Ahora que este particularísimo 2020 comienza a terminarse, a falta de algo más interesante que hacer se puede trazar una línea a modo de balance de lo que representaron los diversos homenajes dedicados a los escritores Idea Vilariño, Mario Benedetti y Julio C da Rosa en el centenario de sus nacimientos. Entre un sinfín de artículos, coloquios, entrevistas a referentes en la materia, lecturas (y relecturas), puestas a punto, debates y variados actos recordatorios (desde las jornadas organizadas por el Ministerio de Educación y Cultura a un reciente homenaje tributado a los tres autores por la Cámara de Representantes, en el que el nombre de Julio C da Rosa en el anuncio del evento realizado por un diputado, además de mal escrito, aparecía notoriamente deslucido en la lista, como un agregado incómodo o de última hora), atravesados por la retórica propia de la celebración y no pocos lugares comunes sobre el genio, la importancia para la cultura nacional y para las generaciones por venir (los mismos epítetos que podrán aplicarse a los autores centenarios a celebrarse el próximo año, cuyos nombres escarban por estas horas en calendarios y en Wikipedia gestores culturales y burócratas de la cultura), hubo, justo es decirlo, algunos hitos que merecen destacarse. La reedición de la novela Mundo chico, de Julio C da Rosa, cuarenta y cinco años después de su edición original, es uno de ellos.

Novela grande

Entre otras cosas, sobre Mundo chico, la obra más extensa que publicó el escritor nacido en Los Porongos el 9 de febrero de 1920, puede aplicarse aquello que le dijo el editor de Sudamericana Antonio López Llausás a Juan Carlos Onetti cuando leyó La vida breve: “Pues mira, Onetti, la vida puede ser breve, pero la novela es muy larga”. Para ser un mundo chico el que cuenta Da Rosa, su novela parece de a ratos demasiado larga, no por las más de quinientas páginas que la conforman (lo que visto desde estos tiempos de escritura de obras breves ya es en sí mismo una suerte de anomalía) sino por la morosa ejecución de algunos capítulos, especialmente los que avanzan a través de diálogos, extendidos hasta una suerte de paroxismo que congela la acción y sedimenta todo en el habla propia de los personajes.

El otro elemento que genera cierta rispidez en los críticos –evidenciado, sin ir más lejos, en alguna nota sobre el centenario de Da Rosa aparecida en estas mismas páginas–, tiene que ver con las circunstancias de la publicación original del libro, en 1975, bajo el sello de la Comisión nacional de homenaje del sesquicentenario de los hechos históricos de 1825, en el marco del plan de publicaciones de la Biblioteca Nacional y en plena dictadura cívico-militar. Esa suerte de mancha ominosa que algunos pretenden ver en el libro no contamina en absoluto el material literario y, al final del día, sólo permanece pegoteada en los lentes del crítico que la señala.

Antes de referirme a la trama, permítanseme unas palabras sobre la presentación de esta edición de Mundo chico, emprendida por Ediciones de la Banda Oriental. En el preciso e informativo prólogo, la profesora Elena Romiti ubica el proyecto de la novela en una conferencia pronunciada por Da Rosa en 1953, veintidós años antes de su publicación, al tiempo que rastrea los orígenes biográficos de algunos personajes, como el del hacendado Cristino Sosa, que reúne nombre, rasgos y circunstancias de la vida del padre del autor.

Casos y cosas

Como novela coral fragmentada y arborescente, las diversas líneas de la trama de Mundo chico avanzan en ocasiones de forma independiente y en otras fusionándose en un amasijo de casos y cosas que tiende a adensar el universo inventado y recreado. Por ejemplo, la historia del chacarero Bitica Caraballo, empeñado en dar con el rastro del chancho que le roba sistemáticamente los boniatos para escarmentar al dueño del animal, desemboca en una pelea en un boliche, un muerto y un velorio. Cuando el autor describe la parsimoniosa labor de Aniceto Almeida para lustrar el ataúd en que será velado el difunto, lo que refiere, en realidad, es una particularidad propia del ambiente campesino en el que sitúa la acción, pues “un cajón de muerto no es cualquier cosa, con ser una cosa que a las pocas horas de hecha desaparece bajo tierra o entre paredes; no es eso, ni mucho menos el muerto, lo que está en la mente del carpintero mientras lo construye: lo que está son los cientos de ojos que van a pasar por las veintitantas o treinta horas de velorio; y las docenas de esos ojos que van a fijarse más en el cajón que en la cabeza del finado”.

La construcción del mundo chico de la novela da sobradas pruebas del cuidado dominio del arte de la descripción en Da Rosa, auténticas bofetadas de sentido a esa idiotez repetida una y mil veces por críticos y literatos acerca del excesivo empleo de adjetivos. Da Rosa no escatima adjetivos y los aprovecha de la mejor forma, como cuando presenta a Cristino Sosa, que “era hombre de cien quilos llevar a sus treinta y cinco años de entonces. Mansejón, alegre, conversador granado y prolijo. Lector de cuanto caía en sus manos, colorado batllista y sosista ‘abierto y jugado’, le gustaba politiquear, hablar de historia y literatura, y de cuando en cuando tirarle un tarascón a la filosofía, según usaba decir”.

Finalmente, otro elemento a destacar en Mundo chico es la apropiación y reconversión con fines argumentales y estilísticos que hace Da Rosa de la geografía. La serranía por la que se mueven los personajes, atravesada por rancheríos perdidos, estancias, arroyos y caminos polvorientos, es el espacio absoluto del demiurgo que escribe, reconfigurándolo todo a su paso, bajo el único capricho del genio creador.

Casi medio siglo después de su publicación original, Mundo chico vuelve al ruedo en procura de nuevos lectores; el tiempo dirá si logra conquistar espacios en los estantes de las bibliotecas o languidecer entre el polvo y la humedad de algún depósito.

Mundo chico. De Julio C da Rosa. Prólogo de Elena Romiti. Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 2020, 524 páginas.