“Fue un impacto muy grande, porque tenía toda una agenda de cosas planeadas de trabajo, e iba a ir a México, por ejemplo, cosas muy lindas que me tenían entusiasmada, y de repente fue como un baldazo de agua fría: se suspendió todo de un día para el otro, fue un impacto emocional”, cuenta la cantante y compositora Papina de Palma.

Obviamente, se refiere a todo lo que sucedió a partir del 13 de marzo. Pero para ella también significó un impacto económico, porque interpretar sus canciones sobre el escenario es su única fuente de ingreso. “Yo vivo de la música; a veces doy algún taller, pero justo en ese momento no era el caso. No es que sólo trabaje mientras toque: trabajo ocho horas por día, siempre planificando, componiendo”, agrega.

Se podría pensar que vivir de la música era algo jugado ya en la “vieja normalidad”, por lo tanto, lo es mucho más en la “nueva”, cuando todavía no abrieron todos los lugares para tocar. Pero Papina no está muy de acuerdo con eso, porque piensa que muchas veces esa idea negativa tiene relación con el “casete” de que en Uruguay “vivir de la música o ser artista es imposible”. “Yo estuve años estudiando Ingeniería Audiovisual, una carrera que no tenía nada que ver con la música y que no me interesaba, porque debía tener un plan B por si la música no salía. Pero al final le prestaba mucha atención al plan B, que era muy superior a la que le daba al plan A, entonces, así es imposible”, señala.

La cantante cita un ejemplo desde el otro lado: imaginen que ella quisiera ser contadora pero sólo fuera a estudiar a la Facultad de Economía en su tiempo libre, los fines de semana, mientras que de lunes a viernes asistiera sólo a cursos de zapatería... Por suerte, dice, en un momento se dio cuenta de que estaba depositando mucha más energía en ese plan B. “Obvio que para poder decidir dejar la carrera también me acompañaron una serie de privilegios. En ese momento me mantenían mis papás, y después muchas amigas me prestaron plata para grabar mi disco. Obvio que es distinto, pero pienso que si se le dedicara a las artes el mismo entusiasmo y compromiso que se les dedica a las otras carreras quizás no sería tan difícil”, subraya.

Papina cuenta que hizo una cuarentena muy estricta porque no tenía ningún compromiso laboral fuera de las cuatro paredes. Al principio para ella fue “como estar de vacaciones”, pero después pasó por diversas etapas para matar el tiempo: cocinar, hacer gimnasia, cursos online, etcétera. “En un momento agarré la guitarra de vuelta y empecé a componer algunas canciones. Fueron cuatro o cinco días muy productivos en los que compuse un montón. Empecé a maquetear las canciones y a pedir ayuda a amigos técnicos, por teléfono y videollamada. Terminé grabando un EP de cuatro canciones que ya está mezclado. Lo grabé, lo produje y lo mezclé, cosa que nunca había hecho antes”, cuenta.

En medio de todo esto y con los protocolos que de a poco se van estableciendo para la música en vivo, desde Sala del Museo llamaron a la cantante para proponerle una fecha que se convirtió en dos por entradas agotadas. Serán el 6 y 7 de agosto a las 21.00, con entradas por Abitab a 500 pesos. “Tengo unas ganas de tocar de vuelta que no puedo aguantar, por lo emotivo de reencontrarme con la gente con la que estuve en contacto todo este tiempo. Nos hicimos compañía a través de las redes y ahora nos vamos a volver a ver, voy a poder cantarles, y es una emoción muy grande”, dice la cantante.

Si bien también está contenta con el toque porque significa volver a trabajar, es consciente de que es una de las pocas privilegiadas que pueden subirse a un escenario, ya que el protocolo para las salas “es como un paso intermedio, porque hay muchos proyectos artísticos que no pueden trabajar, ya que no se sostienen con cuatro personas en el escenario”. Pone como ejemplo las bandas de música tropical, que tocan en fiestas, y acota: “No es que por hacer estos shows estemos ganando una batalla o algo así, esto es un proceso”.