La audiencia de Tom Lupo sabía qué esperar. Mientras evocaba a poetas y músicos argentinos, hablaba de psicoanálisis, recitaba a Oliverio Girondo o presentaba un tema de Liliana Herrero, lograba revalorizar, como pocos, la cultura local, imponiendo su estampa rockera: este locutor de radio, poeta, periodista y psicoanalista, que falleció ayer a los 75 años, fue un gran difusor del rock y la poesía. En el mítico “Tom Lupo Show”, su sección en el programa radial El submarino amarillo, a principios de los años 80, presentaba material inédito de músicos under de la época. Por allí pasaron Los Redondos, Sumo, Soda Stéreo, Andrés Calamaro, Los Ratones Paranoicos (debutaron con él en radio) y Los Fabulosos Cadillacs. Y fue quien presentó a Luca Podran y Calamaro, en un encuentro en el que grabaron a dúo el tema “Años”, de Pablo Milanés.

También suele recordarse que en su “Tom Lupo Show” fue el primero en imponer al notero dentro del rock, un rol que antes se limitaba al mundo deportivo (“El móvil, por entonces, era sólo para el fútbol”, decía, en referencia a 1982).

Lupo, o Carlos Galanternik, nombre por el que pocos lo conocían, siempre se definió como un “obrero del lenguaje”. Nació en el Chaco a fines de 1945, y con los años decidió cambiarse el nombre a Tom Lupo, en homenaje a su periodista preferido, Tom Wolfe. En Entre muebles y sombras (2004), su libro de cuentos, versos, aforismos y grafitis que tienen a la poesía como protagonista, contaba que en el liceo había tenido de profesor a Haroldo Conti, que en vez de darles Educación Democrática, como se llamaba la materia, durante todo el año les enseñó literatura latinoamericana: “Y esa torcedura de destino no pudo sino hacer lo suyo”, decía, ya que les enseñó quiénes eran Juan Carlos Onetti, Rodolfo Walsh, Julio Cortázar. “Después probé con medicina y abogacía, y finalmente el destino hizo que terminara psicología, donde recalé siguiendo a una mujer”, recordaba.

Él, que también fue actor, aprendiz de boxeador y colaborador de innumerables diarios y revistas, reconocía que, en verdad, lo que hacía era dedicarse a la poesía de distintas maneras. “Enseñando, leyendo, recitando. Soy un hijo ilegítimo del lenguaje. O un operador. O más bien, una operación del mismo”.

Hizo incontables recitales y lecturas de poesía, difundió a autores como Juan Gelman, Raúl Scalabrini Ortiz, Federico García Lorca, Alejandra Pizarnik, Leopoldo Marechal, entre tantos, además de editar dos discos, En mi propia lengua (2009) y Giro hondo (2011, sobre textos de Girondo, y con la participación de León Gieco). “La revolución cultural es aún una deuda. El colonialismo sigue vigente”, decía en una entrevista de hace unos años. Y advertía, “Veo a muchos comunicadores que le dan mucho más importancia a una película extranjera que a una nacional. Ahí se jode una fuente de laburo y una cultura maravillosa [...] No hay que aceptar la palabra ‘subdesarrollo’. Digamos ‘surdesarrollo’. Nos pueden ganar en tecnología, pero si ponés a un argentino y a un europeo con máquinas de escribir... ¡te quiero ver!”