Hasta los marcianos que viven en una galaxia a la vuelta del infinito se enteraron de que el 25 de noviembre Diego Armando Maradona no pudo hacerle la última gambeta a la muerte y se le terminó el partido de la vida. La noticia reventó como la planta de Chernóbil y la radiación abrasó todo. Los medios masivos argentinos –en especial, el ojo idiota–, como era de esperar, siguen exprimiendo la noticia con avidez carroñera. Pasarán años, décadas, pero el humo y los desechos tóxicos van a desaparecer y quedarán sólo los goles y la música.
Maradona logró una hazaña fuera de la cancha: que la cultura del rock dejara por un ratito de dedicarles canciones a mujeres e hiciera lo propio a un hombre, que además tenía flor de nombre. Porque hasta en eso fue único. Si se hubiera llamado Diego Pérez no pegaría mucho en una canción, no tendría gracia. Pero Maradona es musical, tiene cadencia armónica, la misma que mostraba en el campo de juego.
Ya en 1981 tuvo su primera mención en una canción popular y muy bien rodeado de otros personajes. Aquel año había pegado el pase a Boca, donde metió 28 goles y 17 asistencias en 40 partidos y los relatores argentinos ya lo catalogaban como el mejor jugador del mundo. En ese contexto, los muchachos de Virus compusieron “Me fascina la parrilla”, que vería la luz en 1982, en el segundo disco del grupo, Recrudece. “¡Qué maravilla! / Me fascina la Argentina, / con la parrilla / yo me puedo copar. / En esta zona lo tenemo / a Maradona / y mina mona / para ir a bailar”.
La letra de la canción hace un breve compendio de figuras argentinas relevantes, como Gardel –no es momento de discutirlo–, Jorge Porcel, Charly García –ya era un grande, siempre lo fue– y Borges –tanto Graciela como Jorge Luis–. Marca como una especie de argentinidad pero no al palo, incluso con humor –bastante naíf, por cierto–: “El dulce’e leche, / me perdonan que deseche, / pues por las caries / no lo puedo comer”. No en vano la canción tiene un sonido típico de la new wave ochentera y por momentos una llevada disco, alegre, que presagia la apertura democrática del país vecino –aunque en el medio estuvo la Guerra de las Malvinas–, pero también es inocente, como aquel primer Diego: más puro, que tenía todo por delante, aún sin entornos ni mafias.
Pero a medida que Maradona empezó a hacer goles con la camiseta albiceleste y a desparramar ingleses por el pasto, su figura ya no podía ser sólo una mención en una canción, y brotaron varias odas al ídolo. Canciones que son homenajes no sólo al jugador sino al fútbol, porque era todo lo mismo, como Dios, el espíritu santo y afines.
Si yo fuera Maradona
Es curioso que una de las primeras canciones “totales” sobre Maradona no fuera de un compatriota suyo, aunque no es tan raro, porque el encargado fue un músico francés de padre español que según su cédula se llama José Manuel Arturo Tomás Chao Ortega, pero es conocido como Manu Chao, un fetichista de la latinoamericanidad. Con su banda, Mano Negra, en 1994, cuando en el Mundial de Estados Unidos a Diego la enfermera lo llevó de la mano y le cortaron las piernas, la banda mezcló el disco Casa Babylon nada menos que en Nápoles, el Vaticano del maradonismo.
Allí nació “Santa Maradona”, un pastiche de estilos y ritmos bien manonegrero que repite obsesivamente, como un mantra, lo único que importa en todo esto: “fútbol”. Los vaivenes musicales son vertiginosos, como el juego del 10: una introducción amenazante, con un riff distorsionado y medio industrial, versos de power chords mordidos y una coda apuradísima en ritmo ska. La canción es visceral, arrasa sin ninguna otra emoción que la euforia; la mínima melodía vocal es más que nada una arenga y refleja la cancha más que cualquier otra cosa –la mezcla de gritos de hinchada con relatos termina de pintar ese paisaje–.
