Martín Buscaglia dice que el tiempo que pasó entre Temporada de conejos (2010) y Basta de música (2020) fue una “década en servicio”. Que no siguió un plan, pero ocurrió de esa manera. En ese período no estuvo quieto. Grabó y giró El pimiento indomable, junto con Kiko Veneno, y se puso en el rol de productor para El sombrero roto, de su compinche español; buscó y pulió el diamante del inclasificable Antolín en Experiencias musicales; compartió escenario con el uruguayo Fernando Cabrera, la mexicana Julieta Venegas, la cubana Yusa y los brasileños Os Mulheres Negras, entre otros, y publicó el lúdico Somos libres, un álbum en vivo atípico y despojado. Y así. Pero no hubo canciones nuevas. O sí, las hubo y calzaban en lo que cocinó por esos años, pero no en un disco propio.
Eso, hasta Basta de música* (MMG, 2020), un trabajo que empieza a saborearse desde la portada, tal vez (y sin tal vez) la mejor gráfica que recuerde la música popular uruguaya. La culpa, dice Buscaglia, es un poco suya y un poco de Luis Ricardo Falero, un pintor español acusado de pornógrafo que hizo su carrera en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XIX. Esa imagen, bajada de un sitio web dedicado al diseño y la ilustración –“de la época de los blogs”, aclara–, fue su fondo de pantalla hasta hace unos días, cuando se terminó la labor del álbum y su computadora decidió, sin más, dejar de funcionar para siempre.
Basta de música es un disco breve, denso, envolvente. Tiene el aire juguetón de las cosas que compone Buscaglia, pero no es un chiste. Atrapa y no suelta.
Respetamos la distancia, pero nos juntamos en su estudio, casa y base de operaciones en Villa Dolores. Buscaglia va al piano. “Acá es más fácil de explicar”, asegura y se ríe. “Es muy sutil. Hay un tema que se llama ‘Caballo’, que dice ‘caballo hueco nuestra labor entrando en la muralla’, y me imagino ahí la labor de muchos oficios, pero personalmente hablo de la del músico como un caballo de Troya. Entra en la muralla, como si fuera un regalo, y ahí adentro se despliegan otras cosas. El disco va bajando como si estuvieras cocinando un guiso, arranca en mi menor (tararea ‘me gustan los instrumentos’, de la canción que abre el disco), sigue en do mayor, baja un semitono (canta), baja otro semitono, y otro. Baja otro, después un tono y medio, después baja otro tono, después otro, y llega a sol mayor, que es el relativo menor, que es como el mismo acorde con que empezó todo. ¿Se entiende?”. Se entiende. Ahí es más fácil.
Magia desde la baticueva
¿Ese era el plan para Basta de música, o salió de casualidad?
De las dos maneras. Fue de un modo que no quiero ni saber. Me imagino que así lo hace un novelista, o alguien que escribe una serie. Un personaje crece y tenés que darle más protagonismo. Tenés un plan, pero no se sabe.
Pero una cosa es componer determinadas músicas de esa forma, y otra es dotarlas de un discurso, de una poética.
Bueno, fueron decisiones que no sé de dónde salieron, pero me alegro. Es una cosa que habíamos manejado con Kiko en El pimiento indomable, pero no la hicimos. “¿Qué pasa si los temas...?”. Pero no nos funcionó en ese trabajo. No era eso. Igual pasa ahí, y no sé quién se da cuenta, pero me parece que genera una fuerza, y en eso creo a rajatabla. Vos te das cuenta del tipo que sabe tocar 100 acordes pero toca tres; no le suena igual que al que sólo sabe tocar tres. Pasan otras cosas ahí: es una decisión consciente. Miles Davis es el ejemplo de eso. Tocaba tres notas y te dabas cuenta de que era un crack. El loco ponía cara de malo y tocaba sus tres notitas. Y después, hay otros que te hacen todos los firuletes y decís “qué embole”. Igual, no son temas que venía acarreando desde que hice Temporada de conejos, que fue mi último disco, hace diez años.
¿Qué pasó en esos años? ¿Te pusiste solidario?
Me junté con otra gente. En todo eso, aunque no estés componiendo, integrás esas formaciones, las componés. Y lo que ahora veo es que fue como una década en servicio, que no fue un plan. La sensación de entregarte a un proyecto, saber que tenés que aparcar todo lo que tengas y seguir eso, aceptarlo. Me pasó con Antolín. Recuerdo la sensación cuando supe que tenía que hacer un disco con él. Fue agotador, pero estuvo buenísimo.
