A Joaquín Sabina (Úbeda, 1949) se lo reconoce más por la calidad de sus letras que por los atributos de su interpretación vocal. Y aunque su carrera incluye varios libros publicados, haré un recorrido por sus cuatro poemarios, intuyendo que tiene razón quien afirmó que Sabina es “un poeta metido a cantante”.

Se podría afirmar que sólo Ciento volando de catorce (2001) es, de los cuatro, un poemario en sentido estricto (presenta un conjunto consistente), mientras que los demás son recopilaciones de textos escritos para medios de prensa: Esta boca es mía (2005), El grito en el suelo (2012) y En román paladino (2018).

En el conjunto se reconocen fácilmente cuatro elementos que comparte con sus canciones: el uso recurrente de la anáfora, la enumeración, un dominio magistral de la rima, y una voz que podemos catalogar de española, por la subordinación a los modismos y el conjunto de imágenes utilizadas.

Ciento volando de catorce es un libro de sonetos, y su principal obra exclusivamente poética. Los temas comparten con las canciones la exaltación de la bohemia (noche, alcohol, adulterio), la mención a los toros (su amigo el torero José Tomás aparece varias veces), y demuestran un gran bagaje cultural en forma de diversas referencias. El recurso de la enumeración que mencionamos encuentra sus mejores ejemplos en un soneto conformado exclusivamente por nombres de mujeres y otro formado exclusivamente por nombres de ciudades. El libro se estructura en partes y una de las últimas es el clímax en el uso de sus recursos predilectos: la anáfora y enumeración. La sección se titula Benditos malditos y es una serie de sonetos en los que bendice y maldice en forma alternada. Enumerando lo que aprueba: “Benditas sean las bajas pasiones / que no se rajan cuando pintan sables, / los labios que aprovechan los rincones / más olvidados, más inolvidables”. Y lo que desaprueba: “Malditos sean los bobos con medalla, / los probos ciudadanos, los chivatos, / los candidatos (cierra la muralla), / los ascetas a dieta de tres platos”. Es en el prólogo de Ciento volando de catorce que Luis García Montero afirma: “Joaquín Sabina es cantante y poeta. Por ajustar más: no un cantante metido a poeta, sino un poeta metido a cantante”.

Esta boca es mía recopila los textos que mensualmente publicaba en la revista Interviú. En la fotografía de la portada puede leerse la leyenda “versos satíricos”. Hasta aquí las claves de este libro que recoge la tradición satírica española para tratar temas de actualidad en ese particular medio de comunicación, capaz de sintetizar periodismo de investigación con fotografías de mujeres desnudas. Así lo explica: “Yo reto a quien me llame moralista / a dueto singular, a rumba en pedo, / a callejón, a timba, a cabarete. / El caso es que me paga esta revista / por ahondar con la daga de Quevedo / la llaga de la tele caga y vete”. La realidad española, la familia real, Aznar y Rodríguez Zapatero son sus temas predilectos. Asimismo, hay menciones al Atleti, a Maradona, a los toros. A sus amigos García Márquez y Serrat. Menciones a algunas muertes notables, como la de Marlon Brando, a los sucesivos premios Cervantes e incluso al Oscar para Jorge Drexler. También aquí será el soneto (“la aristocracia del verso”, como señala en el prólogo Ángel Antonio Herrera) su forma favorita, pero hay lugar para otras estructuras métricas.

El grito en el suelo incluye los textos de su columna semanal en el diario Público, fundamentalmente sonetos, pero también décimas y otras estructuras métricas más exóticas. Nuevamente, el prólogo y el epílogo concuerdan en mencionar su obsesión por las palabras y las correcciones permanentes a las que somete sus textos. Nuevamente, la enumeración y la anáfora como recursos frecuentes, con un dominio de la técnica que le permite el uso de rimas internas: “Ciruja que mis vísceras estruja, / viruja al portador, carne de andén, / maruja de la estirpe de las brujas, / guardagujas de mi próximo tren”.

Al tratarse de un medio periodístico, comparte temas con Esta boca es mía. Otra vez sobresale España, su realidad política, con bastantes menciones a Europa, y algunas a Latinoamérica (Perú, Argentina y otros países, incluyendo a Uruguay). Como en sus canciones, se percibe un vocabulario amplísimo y una jerga, por momentos, españolísima. Otra figura muy sabinesca, que no habíamos mencionado hasta ahora, es la antonomasia, como los “Sanchos Panzas y Quijotes”. Una figura menos frecuente es el neologismo, aunque logra a veces ejemplos que se repiten, como los “oBushes” (composición de “Bush” + “obuses”).

En román paladino, que reúne los textos que publicaba mensualmente en la revista tintaLibre, puede verse como una continuación de los dos mencionados antes, en tanto son poemas sobre la actualidad de ese momento. Aquí Sabina se vuelve especialmente crítico, más agresivo o sarcástico con la familia real, el affaire Urdangarín, la clase política, la crisis económica y el papa Francisco. Intensifica su postura, su lenguaje combativo: “Al lado amotinado de la gente / contra el altar mayor, contra la casta / maldita de tahúres y usureros / en la tinta más libre del tintero / vuelvo a mojar mi pluma irreverente / y, en román paladino, grito BASTA”. Otra vez un gran despliegue de formas: sonetos, décimas, tercetos y, para cerrar cada poema, un “brindis”, una copla celebratoria de algo positivo, a veces vinculado al texto principal, aunque en general no: “Brindo por la memoria sin olvido, / por la lluvia que empapa a los amantes, / por las alas del pájaro sin nido, / por los heridos, por los caminantes”.

En síntesis, todos comparten atributos y recursos, muestran la voz del autor y no pocas veces dialogan con sus canciones. Los últimos, demasiado determinados por el contexto, pierden interés para un lector exógeno, aunque su dominio de la técnica sea admirable. Ciento volando de catorce, en cambio, muestra el apogeo del poeta y es la mejor forma de valorar su obra por fuera de su cancionero.

La consideración del andaluz como poeta por sus canciones siempre estuvo instalada, y él mismo fue cambiando su percepción sobre el asunto. Su biógrafo, Javier Menéndez Flores, en Perdonen la tristeza (2000), cita una entrevista de los 80 en la que Sabina decía: “No escribo poesía, escribo letras de canciones. Hay pocos poetas que escriban letras de canciones”. Pero unas cuantas páginas (y años) después, dirá: “[...] últimamente pienso que hay más poesía en mis canciones que en el libro de sonetos”.

Repasando esa biografía nos enteramos de que Joaquín Sabina quiso ser escritor, y se convirtió en cantante por casualidad durante su exilio en Londres: “Yo soy quien soy por puro accidente. Iba para profesor de Literatura en un instituto de provincias... Y es bastante probable que hubiese escrito libros de poesía que no hubiera leído nadie”.