A última hora del sábado falleció en el hospital barcelonés de Sant Pau el escritor español Juan Marsé, a los 87 años. La noticia fue divulgada el domingo por la agencia literaria Carmen Balcells, y rápidamente empezaron a conocerse las palabras de despedida para el autor, llegadas tanto desde el ámbito de las letras como del de la política y el periodismo. Es que Marsé, nacido como Juan Faneca el 8 de enero de 1933, encarnaba como pocos la vocación realista de la España de posguerra. Novelas como Últimas tardes con Teresa (1966; Premio Biblioteca Breve), Si te dicen que caí (1973; Premio México de Novela) o La muchacha de las bragas de oro (1978; Premio Planeta) fueron, además de grandes éxitos editoriales, registros de un momento en particular de la historia española en que se había vuelto imperiosa la construcción de un relato colectivo. No en vano el académico Arturo Pérez-Reverte se refirió a él como “el último de nuestros clásicos” y recordó que el catalán siempre se mantuvo al margen de los nacionalismos, eligiendo escribir en español porque “le daba la real gana” en lugar de hacerlo en catalán, como muchos esperaban.

Huérfano desde el momento mismo de su nacimiento (su madre biológica murió al darlo a luz), Juan fue adoptado por el matrimonio de campesinos que le daría el apellido con que lo conocimos. A los 13 años dejó los estudios para comenzar a trabajar como obrero en un taller de orfebrería, y desde muy joven se interesó en la literatura. Tenía 25 años cuando ganó el Premio Sésamo con un cuento llamado “Nada para morir”.

En 1960 emigró a Francia, donde se ganó la vida durante dos años como profesor de español, traductor y ayudante de laboratorio en el Instituto Pasteur. Fue en París que se afilió al Partido Comunista, convencido de que sólo los comunistas hacían algo contra el franquismo. La disciplina partidaria, sin embargo, lo alejó de esa organización al cabo de pocos años. En 1962 volvió a Barcelona y publicó su primera novela, Esta cara de la luna, de la que luego renegaría. Tres años después, en 1966, la consagración le llegaría con la publicación de Últimas tardes con Teresa, la novela en que introduce al que posiblemente haya sido su personaje más célebre: Manolo, el Pijoaparte, un seductor advenedizo resuelto a ganar el corazón de una burguesa universitaria con ínfulas revolucionarias.

Integrante de la “generación de los 50” junto con su amigo Jaime Gil de Biedma, Juan Goytisolo, Manuel Vázquez Montalbán, Juan García Hortelano y Eduardo Mendoza, Marsé obtuvo reconocimiento tanto de la crítica como de los lectores, y varias de sus novelas fueron llevadas al cine, en adaptaciones que nunca lo dejaron conforme.

Su obra incluye más de una docena de novelas, varios conjuntos de cuentos, dos volúmenes de historias para niños, innumerables artículos y textos periodísticos. Fue un autor multipremiado al que reconocen como maestro escritores tan dispares como el mencionado Pérez-Reverte, Enrique Vila-Matas y Benjamín Prado. Se decía que pulía meticulosamente su escritura como había aprendido a pulir joyas en sus años de orfebre, que desconfiaba de los intelectuales y que escapaba del mundillo literario. Su único mandato era el de sacarle punta al lápiz, cada día, para escribir sin miedo a fracasar, o incluso, como proponía Samuel Beckett, para fracasar mejor.