Durante el siglo pasado uno de mis oficios terrestres supo ser el de reseñar shows en vivo, un trabajo que es (o era) el puesto más bajo dentro del escalafón de una sección musical, porque significa que no tenés fin de semana... y no sueñen con conseguir entradas para los mejores recitales, porque son las que se quedan los jefes. Fue durante una de esas noches, de las que sólo al final del camino se podría saber si se contabilizarían en la lista de las ganadas o las perdidas, que el destino me condujo hacia el estadio porteño de Obras para ver a una leyenda del blues llamada Koko Taylor.
Por aquellos tiempos –qué tiempos aquellos– muchas leyendas mundiales del blues se acercaban a recaudar plata para su retiro en una Argentina con el dólar uno a uno y súbitamente llena de fanáticos del género, dispuestos a llenar el ámbito que fuera para saldar la deuda de verlos alguna vez. La Taylor ya estaba viejita, y ciertamente no recuerdo que esa noche tuviese mucho para demostrar ante un espectador que, como yo, no estuviese familiarizado con su historia y sus logros. Pero lo que me predispuso contra ella fueron los fans del blues, que se dedicaron toda la noche a insultar al artista encargado de abrir la velada, nada menos que un tal Robert Cray, por entonces todavía un relativamente joven renovador dentro del género. El gran Cray hizo un show memorable –yo aún lo recuerdo, por lo menos–, un detalle que no les importó a los irreductibles, que se dedicaron a abuchearlo sólo por el pecado de que algunos de sus temas habían llegado a sonar en la radio. Lo mismo hicieron en un inesperado homenaje a Steve Ray Vaughan que se llevó a cabo en el enorme estadio –irremediablemente vacío– de Huracán ante Los Lobos (¡Sí! ¡Los Lobos tocaron alguna vez en Buenos Aires!), toreados por un César Rojas que les lanzó una y otra vez al rostro sus mejores solos.
Lo cierto es que desde aquella noche en Obras no tengo el mejor recuerdo de la buena de Koko, y entonces es que agradezco la reaparición de Nora Jean Wallace, que con su deslumbrante primer disco en dieciséis años me llevó a repasar la obra de la Taylor, ya que una de las declaraciones que se repiten una y otra vez en las notas que presentan a Wallace es una en que la legendaria blusera asegura que la recién llegada le recuerda a cómo era ella de joven. Por supuesto que es un aval que debe tener sus años, y no se refiere al flamante Blueswoman, un título simple, casi una declaración de principios, y que –cerrando el amplio arco con el que arrancan estas líneas– viene de un tema justamente dedicado a Koko Taylor e incluido en el álbum, cuya letra asegura de manera celebratoria: “Soy una blueswoman / desde mi peluca hasta los zapatos”.
Leo por ahí que el silencio de Nora Jean durante todos estos años obedece a que se dedicó a cuidar a su madre, ya muy viejita y necesitada de atenciones, quien –explicó– siempre la apoyó mientras estuvo persiguiendo un destino musical y no merecía que la dejase sola. “Creo que se sintió un poco con culpa porque tuve que hacer a un lado todo lo que amaba para cuidarla”, escribió en la presentación de su nuevo disco. “Aunque ya se ha ido, ella todavía está conmigo”.
También me entero de que vivió casi toda su vida adulta en Chicago, que llegó a grabar un par de muy festejados discos utilizando el apellido Bruso –recién para este regreso lo cambió por el de Wallace–, y que integró durante años la banda de una leyenda del blues de la ciudad, el gran Jimmy Walker. Yendo aún más atrás en su historia, se puede leer por ahí que es la séptima hija de una familia de bluseros, que de niña cosechaba algodón codo a codo con el resto de sus hermanos (eran catorce) y de noche se colaba en el local que regenteaba su abuela a escuchar cantar blues a sus familiares. La escena es tan perfecta que es posible que no sea real, pero qué importa, qué interesa. Al menos su nuevo disco está a la altura de semejante leyenda, empezando por el tema con el que empieza, el primer blusazo con el que vuelve a presentarse.
“A veces pienso que me estoy volviendo loca / Esa botella de Martell no deja de decir mi nombre”, canta Nora Jean en “Martell”, el festivo tema que inaugura Blueswoman, haciendo recordar a Pappo y sus sándwiches de miga. Lo que viene hacia ella es una botella de cognac, porque –sigue la letra—“no quiero cerveza / no quiero vino / vos sabés lo que quiero / quiero beber algo de Martell”. Con el año en franca retirada y los mejores brindis todavía por delante, no se puede menos que compartir semejante deseo. Pero por aquí no le decimos que no a nada. Queremos todo. Especialmente un año nuevo, flamante, por estrenar, que escriba una nueva historia y borre con el codo el que aún anda por acá pero que, si tuviese algo de decoro, hace tiempo que se hubiese ido sin siquiera atreverse a despedirse.