Allá lejos y hace tiempo no existía Joaquín Sabina, sino sus canciones. Fue por la fuerza de ellas que Sabina se convirtió primero en un nombre reconocible y, mucho más tarde, y al final del camino, en un mito. Una transformación que terminó relegando, justamente, a las canciones. Supongo que para muchos hoy Sabina es Sabina y con eso está todo dicho, o eso creen, y pasan a lo que sigue. O simplemente pasan de largo. Y el mismo mecanismo, pero a la inversa, sucede con sus acólitos. Pero aunque hace tiempo confiese sufrir una sobredosis del personaje Sabina, no me puedo –ni me permito– olvidar del poder de aquellas canciones. No soy el único: en un flamante homenaje discográfico de esos que cada tanto la industria hace a los artistas que justifican su existencia como tales, y de paso se celebra a sí misma, las canciones del buen Joaquín son repasadas por sus colegas, en una ocasión que estuvo demasiado cerca de ser trágicamente oportuna, caída del escenario mediante.
Se trata de un álbum doble que puede encontrarse en las redes: lleva el nombre de Ni tan joven ni tan viejo y lo primero que se destaca –para mí, al menos– es un artista y una canción. O viceversa. Me refiero a una joya llamada “Princesa” y a una banda que se reunió sólo para la ocasión, nada menos que Los Rodríguez. En realidad, más que reunirse como grupo, lo que han hecho sus tres integrantes sobrevivientes –Andrés Calamaro, Ariel Rot y el baterista Germán Vilella– son las paces, al menos lo suficiente como para compartir estudio y registrar oficialmente ese monumento de canción firmado por Sabina, el gran eslabón perdido de la carrera de la banda. Porque “Princesa” formó parte del repertorio de Los Rodríguez casi al mismo tiempo que adoptaron ese nombre, y sin embargo esa versión hasta ahora nunca había llegado a un disco. En Youtube se puede ver a los Tres Rodríguez grabando el tema para el homenaje, pero la marea de las redes lo acerca junto con un fascinante video –casero– de uno de aquellos tan lejanos primeros ensayos, en el que la banda, en pleno, arremete con el tema con la bendita guitarra de Julián Infante en la cumbre de sus poderes.
Pero hay más, y lo que llega también es una temprana versión de “Princesa” interpretada por el autor de la música, Juan Antonio Muriel, que aparentemente la estrenó en un festival en Benidorm, tres años antes de que Sabina la grabase en su disco Juez y parte. Lo fascinante de la interpretación de Muriel es que aquella primera versión tiene versos que fueron decididamente mejorados con el paso del tiempo, y que permiten asomarse al proceso de escritura de Sabina. Por ejemplo, al verso “Maldito sea el gurú que levantó entre tú y yo un silencio oscuro”, en la versión de Benidorm le sigue “del que ya sólo sales, señora de mis males, si estás en apuros”. Tres años después, el mucho más apropiado verso definitivo fue: “del que ya sólo sales para decirme: vale, préstame 20 duros”. Y ni hablar del estribillo, que entonces decía “Llegas demasiado tarde, Princesa. / No hay más leña que la que arde, Princesa”, en vez de la dupla definitiva –y que es imposible no corear cada vez que se recuerda el tema– integrada por “ahora es demasiado tarde y búscate otro perro que te ladre”.
Pero, por lejos, lo más revelador sobre la canción que trae ese panóptico online que son las redes es la identidad de su protagonista. Durante mucho tiempo nadie supo demasiado sobre en quién estaba inspirado el tema que –dicen los expertos– más veces Sabina ha tocado en vivo, pero 15 años atrás, en su autobiografía, Joaquín había deslizado que, después de varios momentos malos, la chica ya estaba bien y que se alegraba mucho por ella. Y explicaba que, luego de haber compuesto el tema, en un principio se demoró en grabarlo y cantarlo en vivo porque pensó que se le había ido la mano en el tono agresivo contra su protagonista, pero que se lo terminó imponiendo el público, y que hoy es insustituible en sus recitales.
De lo que es posible enterarse ahora gracias a internet es que la chica que inspiró a Sabina para componer la trágica historia del tema hoy tiene más de 50 años y vive saludablemente en Barcelona con su marido. Su nombre es Arianne Sved, y fue ella la que decidió, poco más de un año atrás, revelar su identidad en su blog, noticia que luego replicaron algunos artículos periodísticos. Hija de un húngaro y una española que se conocieron exiliados en Gran Bretaña, donde nació, la tragedia juvenil de Arianne es que creció escuchando a David Bowie y T. Rex, y yendo a un colegio mixto para, de la noche a la mañana –cuando su padre se quedó sin trabajo en Inglaterra, y se instalaron en España, en la casa de la familia de su madre–, pasar a un país en el que aún vivía Francisco Franco, se escuchaba flamenco pop y tenía que ir a un colegio de monjas. Una triste realidad que intentó olvidar perdiéndose, demasiado joven, en bares donde sonase rock y todo lo que viene asociado con el asunto.
Conoció a Sabina cuando el cantante ya había pasado los 30 y ella recién cumplía los 18, contó, y la relación duró aproximadamente un año. Y también confesó que —como en la canción— estuvo efectivamente enganchada con la heroína, pero fue algo que logró abandonar poco después de dejar de verse con Joaquín. Eso sí, Arianne se preocupó por aclarar que nunca sufrió ninguna sobredosis, ni mucho menos se vio involucrada en “una muerte con asalto a farmacia”, libertades narrativas que se tomó Sabina al componer el tema. “Era una belleza pintada por Botticelli”, es como la recuerda el cantautor en su libro Sabina en carne viva, y también será “Princesa” desde entonces y para siempre, una canción que es casi una pieza de teatro –a pesar de disfrazarse de confesional– en la que quien la escucha es capaz de encarnar a sus personajes, y disfrutar o sufrir con sus rezos o evocaciones.
“Princesa” es la canción de alguien capaz de liberarse y, al mismo tiempo, la historia de alguien que se hunde y, dependiendo del momento y la noche –o la madrugada–, es posible ponerse de un lado o del otro del mostrador. Pero el verbo es el mismo, y la melodía también, y ahí vamos, otra vez, a cantar sin importar quién es quién, demasiado tarde y buscando a otro perro para que ladre, y al mismo tiempo pudiendo recordar –si hace falta– que todos estamos bien y en casa, que son las canciones las que siguen viviendo por nosotros. Y por “Princesa”, claro.