Fue como la batiseñal: tenés que ir a salvar al mundo.
Claro, tengo que ir a salvar al mundo y que no se entere nadie. Te ponés al servicio, no del otro, porque del uno más uno tenés que generar una tercera cosa, en la que tenés que poner no lo mejor de vos, sino lo necesario. Lo máximo que podés aportar capaz que es muy poquito. Como ejercicio es alucinante. Creo que lo que más me influyó para el disco, de todo ese laburo, fue esa gimnasia. Cómo descubrir músculos que no sabía que estaban. Incorporás herramientas, pero al mismo tiempo desechás otras.
Este disco parece mucho menos recargado que Temporada de conejos.
Fue recontra adrede. Es más, tuve un intento de grabarlo en ocho pistas, con lo que sólo hubiera ocho elementos por canción. No pude, fracasé en ese intento, pero de ese anhelo quedó esto. La batería que tiene más micros tiene tres, y hay muchos sonidos imaginarios. Hay canciones que no tienen bajo, y la mayoría de los otros bajos fueron tocados en una tecla. Toco el piano en casi todas las canciones, lo que me da una cosa percusiva, porque toco más neolítico. Está el golpe, se siente el martilleo. Me gusta que haya espacio. Un poco porque todo es antiguo ya, entonces todo está implícito. No necesito tocar un bajo, porque igual lo vas a escuchar en tu mente, y que no lo haya puesto es más ecológico [Risas]. Mucha de la música que me fascina tiene eso, y nunca lo había logrado. Por eso digo que este disco es el que se acerca más a lo que me gusta. Sister Nancy cantando un raggamuffin, con una batería y un bajo, y ella cantando fuera de tono, arriba, y nada más. En todo el espacio que queda vos podés levitar. Los músicos veteranos, o dejan de tener sentido o se vuelven cada vez mejores. Esos son los dos caminos a los que podés arribar en esta labor.
¿Te considerás ya un músico veterano?
Un poco sí. Me falta un montón, pero pasan los años. Y entonces, ahí, o hacés algo distinto o tendés a repetir y, sea lo que sea lo que tengas, se empieza a agotar. Pasa con alguien que hace una obra preciosa, la segunda es preciosa, pero menos, y con la tercera decís “ya está”.
Podés hacer una carrera como la de los Ramones, pero para eso tenés que ser los Ramones.
Exacto. O João Gilberto. El tipo empezó tocando bossa nova, y estaba tocando “Garota de Ipanema” un segundo antes de morir. La iba tuneando y cada vez le salía mejor. Yo veo al Temporada... como el cierre de una trilogía involuntaria, con el Plácido domingo, que es el primer disco en el que tomé control real del estudio, de los arreglos, y El Evangelio según mi jardinero. En retrospectiva, veo que esos tres son como un mundillo. Y este es el disco que he hecho que se parece a los discos que más me gustan. No sé a qué discos en particular, pero ponele a uno de calipso del año 60, que suena medio como por una radio Spica, pero con un swing inenarrable, y si te fijás está grabado con un micrófono solo. Esos son los trabajos que más atesoro.
Como Mateo solo bien se lame.
¡Claro! Los de [Eduardo] Mateo, casi todos, tienen eso, porque él entendía eso, estaba muy conectado. No tenía ni que pensarlo. Sus discos siguen manteniendo esa vida. Aunque seas el más ateo, el más agnóstico, son religiosos. Es bastante evidente. Cuerpo y alma, Mateo solo... y Mateo-Trasante manejan como invocaciones. Pero es como en esa canción de Jonathan Richman: [canta] “es magia, es magia”. La palabra “magia” es fácil de abusar, dice. Es verdad. Tiene mala prensa, cualquiera la puede usar, pero, en realidad, es una buena analogía de una canción, un concierto o un disco de estos que estamos hablando.
Mateo Moreno dice que el artista es como un empleado público del cosmos.
Claro, vos tenés que estar preparado. Tener confianza para meterte ahí, saber que aguantás lo que va a pasar, y después esperar. Tiene que ser indómito lo que está pasando.
Indomable.
¡Indomable! Como el pimiento. Es como un dragón al que intentás cabalgar un rato: te rasguñás todo, pero le podés sacar un fuego. Me parece que es por ahí, que la magia igual funciona, aunque sea fácil abusar de ella.
