En casa nunca se escuchó mucha música, pero cuando era niño en el pasacassettes de la cocina estaban en alta rotación los grandes éxitos de Mocedades y José Luis Perales. Yo, mientras tanto, escuchaba las canciones de la Pantera Rosa, Cacho Bochinche y la Sinfonía inconclusa en la mar, de Piero.

El primer cassette (escrito con doble ese y doble te, porque soy tan viejo que no se había castellanizado) que unió a una generación, el primero que era de mis padres y luego pasó a ser mío, fue Mastropiero que nunca, de Les Luthiers. La grabación de su espectáculo estrenado en 1977, cuando Alcuri y Durán todavía ni habían pensado en concebir a Alcuri Durán.

No sé a qué edad se dio el flechazo, pero fue directo al corazón. Aquellas voces serias protagonizaban grandes piezas de comedia sonora, combinando música, simpáticos efectos de sonido y chistes de remate sencillos, pero contundentes.

“Skinny Walrus le encomendó a Mastropiero que compusiera la música de fondo para una película que estaba filmando el célebre director Ralph Smith, La Bestia Abominable... El director. La película se llamaba El asesino misterioso”.

Un humor que, exceptuando algunos momentos subidos de tono (“La música es tan bonita / como mi negra, / es tocada por todo el mundo / como mi negra”), era accesible para un jovencito bastante pasmado. Esto lo aclaro porque durante años se estableció la idea de un “humor elitista” de Les Luthiers, lo que solamente es cierto si nos referimos al precio de las entradas de sus presentaciones en vivo.

Debo hacer una salvedad, porque algunos segmentos del cassette me resultaban incomprensibles: en medio del silencio, el público empezaba a reír. Y mi vieja me explicaba que en ese momento uno de ellos, con seguridad Daniel Rabinovich, habría hecho algún gesto o movimiento gracioso.

Pasaron muchos años hasta que vi un espectáculo de Les Luthiers en videocassette, de esos de dudosa reputación que circulaban por los quioscos. Y algún añito más hasta la primera vez que los vi en vivo, parado detrás de la última fila de asientos en el lugar más alto y alejado del Teatro Solís. Vecinos del Palacio Salvo vieron el show mejor que yo.

Por eso, durante todo ese tiempo en que el grupo era un conjunto de voces, mi preferido fue Marcos Mundstock. No solamente era el encargado de guiar al público, de guiarnos, a través de las peripecias de Johann Sebastian Mastropiero (y otros momentos “fuera de programa”), sino que su timbre de voz era inconfundible.

Quizás fue con ellos, pero especialmente con Marcos, que descubrí la importancia del timing en el humor. Porque los textos que le tocaba leer eran buenos, sin dudas, pero él lograba elevarlos hasta lo más alto (casi hasta mi asiento en el Solís) con su capacidad para administrar las pausas y los silencios. Y aquellos énfasis para el recuerdo.

“Usted, que está acostumbrado a que los hombres lo respeten... y las mujeres lo admiren”.

Escuché muchísimas veces ese cassette. Tantas, que me sabía el espectáculo de memoria, desde el primer “Usted” de “Jingle Bass-Pipe” hasta el “¡Se acabó!” de la “Cantata del adelantado don Rodrigo Díaz de Carreras, de sus hazañas en tierras de Indias, de los singulares acontecimientos en que se vio envuelto, y de cómo se desenvolvió”.

Yo había entrado por la puerta grande, algo que Mastropiero no había podido hacer, porque estaba cerrada. Lo único negativo de esto fue que espectáculos anteriores y posteriores a Mastropiero que nunca jamás me parecieron a la altura. Encontré grandes momentos y me divirtieron mucho en vivo, incluso (lo confieso sin ninguna vergüenza) reí a carcajadas en su última presentación en Uruguay, con apenas dos integrantes del equipo original.

Pero nada superará, por calidad y (obvio) por el recuerdo emotivo, a aquella sucesión de disparates que incluía una payada, un tráiler cinematográfico, un madrigal y un documental que recorría la Universidad de Wildstone, que poco tenía que envidiarle al Greendale Community College de la serie Community.

“Para los profesores y para los alumnos de Wildstone, la diversión y la recreación no son menos importantes que el estudio. Son... más importantes”.

Y Marcos la volvía a colgar en el ángulo.