Se podría decir que “Santa Maradona” es voluntad maradoniana antes que su representación, invadiendo el terreno del filósofo alemán Arthur Schopenhauer –tenía apellido de zaguero con clase–. Gracias a su estribillo, la canción superó el mero homenaje a Diego y, como musicalmente va a la esencia de la pasión, pasó a ser una fija para ambientar cualquier cosa que tuviera que ver con correr atrás de una pelota para dejarla adentro de un arco.
En 2007 Maradona ya las había vivido casi todas y Manu Chao también, por eso estaba más tranquilo y no se mandaba tantos menjunjes de género como antaño, y así se despachó con una canción mucho menos visceral: “La vida tómbola”. Habla más del Maradona “persona” que del jugador, es decir, de lo que los medios masivos nos hacían conocer de su vida fuera de la cancha; porque, no sé usted, señora, pero yo a Diego Maradona nunca lo traté.
“Si yo fuera Maradona / viviría como él: / mil cohetes, mil amigos, / lo que venga a mil por cien. / Si yo fuera Maradona / saldría en Mondovision / para gritarles a la FIFA / que ellos son el gran ladrón”, lanza Manu Chao en esta especie de rumba catalana que es la otra cara de la moneda de “Santa Maradona”, más calma y sensible. Incluso, al final el francés canta casi susurrando, con un dejo melancólico de utopía perdida, porque sabe que nunca lo será ni lo seremos, por desgracia –por suerte–, y no de casualidad la canción está en tono menor, el de la tristeza: “Si yo fuera Maradona / viviría como él, / porque el mundo es una bola / que se vive a flor de piel. / Si yo fuera Maradona / frente a cualquier porquería, / nunca me equivocaría”.
Maradó, Maradó
“Cae del cielo, brillante balón, / toda la gente y todo el mundo ve / una revancha redonda en su pie, / todo el país con él corriendo va, / caen las tropas de su majestad / y cae el norte de la Italia rica, / el papa dando vueltas no se explica, / muerde la lengua de João Havelange / Maradó, Maradó” son los primeros versos de “Maradó”, de Los Piojos, incluida en el disco Tercer arco, de 1996.
Aquel año marcó el regreso de Maradona al fútbol y a Boca –luego de poco tiempo como director técnico de Racing de Avellaneda– y una de las bandas de rock más populares de Argentina publicó esa canción, que es la quintaesencia del rock chabón dedicado a Maradona. Ensalza el rosario de mitos fundacionales de la leyenda en plan repaso de carrera y regala un estribillo para cantar en un estadio lleno revoleando la camiseta –si es la 10 de Argentina, mejor–.
Los Ratones Paranoicos tampoco se perdieron el tren del homenaje a Maradona y en 2001 editaron “Para siempre, Diego” –hay otra versión de la canción, con una letra que nada que ver, compuesta y cantada junto con Andrés Calamaro–. Como 95% de lo que compone Juanse, tiene un aire Stone en su música y su letra es bastante directa y lineal, un compendio de clichés que se pueden escuchar en programas deportivos, bares –si es que hay alguna diferencia– y redes sociales: “Es verdad que el Diego es lo más grande que hay”; “es nuestra religión, nuestra identidad”; “la mejor zurda, no quedan dudas, con su corazón nos dio el triunfo y la gloria”, etcétera.
El 10 por Andrés
“Gracias, en nombre de Dalma y Gianina, que es lo que más quiero en mi vida”, dice el 10 y así arranca “Maradona”, de Andrés Calamaro, incluida en Honestidad brutal (1999). Por supuesto, un músico excesivamente prolífico como el enrulado no se iba a escapar del cancionero dieguero. “Maradona no es una persona cualquiera: / es un hombre pegado a una pelota de cuero, / tiene el don celestial de tratar muy bien al balón, / es un guerrero”.
Es una canción festiva, un ska con vientos y todo, marca de la casa, en la que Calamaro se muestra como amigo del 10, pero de repente, en medio de lo más simple –dura menos de dos minutos, va al grano–, tira que Maradona es “la Biblia junto al calefón”, una frase que resume la alta concentración de argentinidad que el jugador tenía en las venas.
