¿Todavía vive? La pregunta surge cada vez que en alguna conversación aparece el nombre de Mikis Theodorakis. Vive. Al menos estaba vivo hace menos de un mes, cuando recibió en su casa al primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, hijo del histórico político de centroderecha, Constantinos Mitsotakis, viejo amigo del compositor desde cuando ambos se oponían a la ocupación nazi. Según dicen las crónicas, “hablaron de música y de los intereses geopolíticos de Grecia en el Mediterráneo”. Theodorakis conoce bien ese mar. Aislado en una isla, estuvo preso durante la dictadura de los coroneles, a fines de los sesenta.
Liberado de la cárcel por la presión internacional, en los setenta y ochenta fue parte del star system de la izquierda europea. Luego ese firmamento se fue apagando y entrados los 2000 no había más remedio que acercar el espejo a sus narinas para ver si lo empañaba. ¿Vivía? Theodorakis respondió encabezando una enorme manifestación durante las revueltas griegas que siguieron a la crisis de la deuda, en 2009. Parecía el último gesto de un agonizante. Pero siguió vivo. Lo suficiente como para tirar de las orejas al primer ministro Alexis Tsipras cuando la centroizquierda eligió volcarse más hacia el centro que hacia la izquierda. Y continúa vivo ahora, para recordarle al nuevo premier –liberal– que él lo tuvo en los brazos cuando tenía dos años y lo fueron a visitar al exilio de París con su padre. Para advertirle al hijo, así como entonces debe haberle advertido al padre, que ahí sigue ese testigo incómodo.
De este lado del mundo se lo conoce, sobre todo, por ser el autor de la banda sonora de Zorba el griego (1964). Ese ritmo hipnótico tomado de la música popular es mucho más memorable que sus obras sinfónicas –grandilocuentes en demasía– aunque no tanto como el formato minimalista que ha entregado, por ejemplo, en el ciclo 18 canciones de la patria amarga, basado en los poemas de Yannis Ritsos. De su papel pautado también salió la música de Estado de sitio (1972), el film de Costa-Gavras inspirado en el caso Dan Mitrione, o de Serpico (1973). Pero los uruguayos deberían recordarlo, además, por su solidaridad en la lucha contra la dictadura vernácula: Theodorakis acompañó a Rafael Alberti como maestro de ceremonias en el evento “Uruguay vencerá”, realizado en la vieja plaza de toros madrileña de Las Ventas el 17 de junio de 1983.
Ahora, en el año de sus 95 años, varios –entre los cuales María Faranduri, una de sus cantantes de siempre– han interpretado de nuevo sus “Canciones de humanidad” dedicadas a Mauthausen. El recuerdo es doble: por el cumpleaños de Theodorakis y por el aniversario de la liberación de los campos de concentración nazis. El viejo toro sagrado había abierto su yugular y había dado a beber la sangre de su dolor. Podría pensarse que lo hizo para advertirnos que, aunque no nos hayamos enterado, todos morimos en Mauthausen. O quizá su longevidad, la duda permanente de si está vivo o no está vivo, sea una manera de decirnos que nunca se sabe.