Incluso si uno no está obsesionado con cuantificar las expresiones artísticas a las que se expone, en su interior sabe que hay un puñado que le gusta más que el resto. Un grupo selecto de tres, cinco, diez, o un número menos simbólico de elementos, que lo define como lector. O como cinéfilo. O como melómano.

Con el tiempo, este top termina de asentarse. Porque las obras nos llegan en una edad menos impresionable o porque ya es difícil asombrarse después de haber leído (visto, oído) tanto. Por eso sorprende cuando llega una historieta que, sin pedir permiso, se cuela en lo más alto de las preferencias de uno. Incluso antes de saber cómo termina.

Eso me ocurrió con El escultor, una novela gráfica que tenía en mi poder desde hacía un tiempo y que, aprovechando la cuarentena, leí y disfruté. Pero antes de hablar de esta historia, debo mencionar brevemente a su autor.

¡Maestro!

Si bien Scott McCloud cuenta con pocas obras narrativas, es el creador de una saga fundamental a la hora de predicar el evangelio del noveno arte a aquellas pobres almas que aún no han visto la luz. Y, en especial, su primer testamento, Understanding Comics: The Invisible Art (editado en español como Entender el cómic: el arte Invisible), de 1993, es uno de los libros más importantes para sumergirse en el mundo de la historieta, sus orígenes, su lenguaje tan particular, su potencial. La magia reside en que es, a su vez, una historieta. El narrador nos enseña de forma práctica los secretos de esta forma de expresión única, explorando sus límites y descubriendo qué se esconde en el espacio entre viñetas.

Luego vinieron dos secuelas, Reinventing Comics (2000) y Making Comics (2006), que no tuvieron tanto éxito porque están pensadas para un público más conocedor e incluso, en el caso del último volumen, para los creadores.

De más está decir que Understanding Comics está en el panteón mencionado al comienzo, pero ahora hay que sumarle El escultor.

Rostro de piedra

La historia gira en torno a David Smith, un escultor que a los 26 ya siente que pasó su mejor momento. Su “producción” ya hizo su recorrido por el circuito comercial, él tuvo sus contratiempos y acaba de ser despedido de una hamburguesería. La situación perfecta como para encontrarse con la Muerte (ojo, en mayúscula) y recibir un ofrecimiento capaz de cambiarle la existencia.

Aquí comienzan los clichés: el pacto mortal, que incluirá una escena alrededor de un tablero de ajedrez; el plazo arbitrario que viene con reglas y castigos; la novelita rosa que comienza en el momento menos pensado. Con este marco, McCloud nos mostrará algunas de las facetas menos agradables del mundo del arte. Y de la lucha de David, entre productividad y muerte (en minúscula), nos llevará a reflexionar acerca de nuestra relación con el inexorable paso del tiempo.

Superescultor

Tratándose de una historieta, resta mencionar el último lugar común. Algo tiene que haberle ofrecido la Parca al pobre de David para que aceptara recortar su existencia. Y lo que gana, luego de firmar en la línea punteada, no es ni más ni menos que un superpoder.

“No me ignorarán. No me olvidarán”, se dice este joven. Para lograr este objetivo contará con la capacidad de manipular la materia sólida con sus manos desnudas. Como si se tratara de un paladín o un villano salido de las páginas de DC Comics, David moldea el granito o cualquier otro elemento hasta límites nunca antes imaginados. Y, finalmente, tiene la capacidad de hacer realidad sus sueños.

Claro que las nuevas capacidades de nuestro protagonista no incluyen “moldear” el mercado del arte, así que el camino no será para nada sencillo. Mientras tanto, el tiempo pasa y aparece una nueva pieza en la partida: Meg.

Ella es

Si algo se le puede criticar a El escultor, es la construcción del interés romántico. Meg parece representar lo que algunos han llamado manic pixie dream girl, ese personaje femenino torpe, del que todos están un poco enamorados, que obliga al héroe a encarar la vida. Es cierto que en ocasiones se menciona una faceta más oscura, que juega un papel importante en la segunda mitad de la historia, pero no es suficiente como para zafar de cierto utilitarismo narrativo.

La obra da un par de giros dramáticos sobre el cierre y el autor se empecina en guardarse ases en la manga hasta último momento. Lo cierto es que las acciones del señor Smith tienen sus consecuencias y todas ellas se combinarán en un final tan triste como perfecto. Absolutamente realista, salvando el detalle de las construcciones que cambian de forma.

El artista

Al igual que David en su estudio, Scott está en completo control de los materiales que lo rodean y lo demuestra en cada página. Sus capacidades como guionista se potencian con cada uno de sus dibujos. Con una fluidez que recuerda al manga, pero con un lenguaje bien occidental, cada página se plantea de forma que nuestros ojos nunca pierdan el orden de lo que ocurre.

Esa sencillez en la diagramación se acompaña de una economía en cada una de las viñetas. Si el fondo ya no es necesario para la acción, pues será obviado. Con respecto al diseño de sus personajes, su estilo no desentona dentro del indie estadounidense, mostrando un gran manejo del lenguaje físico y gestual, con la misma sencillez mencionada en los párrafos anteriores. El énfasis está en la expresividad, que nos permite introducirnos en la mente de David o Meg sólo por sus miradas.

Como ocurre con las grandes obras, el total es mucho más que la suma de las partes. Sin innovaciones de diseño, dibujo ni temáticas, McCloud toma clichés como si fueran aburridos bloques de piedra y con una facilidad envidiable los convierte en arte. De paso, hasta nos deja un par de lecciones. Lectura ineludible.

El escultor, de Scott McCloud. Planeta Cómic, 2015. 496 páginas.