Conforme pasan los días y las etapas del concurso oficial, algunos espectáculos ascienden en la consideración del público carnavalero. En cada espectador se arma una especie de greatest hits de las carnestolendas. Además de resaltar méritos artísticos, surgen temas de conversación laterales que trascienden el espacio escénico. Que si tal grupo se ajusta o no a reglamento (no insistiremos en el sentido paradojal del carnaval-concurso, aceptado y asumido por participantes y espectadores) , que si las sanciones perjudican los intereses del conjunto (eso iría para el apartado “obviedades”), y la infaltable variable climática, que en estas primeras semanas ya se encargó de salpicar. Vaya un popurrí de actualidad carnavalera. Compre un franquesito y acompáñenos en este “pedregullo” impreso.
Etapa suspendida, o casi
Cuando el clima luce amenazante para la realización de las etapas en el Teatro de Verano, el Whatsapp arde. Desde las producciones de los programas radiales hasta los responsables de los conjuntos buscan obtener el dato cuanto antes. Los primeros ya pensando en cómo tendrán que rellenar un espacio por demás extenso de programación (suele ser un mix de entrevistas, comentarios diversos sobre lo visto y luego unas tres o cuatro horas de actuaciones grabadas), los segundos porque cada etapa suspendida redunda en un gasto extra. Maquillaje y aprontes de todo tipo se realizan mirando nubarrones de reojo. La lluvia te puede agarrar pintado, de camino al Teatro o mismo durante la actuación. En cualquier caso, la última palabra la tiene una sola persona: el presidente del jurado, en este caso el actor Ramiro Pallares. Sobre él cayeron algunos reproches de punta el miércoles 29 en ocasión de la actuación de la murga Son Delirante, debutante en carnaval pero con artistas experientes en sus filas. La murga abrió una de esas etapas en las que se levantan apuestas sobre la eventual suspensión. Pallares entendió que no había mérito para suspender la fecha y la murga comenzó a actuar. Pasados los 20 minutos de su función, la lluvia se hizo presente, el público se dispersó, pero la suspensión no llegó y la segunda mitad del show fue bajo agua. Quien escribe tiene, como cualquier carnavalero, unas cuantas de esas etapas truncas arriba. Recuerdo una “trunca arriba” mismo: el presidente del jurado decretó la finalización de la función cuando habían transcurrido 18 minutos de actuación. Te regalo ser el presidente del jurado en ese momento –y en cualquier otro–, pero hay que ser claro: el miércoles la etapa debió suspenderse antes (se hizo, pero al término de la presentación de Son Delirante), el público no debió empaparse y la murga debió haber tenido una nueva instancia en la que presentar un espectáculo concebido tras meses de ensayo. Lo que nos lleva al siguiente punto de nuestro salpicón.
Pasará, pasará
A esta altura del año, a falta de pocas etapas para que concluya la primera rueda ya se conocía el fixture de la segunda, puesto que los conjuntos clasificaban a ella automáticamente. Para este carnaval se implementó un cambio en el reglamento que retoma la eliminación de algunos grupos en esta primera instancia. De los 37 conjuntos participantes, algunos quedarán por el camino. Lo determina el jurado desde ya, pero no en base a la sumatoria de puntajes, sino en la voluntad de sus siete integrantes, que deben remitir una lista con los conjuntos que, según entienden, deben pasar a la siguiente rueda. Dos categorías –murgas y humoristas– tienen un tope. En principio, clasificarían 16 murgas y cuatro humoristas, salvo que en el último lugar empaten uno o más conjuntos (matemáticamente hay chance de que clasifiquen las 20 murgas) para decantar en una tercera y definitiva rueda que tendrá el mismo número de concursantes que el año anterior: 24 conjuntos repartidos en diez murgas, cuatro parodistas, cuatro comparsas, tres humoristas y tres revistas.
Este cambio podría haber sido incluso más profundo. La iniciativa impulsada inicialmente por los Directores Asociados de Espectáculos Carnavalescos Populares del Uruguay sugería la eliminación de un número mayor de conjuntos. La Intendencia puso reparos a este punto, que fue objetado también por el Sindicato de Carnavaleras y Carnavaleros del Uruguay. Una menor cantidad de conjuntos ha generado que la mayoría de las etapas sea de tres agrupaciones en lugar de cuatro, por lo que cada jornada tendrá una finalización a horas, podría decirse, razonables. Difícil de sostener para artistas y espectadores un sistema en el que el último conjunto de cada etapa tuviese que actuar, por ejemplo, un martes a la una de la mañana. La murga Son Delirante, sintiéndose perjudicada por el caso de la etapa que debió ser suspendida, sugirió la posibilidad de que quedase sin efecto la medida de eliminar conjuntos para la segunda rueda.
Ruidos molestos
Hoy por hoy, a cualquier hecho que genere al menos dos visiones contrapuestas –por lo general en las redes– ya se lo bautiza como “polémico”. La primera pasada de Agarrate Catalina por el concurso disparó reacciones a un cuplé en el que la murga se refiere a la relación con una masa que alguna vez los amó y ahora los odia y viceversa. Con capuchas símil Klu Klux Klan, el coro encarna a los haters que el conjunto habría acumulado desde sus primeros pasos, cuando pasaron de ser una sensación simpática a un conjunto masivo y con buen éxito empresarial. Llama la atención que lo supuestamente controvertido del asunto pase por lo autorreferencial de la pieza, precisamente cuando el carnaval es un fenómeno bastante autocelebratorio y cada conjunto tiene su pasaje “ególatra”, ya sea porque le cantan a su propia historia, al local donde ensayan o porque realizan cuadros de humor en base a la interna de cada grupo. En ese sentido, lo que hace la Catalina no configura nada extraordinario ni nunca visto. Lo que –a mí, al menos– ha hecho ruido en esta primera rueda son las alusiones repetidas al pasado de Luis Lacalle Pou como consumidor de cocaína, ya fuera como recurso humorístico o como momento de crítica. Entiéndase, todo actor público es pasible de ser caricaturizado, es parte del juego. Ahora, que artistas de carnaval hagan una especie de señalamiento de alguien que en algún momento de su vida lidió con alguna adicción es, por lo menos, llamativo. No en todos los casos el recurso opera igual: va desde la broma hasta el buchoneo directo. Queso Magro lo hace con carpeta, jugando con palabras sobre esa idea, pero la hace dialogar con otras. La Catalina lo hace de forma más naíf, apelando al equívoco y reforzando la idea al satirizar los tics del implicado. No es el tema si se trata de un gesto ofensivo o no. Sin embargo, hay otros conjuntos –de varias categorías– que se han parado como una especie de atalaya moral medio insólita. Justo nosotros, carnavaleros que hemos hecho un culto de la autorreferencia en base a festejar –y que nos festejen– nuestros excesos, no lucimos como el colectivo más indicado para hacer una valoración de la adicción –actual o pasada– de nadie. Ta bien que es carnaval y hay que disfrazarse, pero no estaría mal sacarse un poco la gorra.
(*) Estribillo del salpicón de murga La Matinée, año 2004.