Pero sin dudas una de las grandes canciones maradonianas es “Estadio Azteca”, también de Calamaro –la letra es de Marcelo Scornik–, porque elude todo lo obvio del 10, empezando por su nombre. La canción funciona por metonimia, porque lo único que menciona en forma explícita relacionado con Maradona es el escenario mexicano en el que desplegó su arte, y no desarrolla mucho más que eso.
Con aires de flamenco y ecos de Los Rodríguez, Calamaro grabó una balada sobre la nostalgia, la desilusión infinita y la pérdida, bastante opaca y polisémica, que persigue varios significados pero no caza ninguno. “Dicen que hay bueno, malo, / dicen que hay más o menos. / Dicen que hay algo que tener / y no muchos tenemos, / y no muchos tenemos”, canta. Y Maradona tenía todo lo que hay que tener, bueno, malo y más o menos.
Como si esto fuera poco, la canción tiene una de las estrofas más graciosas que cantó Calamaro: “Cuando era niño y conocí el Estadio Azteca / me quedé duro, me aplastó ver al gigante. / De grande me volvió a pasar lo mismo / pero ya estaba duro mucho antes”.
Y todo el pueblo cantó
Muy lindo todo, pero el rock perdió por goleada con la canción definitiva sobre Maradona: “La mano de Dios”, e intentar discutirlo es como poner en duda cuál fue el mejor gol del 10. La canción interpretada por el fallecido cantante cordobés Rodrigo Bueno –la compuso su cuñado, Alejandro Romero– es la más grande de todas. ¿Por qué? Porque son varias canciones en una, pero vamos por partes.
La música: es cuarteto, bien cordobés y fiestero, pero hay una “trampa”: en los versos la armonía es en tono menor, con una progresión hasta medio tanguera, y la melodía va para ese lado. Se nota al principio, cuando Rodrigo canta casi a capela, en plan balada –hay tutoriales de la canción solo en piano en Youtube que lo demuestran: https://youtu.be/G587BUBH7Mg–. Pero el estribillo es en tono mayor, entonces, la tristeza se transforma en una explosión de fiesta; además, es bien apurado, arrollador –mucho más que el de Mano Negra–, un cuartetazo cósmico que te pasa por arriba y encima lo podés bailar como desquiciado.
La letra: los versos son una descripción biográfica de Maradona desde su nacimiento que bien podrían calzar en una milonga, pero el estribillo va al canto de hinchada: “Maradó, Maradó”. La diferencia con el de Los Piojos es que la canción de Rodrigo, en vez de repetir y repetir, está estructurada como pregunta-respuesta, para un ida y vuelta con la gente. Rodrigo: “A poco que debutó”; coro: “Maradó, Maradó”; Rodrigo: “La 12 fue quien coreó”; coro: “Maradó, Maradó”, y así.
A todo esto hay que sumarle que la de Rodrigo es una de las pocas que, siguiendo en plan biográfico más descriptivo y no tan mitológico, habla de la adicción de Maradona: “La fama le presentó una blanca mujer / de misterioso sabor y prohibido placer, / que lo hizo adicto al deseo de usarla otra vez / involucrando su vida. / Y es un partido que un día / el Diego está por ganar”...
Pero hay otra canción, menos conocida pero igual de gloriosa: “Para verte gambetear”, del grupo argentino La Guardia Hereje, una milonga candombeada compuesta por su líder y cantante –hoy también fallecido–, Jorge Alorsa. Tiene algunos de los versos más sentidos sobre todo lo que le dejó Maradona al pueblo argentino, lejos del ruido y los desechos tóxicos de los medios masivos: “30 millones de negros / transpirando en tu remera / para jugar un Mundial. / Más regalos que un cumpleaños, / más premios que la quiniela, / más baile que en carnaval / y en los barrios faltaban televisores / para verte gambetear”.