Fue primera guitarra de El Kinto y autor de “Suena blanca espuma”, canción que dio forma como pocas al candombe beat. Alejado de la escena desde hacía décadas, su influencia fue enorme, y de eso pretende dar cuenta esta nota.

Uruguay es un milagro en materia de producción de artistas por kilómetro cuadrado. No es explicable –o sí, será materia de sociólogos o demógrafos– cómo han surgido tantos en un país con baja densidad poblacional. La primera oleada de músicos que protagonizó los inicios del rock –y sus vertientes– en Uruguay redundó en un movimiento cuyos integrantes, con el paso del tiempo y a partir del exilio (forzado o voluntario) de muchos de ellos, se dispersaron.

Muchos dejaron la guitarra en el ropero y tomaron otros caminos. Para los melómanos, varios de ellos también músicos, esos pioneros “olvidados” pasaron a ocupar el lugar de héroes anónimos. El caso de Walter Cambón es paradigmático. Si ya El Kinto –agrupación que integró desde sus orígenes y hasta su última etapa– tenía estatus de leyenda, no era menos legendario el propio Cambón, quien, tras un brevísimo período al frente de una nueva agrupación pos Kinto (Limonada, con la que editó un único LP en 1970), desapareció de la escena musical. Quien esto escribe tenía, allá a mediados de los 90, a El Kinto de oídas a partir de “Príncipe Azul”. El resto no aparecía en ningún soporte físico disponible: aún faltaba para que Sondor publicase la recopilación El Kinto Clásico con la curaduría de Jaime Roos y para que el LP Circa 1968 fuese reeditado en CD para una colección de la revista Posdata. Fue por medio del propio Jaime, con su canción/homenaje “Bienvenido”, que empecé a entender que aquello era, al decir del autor, algo de otro mundo, al mismo tiempo que me enteraba de la formación del grupo (“Ahí va Mateo, aquel es Rada, Luis Sosa, Walter Cambón...”). Gracias a mi amistad y colaboración con el músico y comunicador radial Eduardo Rivero tuve acceso a una grabación-pasaje de Circa... desde el vinilo original a casete. Entre las “frituras” de surcos ya gastados se me reveló esa caja de música llamada El Kinto, y con ella, la guitarra de Walter Cambón.

“Era un guitarrista fantástico”, recuerda hoy Eduardo. “Hacía solos precisos y creativos con su guitarra blanca y negra Höfner, tan característica. La idolatría que le profesábamos era tal que un día, no hace tantos años, Jorge Galemire consiguió su teléfono y lo llamó a su casa del Cerro para saludarlo y decirle cuánto lo admiraba... ¡Cambón no lo podía creer! Es uno de los grandes de la guitarra uruguaya y capaz que el propio brillo de Mateo lo haya opacado en la consideración general sobre El Kinto, pero el suyo fue un aporte gigantesco”.

A mediados de 2003, Fernando Peláez publicaba el primer tomo del enciclopédico –y a esta altura, clásico– De las cuevas al Solís - cronología del rock en el Uruguay (Perro Andaluz ediciones), y allí recuperaba la voz y las historias de toda aquella generación. Su retrato de Cambón se compuso de varios relatos. “Guilherme de Alencar Pinto lo había entrevistado para Razones locas: el paso de Eduardo Mateo por la música uruguaya (1994), y me pasó un teléfono, pero no logré contactarlo. Sí entrevisté a varios músicos y me sorprendía lo bien que todos hablaban de Cambón. Que alabaran a Mateo era previsible, pero recordaban con mucha admiración a Walter”, cuenta Peláez. Al igual que con la anécdota de Galemire, hubo tiempo de ponerse al día con el reconocimiento. “Lo conocí personalmente años después, cuando Carlos Dopico hizo una serie de especiales sobre discos uruguayos con su programa La púa. Nos conocimos ahí, en el estudio de Canal 12. Me dijo que conocía mis libros. Esa misma noche lo llevé hasta su casa en el Cerro”.

Precisamente fue Dopico quien sí pudo entrevistar a Cambón a cámara en el único registro audiovisual suyo del que tenga conocimiento. “Me dio mucho trabajo encontrarlo”, confiesa Carlos. “Agarré la guía telefónica y llamé a todos los Cambón hasta dar con él. Recuerdo que llegó al estudio con una camisa a cuadros y su guitarra sin funda. En la entrevista contó que la boîte Orfeo Negro había sido su gran escuela, donde amenizaban a los comensales entre bossa nova y música bailable. Ahí empezaron a incluir temas de El Kinto, era como un ensayo pago”, dice, y agrega que Cambón insistía, con cierta pena, en la idea de que nunca tomó la música con la seriedad suficiente como para dedicarse profesionalmente a ella. En aquel programa Cambón contó haber compuesto “Suena...” yendo a la casa del padre de Urbano Moraes en Salinas, por todo lo que disfrutaba aquel paisaje costero.

Para dimensionar el impacto que tuvo El Kinto en su tiempo, logré echar mano a la transcripción de una charla –hasta hoy inédita– que mantuve con Jaime Roos circa 2008, con la intención de escribir acerca de los 40 años de la aparición del LP Circa 1968 (originalmente editado por la discográfica local Clave en 1977), que por esos días reeditaba en CD y vinilo el sello independiente estadounidense Lion Productions. Jaime había compuesto su canción “Bienvenido” –incluida en el CD Si me voy antes que vos (1996)– en un gesto que, de alguna manera, era un acto de justicia hacia el conjunto, y que amplificaba el impacto que le produjo mientras evocaba, nombrándolos de a uno, a sus integrantes llegando al mundo (y a su mundo) desde el espacio exterior.

