Gustavo Verdesio, ideólogo y director de la colección Discos de Estuario, asegura que el objetivo de este proyecto editorial es “analizar la música no sólo como música, sino como un artefacto cultural que tiene una significación social importante”. El No es solo rocanrol (2017) que da nombre al primer número de la serie anuncia ese interés y justifica que Sobredosis, de Diego Recoba, esté incluido en una colección pensada originalmente para títulos rocanroleros pero que ya excede ese parámetro.

De cualquier manera, la palabra rock, además de ser el paraguas en el que conviven géneros, ritmos y estilos musicales de raíz anglosajona, en estos lares se usa para describir cierta actitud contestataria, juvenil, a contrapelo de las normas establecidas y, por lo general, relacionada con el suburbio. Como concluye el autor, no hay nada más rock que un grupo de muchachos de un barrio periférico que se anima a vestirse de manera estrafalaria, hacerse raros peinados, meterse a un estudio a grabar “siendo nadie” y que el resultado sea “uno de los discos que mejor suena de toda la música uruguaya pre 90”. Ese fenómeno, “uno de los saltos al abismo más impresionantes de toda la historia uruguaya”, es el alma del libro: si bien lo que se cuenta tiene que ver con la orquesta y su derrotero, el porqué y, sobre todo, el cómo se cuenta también es parte del asunto.

Hace años que Recoba acumula difusión y puesta en valor de la música tropical uruguaya, con una particularidad respecto de otros: ha logrado trascender los nichos del movimiento pero sin que esto erosione la profundidad y el respeto que merece. Uno de los antecedentes es ¡Hasta Borinquen! (2018), el libro que publicó junto al fotógrafo Agustín Fernández en el marco de los 50 años de la sonora de la familia Goberna. Antes de comenzar con su último trabajo viajó a Colombia en busca de los orígenes de la cumbia criolla; la odisea caribeña provocó que “toda esa construcción en torno a Sobredosis, la música tropical uruguaya y su campo, o incluso sobre el campo cultural uruguayo en general” se le derrumbara y, de nuevo en Montevideo, no encontrara la punta del hilo desde donde empezar a tejer esta historia. Según cuenta, fue su pareja quien le mostró un posible camino: “El libro tiene que ser sobre vos, porque si es sobre vos, va a ser sobre Karibe”.

Entonces, en vez de desglosar partituras, recorrer las interminables noches de bailes o encerrarnos en los estudios de Sondor para escudriñar la grabación del grupo creado por el productor y gurú Eduardo Rivero, la propuesta es regresar al barrio Nuevo París a finales de los 80, donde un niño de una familia común y corriente descubre a la mejor banda del mundo. Este recurso podría funcionar para cualquier banda; sin embargo, en este caso resulta esencial para comprender el fenómeno Karibe con K, que, más allá de las experticias artísticas o los artilugios de marketing, radica en la comunión con su multitudinario público, perteneciente en gran medida a las periferias.

Para Verdesio, el libro “tiene la virtud enorme de pintar el panorama de una época cultural a través de la relación de un individuo con un tipo de música, con una banda en particular y con un disco, más específicamente. Se dedica a retratar un momento histórico de la cultura uruguaya, visto desde una perspectiva no muy común, una persona que viene de un barrio montevideano que no es de los que más asociamos con la producción cultural de elite”.

Los bailes barriales de fin de año, la cantina o el vestuario de un club de ascenso, las peripecias de los viajes familiares al Chuy, dan cuenta del universo donde la orquesta oficiaba de banda sonora y provocaba sueños y suspiros. Pero además de lo paisajístico o costumbrista está lo humano, lo que hace que esta experiencia aldeana se vuelva universal: el grupo de niños que imita a sus ídolos, el joven que reniega de sus orígenes para encajar, la madre que también desea. Esto que suele llamarse autoficción o escritura del yo –y que también se problematiza en el ensayo– no es un mero ejercicio autobiográfico, sino que está puesto al servicio del objetivo final: analizar un disco que haya sido importante en la vida del autor, que le haya producido una impresión duradera. No sabemos cuánto de verdad hay en estas historias y no importa; lo que cuenta es que son verosímiles, logran que nos pongamos en el lugar.

Recoba plantea “la necesidad de escribir como se vive, de acercarse a la cosa [...] No solo cambiar la distancia o el punto de vista, cambiar la noción misma de la escritura, de autor, despojar a la literatura o al periodismo de la seriedad, la gravedad o la solemnidad que le damos todos”. En este sentido, no pierde tiempo en buenas prácticas literarias para la tribuna ni en sesudas descripciones; cada escena, cada personaje tiene las pinceladas necesarias para que el lector comprenda pero complete el cuadro con su propia experiencia o imaginación. El ritmo es avasallante, al igual que la Karibe, a la que define como “una mezcla vertiginosa y desmesurada de tradición y novedad, técnicamente impecable, llenos de swing, empastados, juguetones y audaces”. Más allá de que dos de los capítulos están dedicados al análisis canción por canción, y que es allí donde reluce toda su experticia en el género, cada apartado brinda datos, anécdotas o coordenadas para entender el fenómeno; incluso cuando el relato es notoriamente ficcional y suma fibras sobrenaturales, el narrador aporta información relevante.

Dice Verdesio: “Con la colección intentamos que lo popular sea tratado con dignidad. Estos artefactos culturales populares contribuyen a la forma en que la gente se concibe a sí misma, o cómo se entiende culturalmente a sí misma. Tratamos de que lo popular se tome seriamente y que sea un insumo más para entendernos”. El libro cumple estos objetivos sobradamente. “En [el álbum] Sobredosis está condensada, como si fuera eso del universo en una cáscara de nuez, toda la historia que vendrá de Karibe, pero también toda mi historia, y la del país, y el mundo, y la época”, asegura el autor. No sólo aporta para comprender la obra, sino que nos interpela y de alguna manera también se vuelve revelador. Pero, sobre todo, es entretenido, aspecto que en la tierra de la corrección es un pecado y, por eso, durante años condenamos a la tropical, a pesar de que, como dice Recoba: “Más de un mediocre que sólo se sienta a criticar a Karibe no se hubiese llegado a poner una lentejuela de las muchas que ellos se pusieron para cambiarlo todo”.

Sobredosis. De Diego Recoba. Montevideo, Estuario, 2020. 142 páginas.