Hace poco Guillermo Lamolle publicaba en Brecha una reflexión sobre las distintas dicotomías que atraviesan la creación y ejecución de un repertorio murguero. Todos tenemos nuestra murga ideal en la cabeza. Hay quienes prefieren que sea más reidera o más bien poética. Que critique a todos sin piedad o a los que lo merecen (esto también varía a gusto del consumidor). Lo que refiere a la crítica murguera –algo que suele señalarse como “esencia de la categoría”– tiene este año una parada especial. Son carnestolendas de transición, con salientes de un signo y entrantes de otro, algo que no ocurría desde 2005, año no precisamente recordado por la crítica carnavalera punzante.

En aquel entonces quedó evidenciado una especie de conflicto que surgía ante la eventualidad de criticar a aquellos por los que habíamos hecho fuerza en las urnas (ese año La Gran Siete lo resumía en un rap en que ironizaba “si baja el salario real, que se joda el rey”). No es el caso de este 2020, en que hay incluso una necesidad de volver la crítica aun más enfática. Al menos en Montevideo se percibe que la masa murguera es afín al partido que deja el gobierno luego de tres períodos, pero, como era de esperar, buena parte de las críticas actuales se concentran en el entrante. Este dato no exime a futuros gobernantes de ser objeto de crítica, qué va. La murga va a pegar donde duela o donde le duela.

El imaginario a veces permea en la creación y su mecanismo se impregna de la idea de que los votantes de partidos fundacionales no van al tablado ni disfrutan del carnaval, lo cual es falso, pero es bastante cómodo reducirlo a dicho razonamiento. El mismo imaginario marca que “el que se calienta pierde” y que las figuras identificadas con la izquierda se toman mejor la caricatura que los de centro o derecha: también falso.

Hay casos en que cada cuarteta merece una revisión quirúrgica ante la encrucijada de criticar la actualidad encarnada en un gobierno y al mismo tiempo reivindicar una postura de izquierda alineada a ese mismo gobierno. La murga es un vehículo de comunicación poderoso y al que sus rasgos intrínsecos le otorgan –o podrían otorgarle– “licencia para pegar”.

El discurso del género se mueve en esa ambivalencia, con toma de postura pero orejana, alineada pero rebelde. En cualquier caso, la murga puede criticar lo que se le ocurra y como se le ocurra: siempre hay que criticar. Aprovechemos, pues, que ya transcurrió 75% –o por ahí– del carnaval para repasar para dónde volaron los palos en forma de cuartetas y estribillos.

De autocrítica, militancias, regiones y coaliciones

La debutante Un Título Viejo le pregunta al electorado alguna vez frentista “¿por qué te vas?”, y apunta “si es porque de hablarte me olvidé, me achanché. O en 15 años gobernando abandoné los comités”, a la vez que resalta el rol que tiene la militancia en general y en el proceso electoral en particular. No es la única. La Consecuente también le reconoce al adherente de a pie la fuerza que hizo para intentar torcer el resultado en la segunda vuelta. La murga de La Teja también habla en su espectáculo sobre “barrer bajo la alfombra” e incluso manda a la mierda “a los que se taparon la boca con la mano izquierda”, para rematar diciendo “en silencio quiero marchas y nunca pactos”. Dos ejemplos que señalan las contradicciones surgidas de 15 años de gobierno en los que algunos principios históricos fueron, según estos libretos, descuidados: un llamado a reaccionar.

2019 dejó la consideración del electorado hacia la reforma denominada Vivir sin Miedo, y la crítica a quienes impulsaron y votaron la reforma no podía faltar. “Son un montón de compatriotas que sueñan con garrotes y botas”, dice la Catalina, y desde San Carlos La Cayetana canta “Dejaron claro los uruguayos, cada diez tipos hay uno facho”, mientras que le señalan al presidente electo su pasado como parlamentario (“Para votar derechos humanos nunca te vimos levantar la mano”).

En otros casos, como el de La Gran Muñeca con su representación de “los pueblos originarios”, los dardos van hacia los evangelistas, la ultraderecha y los gobiernos liberales de la región, con Sebastián Piñera, Jair Bolsonaro y Mauricio Macri como principales receptores.

Hablando de derecha, el general Manini y Cabildo Abierto cobran de lo lindo, dentro y fuera de la coalición. “Acuérdense que esta gente siempre gobierna para los ricos y nunca nos olvidemos que ya transaron con los milicos”, canta La Trasnochada en su salpicón. Agarrate Catalina lo representa con un cabezudo gigante encarnando a sus adherentes: “Manini nos redimirá: es el Bolsonaro chuminga de acá”.

Como puede verse en estos casos la crítica es directa y firme, sin lugar para ironía o segundas lecturas. Sin embargo, una de las mejores piezas críticas se resume en el camino que elige Queso Magro con su versión de “Durazno y Convención”, en la que juega con asociaciones y situaciones reales y caricaturizadas. El remate en que alude a la conexión de esta coalición con otros ejemplos previos lo realiza en apenas dos versos, con juego fonético incluido: “Me acuerdo de Batlle con-Bensión”.

Muchos a la vez que critican se preguntan cómo serán los próximos cinco años, y por eso Doña Bastarda lee una carta al futuro presidente que aplica a cualquier mandatario. “Queremos pedirle que las minorías no pierdan derechos”, dice, para rematar diciendo que habrá que seguir pidiendo al Estado verdad y justicia. La Mojigata representa una batalla cultural en que chocan las visiones de capital e interior, haciendo foco en la subestimación que hacen los primeros de los segundos, lo que puede extrapolarse al escenario electoral. “La justicia y también la igualdad son de Montevideo. Dicen que el interior vota mal, los de Montevideo”, dice la murga en un pasaje que no tiene desperdicio.

Dar la talla

Esa mirada de la realidad no está casi presente en el muy comentado espectáculo de Metele Que Son Pasteles, que logró uno de los momentos de mayor comunicación con el público. Lo hace a partir de una arenga catártica hecha canción en los últimos minutos del “medio” de la murga, cuando avizoran “tiempos de mierda” en que “habrá que dar la talla”. La conexión con la mayoría del auditorio es inmediata y la murga lo comunica convencida, pero el clima se asemeja al gesto del jugador que es expulsado y se va levantando los brazos hacia su tribuna para ser aplaudido.

Cada murga es libre de cantar como se le cante, pero es llamativo el decantamiento hacia tal zona de confort. Un planteo lineal que relega la observación crítica en pos de asumirse como murga de trinchera en base a un mecanismo de futurología: lo que será por sobre lo que es. En el carnaval pasado la murga advertía sobre los peligros de un neoliberalismo en ciernes, obviando cualquier mención a políticas liberales actuales, una apuesta a generar una verdad meramente emocional que no buscaba contrastarse con los hechos del momento.

La asimilación sesgada que conforma el escenario de las redes sociales (en las que, algoritmos mediante, los usuarios siguen y leen principalmente a aquellos que son afines a su línea de pensamiento) parece haber hecho carne en este repertorio. Son opciones. No está la famosa “incitación a la violencia” que le han endilgado. La crítica, tampoco.