I Ching punk
En cierta medida, Basta de música me parece un disco conceptualmente punk. ¿Te interesa el punk como estética o fenómeno?
Sí. Me interesa muchísimo como concepto el do it yourself, me parece divino, hermoso. Hacelo, que ahí salen cosas fascinantes. Veo que las cosas que me siguen gustando, de mi época más joven –aunque cuando me copé con algo siempre seguí escuchando lo otro–, tienen un humor implícito, que no se toman tan en serio. Que se toman re en serio su discurso, pero en lo musical juegan un poco, tienen una chispa. Como los Dead Kennedys, como los Clash, ponele, que no son tan antimusicales como el género en el que se desarrollaron. En su faceta de rebeldía es divino, es una evolución, un estadio en la rebeldía humana, que empieza antes que el rock and roll.
Y que quizá como género no puede ir más allá.
Claro, claro. Y el hip hop también es muy interesante. No es rock and roll, pero lo podés ver como punkie en el sentido de que ni siquiera tocan un instrumento y hacen música. Agarrar esto, chorear un pedazo de melodía, y hacer otra cosa. Es fascinante. Pero pienso que todo eso ya está en el pasado, por más que nos guste. Yo estoy formado con eso. Con el rock and roll y con el tropicalismo, aunque te toque una milonga. Mucho más que con Atahualpa Yupanqui o con [Alfredo] Zitarrosa, que igual me encantan, pero los que me hablaban a mí eran de mi generación. Rock uruguayo. Los Estómagos, Los Tontos. Yo era un pendejo que curtía eso. Y eso, ahora, está en el pasado. Ahora, un riff pentatónico, que me encanta, ya lo tocó Jimmy Page hace 50 años. ¡50! Podés hacerlo, me sigue emocionando, pero sé que estoy manejando algo que ya se hizo tremendamente bien hace mucho tiempo. Es como una runa.
Que vos interpretás o no.
Sí, sí. El día que publiqué la tapa del disco se me quemó la compu. Ese mismo día. Premonitorio total. Creo mucho en el poder que tienen los libros si los agarrás en el momento adecuado. Con los discos también. Cuando es un disco que te copa, te habla y decís: “bo, me habla a mí”. Tuve una época de spinettófilo en la que cada disco que sacaba para mí era como si estuviera viendo mi vida y contándola a su manera.
Uno resignifica lo que escribió un tercero.
Sí. Esa es una buena señal. Vos ahora abrís un libro al azar, y lo más probable es que la frase que te diga tenga que ver con lo que te está pasando.
Como un I Ching universal...
Claro, como un I Ching. Toda obra tiene cualidades de I Ching o no debería existir.
Uh, pero así no quedaría ni la mitad de la obra de la humanidad.
¿Y con cuánto nos quedaríamos? Te sobrarían más cosas de las que podés escuchar o leer en tu vida.
Si el rock y lo que conocemos es la música del pasado, ¿lo que estás haciendo es la música del futuro?
No sé, no creo. Esta es la música mía, de mi presente y futuro, y de mi pasado. Me hago cargo sólo de mí. Y ni ahí se me ocurre que todo tiene que sonar así. Es más: por favor, no. Quiero escuchar discos divinos, que me encanten, con otros sonidos, otras palabras, otras armonías, otras melodías.
¿Por eso Basta de música?
Entre otras cosas. Sí. Por eso mismo, por estos tiempos obesos. Y también lo veo como algo inevitable. No todo lo que hay en la vuelta te puede conmover; sería una locura. Ahí seríamos todos iguales. Incluso tiene que haber cosas con las que no te pase nada, para revalorizar lo otro.
Tiene que haber un Nacional y un Peñarol.
Y un Liverpool, y un Albion. Nacional y Peñarol serían los Beatles y los Stones, pero tiene que haber un [Frank] Zappa y un Richard Clayderman.
¿Y en qué cuadro jugás ahí?
Fahh... No sé. Uno dirigido por J.R. Ojo atrás, sí, pero cuando ganás, ganás gozando.
* Basta de música está disponible en las plataformas digitales, y en una hermosa edición en vinilo que se puede adquirir en shop.lovemonk.net/album/basta-de-m-sica. La versión en CD correrá por cuenta de MMG en las próximas semanas.