Desde el punto de vista estrictamente técnico, de aquel concepto que en los 90 estaba de moda, “fidelidad”, un vinilo no suena mejor que un CD, pero sí diferente. Esa textura mediosa y cálida es más difícil de percibir en un disco compacto y mucho menos en un mp3. Es probable que este sea uno de los motivos por los que el formato negro y redondo sigue ganando terreno, al punto de que, según los últimos números de la Asociación de la Industria Discográfica de Estados Unidos, en el primer semestre de 2020 en aquel país se vendieron más vinilos que CD, por primera vez desde la década del 80.

Pero no todo es el sonido: también está el ritual, cuasi religioso, de sentarse frente a un aparato y dedicarse exclusivamente a escuchar música; una actividad que antes era más común entre civiles y que en estos tiempos de déficit atencional parece relegada a los melómanos más talibanes. De todos modos, gran parte del atractivo del vinilo viene dado por sinestesia: la música también entra por la vista y el tacto. No es lo mismo tener un archivo de mp3 en el celular o agarrar la cajita de un CD que tomar un señor cartón de 31 x 31 centímetros. Sobre todo, cuando el disco de turno fue pensado y publicado originalmente en ese formato.

La mirada seria, el bigote, la camiseta de Fénix en colores, el número cinco, la tribuna del estadio Centenario en blanco y negro, y un largo e icónico etcétera. Tener entre manos la tapa de Mediocampo (1984), el disco clave de Jaime Roos, en tamaño natural no tiene precio. Bah, tiene, y lo pueden ver en las bateas del local de venta discos de su confianza, porque es parte de las reediciones en vinilo que acaba de publicar el sello Bizarro, junto con Siempre son las cuatro (1982) –no son bobos, empezaron por los dos mejores álbumes de Roos–.

Foto del artículo 'Salen al mercado las primeras –y excelentes– reediciones de Jaime Roos en vinilo'

Mediocampo fue publicado en vinilo originalmente por Orfeo en 1984 y todavía nos podemos topar con alguna de esas ediciones en la feria o en cuevas especializadas –a precios radiactivos, por eso esta reedición también era necesaria–, pero comparar ambas versiones, con 36 años de diferencia, es un despropósito. La edición de 2020 fue fabricada en República Checa –es la Disneylandia de la producción de vinilos actual– y, más allá del desgaste que obviamente tiene una edición de época, se nota que fue hecha con materiales de mejor calidad que la made in Uruguay de 1984, tanto al tacto como a la vista –la carpeta es como las de ahora, más ancha, con el nombre del disco en el costado y todos los chiches–.

Pero sin dudas la estrella de Mediocampo –fuera de la música, claro está– es su extenso librillo, con los créditos, las letras, fotos de la grabación, frases célebres y también el compendio de pedidos insólitos de clientes escuchados en el mostrador del Palacio de la Música por vendedores de aquella época: “¿Tienen vibradores a pila, de esos que sirven para afinar guitarras?”; “quiero comprar una guitarra rústica”; “recinto para guitarra”, etcétera (esto no fue incluido en la edición original, porque el sello lo censuró; por lo tanto, la novel edición en vinilo de Mediocampo es la definitiva).

A su vez, la edición nueva de Siempre son las cuatro trae el póster desplegable original, de una calidad tan inmaculada que hasta da cosita andar manipulándolo mucho; es como para encuadrarlo y dejarlo ahí.

No puede más

De la música de Siempre son las cuatro y Mediocampo ya no queda mucho para decir: son bandas sonoras fundamentales de este país y en particular de Montevideo –y son discos que hoy están disponibles en Spotify, Youtube y afines en forma oficial, por lo que no hay excusa para no escucharlos, si usted es un extraterrestre y aún no lo hizo–. Pero hay que decir que así como ambos vinilos nunca se publicaron mejor presentados, el sonido de las nuevas ediciones sigue la misma línea de calidad y es un despelote –en el sentido positivo del término–.

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Esto no es casualidad, ya que las cintas originales de todos los discos de Roos fueron recuperadas y remasterizadas en alta resolución para Obra completa, el proyecto de reedición en CD de toda la discografía del músico que empezó en 2015 –a la que todavía le falta la última tanda, para completar los 20 volúmenes–.

Escuchando con auriculares (Sennheiser 205, por si usted es audiófilo y fetichista de los datos) a través de una bandeja Audio Technica AT-LP120 (ídem) queda evidenciada la nitidez y calidez del sonido de las nuevas reediciones, que permiten disfrutar y apreciar cada color del paisaje sonoro. Por ejemplo, en esa pequeña gran canción de pop-rock-new wave-discotequera que es “Luces en el Calabró”, el bajo –tocado por Roos, claro– tiene una presencia, un brillo y una potencia que jamás había ostentado.

Pero lo que más llama la atención por lo bien que suena es la última canción de Mediocampo, ese viaje de ácido candombero llamado “Pirucho”. Los tambores de Fernando Lobo Núñez, Gustavo Oviedo, Fernando Hurón Silva y Edison Palo Bombo Oviedo se escuchan como si estuvieran ahí, al lado de nosotros. ¿La “magia” de la remasterización? ¿El sonido intrínseco del vinilo? ¿Sugestión? Vaya a saber. Creer o escuchar.

Carbón y sal

Por el sello Little Butterfly Records, con la licencia de Bizarro –que tiene todo el catálogo del extinto Orfeo– también ya se puede encontrar en las bateas la reedición en vinilo de Mujer de sal junto a un hombre vuelto carbón (1985), el disco que Roos grabó junto a Estela Magnone, que siempre es una joya a (re)descubrir, con grandes canciones como “Garabatos”, “Andenes” y, por supuesto, “Carbón y sal”.

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