Hay un pacto de lectura que se establece cada vez que abrimos un libro de memorias, no escriturado pero vigente, que determina que durante el tiempo que dure el viaje por el relato de esa vida, nos convertiremos en testigos privilegiados de sus circunstancias. Es, en definitiva, el mismo pacto que se asume al leer una novela o un cuento, pero en el caso de la narración de una existencia real, determinada por hechos documentados, con el relato en primera persona del protagonista, no se encuentran abiertas las trampas de la ficción. Lo anterior es relativo, por supuesto, y más allá de coincidir con aquel personaje de la película Storytelling (Todd Solondz, 2001), que afirma que “todo es ficción desde el momento en que se escribe”, ante un libro de memorias tendemos a asumir sin cuestionamientos que todo lo que se cuenta ocurrió en realidad.

Tú no eres como otras madres, de la escritora alemana Angelika Schrobsdorff (1927-2016) es un libro de memorias de carácter minimalista, que confecciona sobre el papel la lúcida orfebrería del recuerdo, pues para narrar la historia de su progenitora, Else Kirschner, y la suya propia durante los años que convivió con ella, la autora apela a un despliegue técnico y estilístico basado en el detalle del entramado familiar. El resultado es un libro luminoso a pesar de las cuerdas que atan su sustento: la guerra, el exilio, la xenofobia, la pobreza, la enfermedad y la muerte. Si alguien logra alumbrar el relato de su vida a partir de materiales tan oscuros, merece, además de la atención lectora, un reconocimiento. Esta pálida reseña pretende cumplir con eso.

Antes de la caída

Berlín, período de entreguerras; a saber, desde los coletazos de la Primera Guerra Mundial hasta el ascenso de Adolf Hitler y el estallido de la Segunda Guerra. En la conjunción de ese espacio europeo y temporal del siglo XX, Schrobsdorff ubica el entramado central de la memoria de su madre. Else, una joven timorata que pretende ocultar su condición judía, hermosa y con cierta tendencia a la rechonchez, escapa de las convenciones sociales de su época para convertirse en una mujer libre, ajena al qué dirán, que se enamora con demasiada frecuencia y que va teniendo un hijo con cada hombre con el que vive.

Angelika, la tercera hija de esta mujer nacida para ser libre, comienza el intento de comprender a su madre desde su más tierna infancia. Para ello, en un momento cree entender que la clave está en los alocados años 20, ese período fermental para la civilización occidental, en que parecieron ocurrir tantas cosas y la propia historia se asentó sobre un endeble piso de cristal. “Imagino los años 20 como un cometa que, en una noche breve y sin estrellas, deja un rastro ancho y luminoso entre dos guerras mundiales. Nacida en las postrimerías de aquella década, es decir, en un momento en que el cometa ya se estaba extinguiendo, sólo oí hablar de su esplendor y grandeza. Quienes lo hicieron, parecían hallarse todavía bajo su embrujo. Hablaban de aquellos años con voz de contador de cuentos, con sonrisa soñadora o maliciosa, con nostalgia o súbita excitación”, escribe la autora en un remedo de su lejana condición de niña o, lo que es lo mismo, desde la pérdida de la inocencia.

Alrededor de aquella inquieta madre, Schrobsdorff recrea al elenco de personajes centrales en la vida de ambas: sus hermanastros, sus abuelos maternos judíos, sus tíos paternos nazis, las díscolas amigas de Else y el propio padre de la autora, Erich Schrobsdorff, un hombre tan bueno que todos lo llamaban, justamente, Bueno. Y de pronto, como esas tormentas de verano que estallan en el aire tras el arreo de nubes de una brisa ínfima, se largó sobre el campo europeo la Segunda Guerra Mundial y al diablo familia, seguridad, recuerdos de infancia y la mar en coche.

Bulgaria

El punto central de este libro tan triste como luminoso está marcado por el desplazamiento de Else junto a sus hijas rumbo a Bulgaria, escapando de la persecución nazi. En Sofía, madre e hijas vivirán durante ocho años, en una situación de permanente zozobra, cuyo relato pormenorizado y brutal, en la segunda parte del volumen, contrasta con la aparente calma del Berlín de entreguerras.

En Sofía, madre e hijas conocerán el hambre, las estrecheces económicas, los bombardeos aliados, los hospitales de campaña, la vida en túneles y madrigueras y la constatación de que en épocas de guerra las poblaciones civiles son meros objetivos, carne de cañón y material diezmado, apenas una carcasa de la historia. Sin embargo, la vida se empeña en reverdecer en los territorios más desolados y, al escribir la memoria de su madre, Schrobsdorff evoca la llegada a la aldea de Bujovo mientras huyen de las bombas, donde serán bendecidas por la proverbial hospitalidad campesina: “Nunca antes y nunca después he estado más cerca de la vida que allí, me he sentido tan libre, tan segura, tan física y anímicamente sana, tan despreocupadamente feliz. Bujovo me enseñó lo que es la vida en su forma primigenia, lo que pueden ser las personas que viven desde el corazón. Nunca antes y nunca después he conocido una generosidad tan desinteresada como la de aquellos campesinos sin recursos, nunca una actitud tan noble frente a personas extrañas de las que sólo sabían que pasaban necesidad, nunca una empatía tan profunda y genuina”.

En Tú no eres como otras madres, Schrobsdorff, que además de escritora fue actriz, se casó con el director de cine Claude Lanzmann, vivió en Múnich y en Israel y publicó varias novelas, escribió la historia de su madre cuando su progenitora llevaba más de 40 años muerta y las ciudades destruidas en las que les tocó vivir hacía rato que se habían reconstruido, como una forma de rescatar del olvido la existencia de una mujer única. Su propósito fue cumplido con creces.

Tú no eres como otras madres, de Angelika Schrobsdorff (traducción de Richard Gross). Madrid, Editorial Periférica & Errata naturae. 590 páginas.