“Tengo el recuerdo, a esta altura algo difuso, de haber visto a El Kinto en vivo en la Musicasión 4, y el recuerdo más vívido de haberlos visto en vivo en Discodromo, muchas veces. Para mí El Kinto era una nave espacial. Era algo ilusorio, virtual, puesto que no tenían ningún disco grabado. No eran desconocidos, eran realmente admirados en el ambiente del rock uruguayo”, recuerda Jaime, y agrega: “En aquel tiempo todos hacían covers en inglés, el rock era un género bailable. Dejando de lado a los Shakers, el primer grupo de esa movida en componer sus propias canciones fue El Kinto. Y además en español. Yo entré al ambiente con 16 años, en 1970, y ya por esos años se hablaba de El Kinto como un ‘supergrupo’. Lo que pasa es que eran tan divagantes que nunca grabaron un álbum, no tenías cómo escucharlos en tu casa. El LP Circa 1968, recopilado por Carlos Martins, reúne los playbacks que grabaron en Sondor entre 1967 y 1969 para tocar los domingos en Discodromo ¿Sabés quién fue el fotógrafo de la tapa del disco? Hugo Fattoruso. Él estaba en Los Shakers, era la máxima estrella del rock rioplatense. Un fin de semana vinieron con Osvaldo desde Buenos Aires a ver a su madre. Estaban comiendo los célebres ravioles de Josefina y vio por Discodromo Show a El Kinto. Quedó como loco. Vivían en Justicia y Lima, desde ahí se fue en moto al Canal 12. Era fotógrafo aficionado y sacó esa foto de El Kinto, una de las pocas ‘oficiales’”.

En aquel diálogo fue inevitable pasar por “Bienvenido”, a la que Jaime mencionó coloquialmente en la charla como “Bienvenido / Blanca espuma”, puesto que la composición toma el solo de guitarra de Cambón en “Suena blanca espuma” como motivo musical para una de las tres partes de su canción.

A propósito del rol de Cambón, cuenta Jaime: “Walter Cambón fue el George Harrison de El Kinto. No fue el principal compositor del grupo, creo que “Suena...” es la única canción compuesta por él para El Kinto, al menos de las que se conservan. Su lugar, su sonido, su estilo y su forma de intervenir, podría decirse, eran una réplica del rol de Harrison en los Beatles. Usaba frases netas que pasaban a ser parte del arreglo, y solos breves y muy melódicos que pasan a ser parte de la composición. Cuando vos ‘cantás’ un solo es porque ya es parte de la composición. El de “Suena blanca espuma” –que dura diez segundos– es lo máximo, y yo lo tomé para recrear a El Kinto tocando. “Bienvenido” es, claramente, un homenaje, y se refiere a un plato volador que se va acercando. Al comienzo se escuchan unos sonidos como de unas parabólicas que, desde Tierra, se comunican con la nave. ‘Va llegando’, dice la letra, ‘va llegando el plato a la Tierra y elige Montevideo para aterrizar, y la gente le dice ‘bienvenido, bienvenido al mundo, bienvenido El Kinto Conjunto’’: esa es la parte A. En la parte B se nombra a los ocho integrantes del quinteto, puesto que el grupo tuvo tres bajistas (Antonio Lagarde, Alfredo Vita, Urbano Moraes) y dos percusionistas, porque Chichito Cabral entra cuando se va Rada. Y en la parte C, El Kinto toca. Hay una recreación del solo de Cambón en “Suena blanca espuma” porque para mí la quintaesencia de El Kinto era ese solo. Y me permitía homenajear a El Kinto sin cantar una de sus canciones. Arriba de esa base se dice ‘alma clara, El Kinto conjunto’ con otra melodía y otra letra. Sin esta última sección la canción estaba renga. Si la gente le daba la bienvenida... ¡El Kinto tenía que tocar! Como la banda del Sargent Pepper en el film Submarino amarillo. ‘Suena blanca espuma’ fue un tesoro para nuestra barra. Hugo Fattoruso me contaba que antes de salir a tocar con Opa en Estados Unidos la escuchaban para darse swing”, concluía Roos.

Al preguntarle si los integrantes de El Kinto –especialmente aquellos que habían quedado por fuera de la escena musical local– habían reaccionado favorablemente a “Bienvenido”, Jaime recordaba haberse cruzado con Cambón en AGADU en la época en que se conoció la canción. “Nos saludamos con mucha alegría y no supimos qué decirnos. Fue la única vez que lo vi”.

¿Quién fue Walter Cambón? En un sitio web escribió sobre sí mismo en tercera persona: “Para ganarse la vida, Walter se ha valido de su oficio de electricista industrial y con Vicky, su esposa de toda la vida, criar a su familia compuesta por siete hijos y tres nietos. Como cristiano, disfruta de leer la Biblia y hablar de su esperanza a otras personas [...] Actualmente sigue disfrutando de tocar, enseñar música y componer algún tema de vez en cuando”.

Su nieta, Serrana Cambón, lo confirma. “No eran muchas las veces que hablaba sobre su momento en la música. Nunca estaba quieto, se entretenía arreglando todo lo que encontraba. Con mi abuela siempre buscaron mantener a la numerosa familia unida y como base de todo. Era muy común verlo tocar la guitarra, podía estar sentado frente a la televisión con la guitarra. Tocaba casi todos los días, además de ir a pescar. Le gustaba mucho pescar, y la playa en sí”.

Olas van cantando.