Esta película maravillosa está basada en las memorias de Judy Heumann y, al igual que el libro (Being Heumann: An Unrepentant Memoir of a Disability Rights Activist, 2020, Penguin Random House, pronto en español), juega con la homofonía que hay en inglés entre el nombre de su protagonista y la palabra human: ser Heumann; ser ella misma, pero también, y más allá de ella, ser humano o humana. Ser persona. ¿Qué significa eso? ¿Cómo es posible responder? ¿A quién habría que hacerle esa pregunta, ya que la respuesta no es obvia?

Desde la primera escena, esta dificultad está propuesta como un desafío capaz de desvelar la vida toda. Un joven entrevistador improvisado pregunta a uno de sus compañeros en el campamento Jened: “¿Te gustaría ver a las personas con discapacidad mostradas como personas?”. Luego de un incómodo silencio, el incrédulo joven responde desde su silla de ruedas, con otra pregunta: “¿Qué?”.

Es una pregunta bien humana, en tanto la palabra nos hace bichos existenciales y nadie está tan capacitado como para responder por su propia y personal condición. Más adelante, otro de los jóvenes dice: “Yo quería ser parte del mundo, pero no conocía a otros como yo. Me sentía raro, afuera”.

Los derechos humanos de las personas con discapacidad han empezado a abrirse camino hace relativamente poco tiempo. Para dar sólo un ejemplo, en la época en que nacieron los protagonistas de esta película, el síndrome de Down no había sido aún identificado, y cuando nacía un niño o una niña con la trisomía 21 se le diagnosticaba como idiota. En Europa, las familias más pudientes intentaban curar a sus hijos aplicándoles en la cabeza inyecciones semanales de células vivas de cabra (!) que comercializaba la incipiente industria farmacéutica, o los abandonaban para siempre en las horrorosas instituciones que el Estado disponía a tales efectos.

La película (que fue producida con apoyo de la Fundación Barack y Michelle Obama) parte de la experiencia de un puñado de jóvenes de entre 15 y 25 años que comparten un campamento en las afueras de Nueva York durante el verano de 1971, a pocos kilómetros de Woodstock. Los directores Nicole Newham y James Le Brecht (un diseñador de sonido de Hollywood que estuvo alguna vez en el campamento Jened) usan imágenes de hace casi 40 años, fotografías y entrevistas, para darle vida a una historia que estuvo a punto de perder su oportunidad de quedar en nuestra memoria.

La propuesta del campamento Jened es simple y a la vez maravillosa: disfrutar, convivir, expresarse y encontrarse en un espacio de libertad lo más autogestionado posible. Las imágenes del campamento transmiten una alegría medio hippie que nos interroga, como espectadores, en cada una de las escenas.

La historia avanza de la mano de sus principales protagonistas, y nos deja ver que es precisamente de esa libertad para expresarse con voz propia, y del gesto del campamento Jened de aceptar y escuchar a todos y a cualquiera, de donde surge la confianza que luego le permite a cada uno desarrollar al máximo su proyecto de vida.

Las imágenes nos llevan a la lucha conducida por un puñado de activistas con discapacidad para alcanzar una ley que garantice sus derechos civiles. Para lograrlo, un grupo de apenas 50 personas con discapacidades varias paralizan Nueva York durante 25 días de 1977 y exigen al gobierno de Jimmy Carter garantías para el ejercicio de esos derechos.

El título en inglés de este documental –Crip Camp: A Disability Revolution– puede hacernos pensar (especialmente tratándose de Netflix) en aquel poema de Mario Benedetti sobre palabras que se gastan y pierden significado. Pero es a través del recorrido de ese puñado de mujeres y hombres jóvenes que iniciaron un cambio radical en ellos y en el mundo, que Crip Camp se acerca bastante al relato de una revolución, escapa a la etiqueta de “inspiracional” y encuentra su sentido más profundo, como el “cine político” de antes.

Crip Camp: A Disability Revolution. Dirigida por James Lebrecht y Nicole Newham. Documental. Reino Unido, 2020. En Netflix.