difusión: punteo bien rítmico y afilado, estribillo para compartir en estadios y metáfora pistolera para hablar de sexo.
Pero, por más entusiasmo que provoque la vuelta de los popes del hard rock, Power Up no está al nivel de los últimos discos de la banda, es decir, Rock or Bust, Black Ice (2008) y Stiff Upper Lip (2000). Ninguna de las nuevas canciones se convertirá en un himno ineludible, de esos que tienen que sonar en vivo porque si no se quema todo –la última a la que le calzó esa responsabilidad fue “Thunderstruck”, que ya tiene tres décadas–.
Pero un Angus Young de 65 años y un Johnson de 73 nos recuerdan que por más que pululen imitadores, nadie copia mejor a AC/DC que AC/DC, y que en medio compás de su música hay más groove y pulso dionisíaco que en la mitad de las listas de éxitos de Spotify.
Hey Clockface, de Elvis Costello
El inglés Declan Patrick MacManus, de 66 años, más conocido como Elvis Costello, acaba de pasar la treintena de discos editados con Hey Clockface. Es un álbum extraño y fascinante ya desde el arranque, con algo parecido a una canción –musicalmente, es amorfa, y Costello no canta, sino que más bien recita– con aires orientales, que parece acompañar el fin del mundo: “She turned to me and this she said: / ‘Kiss me once and you’ll remember, / lay with me ‘til we’re both dead’ [...]. Love is the one thing we can save (“ella volteó hacia a mí y dijo esto: / ‘Besame una vez y lo recordarás, / acostate conmigo hasta que ambos estemos muertos. / El amor es lo único que podemos salvar”).
“Revolution #49” le abre la puerta a un álbum ecléctico tanto en estilos y timbres –porque hay pianos, guitarras, vientos, etcétera– como en emociones. Desde la nihilista –por la letra– y tomwaitseana –por la música– “No Flag”, pasando por la beatlera –pos Sgt. Pepper’s...– “They’re not Laughing at Me Now”, la delicada balada jazzera –a lo Frank Sinatra– “I Do (Zula’s Song)”, la crítica “We are All Cowards Now” (“Todos somos unos cobardes ahora”), hasta llegar a una de las más raras, que le da título al disco: “Hey Clockface/How Can You Face Me?”. Es una canción alegre con música tipo vodevil, de comedia, sobre la que Costello se lamenta por la relatividad del paso del tiempo –en particular, en relación al amor–, personificándolo en el “cara de reloj”, al que le tira todos sus reproches.
Pero hay más, como las baladas pianeras “The Whirlwind” y “The Last Confession of Vivian Whip”, que conforman estaciones de un largo viaje musical, que vale la pena hacer más de una vez para disfrutar todos los detalles del variado paisaje.