“Utopía” es el término creado por Tomás Moro en el siglo XVI para designar un lugar en el que reina la perfección de un sistema social, político y legal. “Distopía” es su antónimo: un lugar atemporal, dominado por el totalitarismo y la falta de empatía entre la especie humana.

La distopía se ha convertido en género desde mediados del siglo XX gracias a autores como George Orwell (y su novela 1984, publicada en 1948), y ha sido extensamente explorado en la literatura y el cine. Es inevitable pensar en clásicos del siglo XX como La naranja mecánica (1962), la novela del británico Anthony Burgess que Stanley Kubrick adaptó en 1971, Brazil (Terry Gilliam, 1985) o Blade Runner (Ridley Scott, 1982); la saga rusa también exploró el tema, basta con citar a Stalker: la zona (Andréi Tarkovski, 1972).

En este caso, el tema es abordado por el mexicano Fernando Montiel Klint, quien llamó Distopía a su exploración fotográfica. La exposición se montó el año pasado en el Centro de Fotografía (CdF) de Montevideo (en su sitio hay enlaces a la muestra y un recorrido 3D), y luego se trasladó al Centro Cultural Kavlin, en el este del país, marcando una postura de exposiciones itinerantes que sostiene el CdF y ojalá se replique hacia todo el territorio.

El montaje de Montiel Klint propone algo muy interesante: la idea de site-specific, es decir, amoldar la propuesta a cada lugar y sus características espaciales. En el caso de Montevideo, una estimulante Distopía en neón y con una tipografía futurista en la fachada del ex Bazar Mitre invitaban al caminante a acercarse e investigar. Al descender en el ascensor quedaba muy clara la apuesta del autor, que no hablaba sólo de fotografía, sino que tenía un discurso propio de una instalación y apostaba a expandir el soporte expositivo.

Así, el recorrido era pautado por vibrantes estímulos luminosos y auditivos, parásitos que alteraban la noción habitual de exposición de fotografía, las imágenes iban mutando en gigantografías, pantallas led, fotografías enmarcadas e impresiones en papel de algodón sin marco ni cristales. En una narrativa compleja, el autor desafiaba al visitante a percibir múltiples lecturas, sugería, e invitaba a sumergirnos en su imaginería futura. Las fotografías fueron tomadas entre México y el sur de América Latina, con el objetivo de encontrar sitios sin referencias geográficas claras. Con sus maletas cargadas de un vestuario diseñado con telas sintéticas y brillantes o sencillos objetos plásticos, Montiel Klint va en busca de lo que denomina Latinoamérica flúor. Al decir esto, inevitablemente pienso en Pop latino, del argentino Marcos López, y en la que ya es una tradición regional que apuesta a conformar una identidad visual a pesar de la globalización.

Bellezas alertas

Me detengo en una imagen, la inquietante gigantografía de una pastilla rosa con las iniciales TIF, e inmediatamente tomo el celular para investigar. En este caso, refiere a la sigla de calidad de la industria cárnica mexicana. Es decir, las propiedades de la carne sintetizadas en una pastilla regulada por una autoridad omnipresente. Como alguien dijo por allí, “la alimentación es política”.

Toda la atmósfera de la exposición está pautada por una iluminación entre tintes rosas y cian, junto a una desazón que se refleja en la mirada fría y distante de cada retrato. Una soledad que admite la contemplación y fascinación en forma simultánea. Los grados de sofisticación de las fotografías saben a distancia. El autor no conmueve desde el drama realista; deja claro que hablamos de ficción y que en la desintegración social también encuentra belleza, una belleza alarmante que interpela.

Sigo recorriendo y encuentro una narrativa que va desde paisajes a fotografías “espontáneas”, con modelos inmigrantes varados en algún lobby de hotel de Tijuana o alguna de esas ciudades mexicanas fronterizas. Toda la serie provoca una gran cantidad de preguntas sobre los escenarios futuros: las relaciones humanas, el cuerpo y los cánones de belleza, los dispositivos acoplados y la androginia, el papel del Estado, el manejo de datos, los caminos de la alimentación y las prácticas productivas.

La propuesta es elegante, cuidada, permite múltiples aproximaciones desde una rápida mirada que no escapará a la fascinación, a una meticulosa red de referencias y pistas que podremos encontrar en un potente discurso audiovisual.

Fernando Montiel Klint nació en México DF en 1978, entre el período de modernización y el de crisis de la ciudad, con torres y subterráneos en construcción. Forma parte de una generación denominada grunge, y basta decir esto para recordar e imaginar a un Nevermind que no dejaba de sonar en vinilos de su habitación adolescente. Su extenso trabajo en fotografía y animación refleja su vocación original por el cine. Actualmente codirige con su hermano Gerardo el estudio publicitario Klint and Photo (www.klintandphoto.net).

Distopía. De Fernando Montiel Klint. Centro Cultural Kavlin (Calderón de la Barca 20000, Punta del Este). Hasta el 5 de marzo.