La colección Discos, de la editorial Estuario, ya lleva casi una decena de libros editados dedicados a un álbum particular de la música uruguaya (excepto por Oktubre, de Carolina Bello, que versa sobre el disco homónimo de los Redondos). Por eso, a esta altura del partido, no resulta para nada extraño que el primer músico que se repite sea Jaime Roos, dada su inmensa popularidad y su extensa y rica obra.

Tampoco fue raro que el primer libro que lo abordó, del periodista Mauricio Rodríguez, estuviera enfocado en Brindis por Pierrot (1985), su disco más vendido, que es un compilado con sus canciones más conocidas –incluyendo la que le da nombre, claro está–. Y menos extraño resulta aun que el siguiente libro dedicado a su obra sea sobre Mediocampo (1984), ya que quizás –y sin quizás– es el mejor disco de Roos ; o al menos el que concentra de manera más directa todos los trazos de su estilo y por eso es el primero que uno le recomendaría a un extraterrestre que acaba de bajar de la nave y quiere conocer su obra.

Andrés Torrón, músico, periodista y productor, fue el que tomó las riendas de Mediocampo (el libro). Mientras que en el texto sobre Brindis por Pierrot Rodríguez ahonda en cada canción para luego ramificarse hacia otras canciones, discos o aspectos de la vida y obra de Roos, haciendo dialogar a veces muchas citas de otros textos sobre el músico –principalmente, El Montevideano, la biografía que escribió Milita Alfaro–, Torrón va directo al grano, y la prueba máxima de esto es que Mediocampo tiene casi la mitad de páginas que Brindis por Pierrot, porque no se enfoca en cuestiones que los más conocedores de la obra de Roos seguro saben de memoria, sino que intenta adentrarse por caminos desconocidos.

Luego de una introducción en la que Torrón nos comenta su primer contacto con el disco y cómo lo marcó –cuando tenía 16 años–, el autor pasa a una primera mitad del libro en que narra los aspectos biográficos previos a la composición y grabación del disco y cómo fue tomando forma, con el propio Jaime Roos como fuente principal –además de entrevistarlo, tuvo instancias de escucha conjunta del disco, nada menos–.

En esa primera parte Torrón ahonda en detalles no tan conocidos sobre el disco que harán las delicias de quienes colocan a Mediocampo como uno de los álbumes fundamentales de su melomanía: desde cómo se forjó el concepto de la legendaria tapa, que incluye una anécdota muy graciosa con Roos –vestido de jugador de Fénix, obvio– y unos jueces que estaban en el estadio Centenario y no tenían la más pálida idea de quién era (otros tiempos), hasta los entretelones de la compra del sintetizador Roland Juno 6, pieza clave en el sonido tan particular del disco.

Uno de los hallazgos que florecieron en esas entrevistas y que no se encuentran en otros textos es que Roos cuenta que compuso varias canciones del disco fumando marihuana –lo que prueba que el autor llegó a un nivel de confianza bastante íntima en las entrevistas–. “La mayor parte de mis canciones las hice tomando té, pero las de Mediocampo fueron escritas fumando marihuana. Es algo irrelevante, porque, si uno las compara con otras canciones, no hay diferencias. Pero, por ejemplo, un tema como ‘Durazno y Convención’ tiene un nivel de concentración en cuanto a los elementos que maneja, a sus imágenes, que es casi como llegar al extracto del perfume. Lo mismo pasa con ‘Victoria Abaracón’”, dice Roos.

Y entonces, claro...

Excepto por un interludio en el que Torrón expone el (des)trato de la dictadura al rock uruguayo y también las críticas que recibía desde la izquierda más ortodoxa, la segunda parte del texto está dedicada a desmenuzar las nueve canciones del disco. Allí es cuando el libro se pone más interesante, obviamente, incluso para quienes escuchamos Mediocampo demasiadas veces, porque Torrón y Roos logran hincarle el diente a detalles de la música o de la grabación que nos hacen ir corriendo al sistema de sonido de turno para comprobarlos. Un buen ejemplo de esto es cuando hablan de que el solo de guitarra del final de “Nunca fuiste al cine” está demasiado alto en la mezcla, básicamente porque se equivocaron por culpa de los rudimentarios monitores que usaron para escucharla –y muchos detalles más que es mejor no mencionar acá para que no pierdan la gracia o sorpresa–.

Al final del libro, al igual que en el de Rodríguez, se incluyeron cerca de 20 fotos –varias inéditas– de la grabación del disco y de la sesión fotográfica para el arte de tapa en el Centenario, capturadas por Mario Marotta, el compinche cámara en mano de todas las horas de Roos, que son un viaje sin escalas a la intimidad de la creación de un clásico fundamental de nuestra música.

La escritura de Torrón es de tono periodístico clásico, bien concisa, sin firuletes –en eso el texto es similar al de Rodríguez– y está mechada en su justa medida con experiencias personales y con opiniones con las que nos podemos identificar; por ejemplo, cuando dice que tanto para él como para algunos de sus amigos “Los futuros murguistas” es “la murga que les gusta a los que no les gusta la murga”... Un último detalle sobre algo que seguramente los más fanáticos del disco se deben de estar preguntando: sí, por fin Roos explica de dónde diablos salió aquella ya mítica frase de la canción “Una vez más”: “Y entonces, claro...”.

Mediocampo. De Andrés Torrón. Estuario, 2019. 156 páginas.